Vie 30.07.2010
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ES MI MUNDO

Cachar por atrás

Los pueblos precolombinos tenían una variante desviada del lema “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro” como justificación de una existencia: como no escribían, se entregaron a la alfarería; como la tierra era hostil, desarrollaron una agricultura experimental y como no les interesaba sobrepoblar el mundo, se dedicaron a la “cachada” (coito) anal.

› Por Daniel Link

Desde Lima

Tres grandes obsesiones sostuvieron (a) los pueblos precolombinos de la zona de Perú: la albañilería, de lo cual son impresionantes muestras los sillares incaicos en Cusco y Machu Picchu y las pirámides de ladrillos de barro del Templo de Adoradores del Mar (Huaca Pucllana, el centro administrativo y ceremonial de la cultura Lima) en el corazón del coqueto Miraflores limeño; la agricultura, de lo que brindan testimonio las terrazas escalonadas de Ollantaytambo o el centro experimental de Moray; y, finalmente (somos conscientes de nuestro público), el sexo anal, prolija y detalladamente registrado en los Huacos Eróticos de la cultura mochica.

Un poco de historia La cultura moche (o mochica o protochimú) se desarrolló entre los años 300 ac y 700 dc, en la costa del norte de Perú. Los conocimientos en ingeniería hidráulica (canales de riego) permitieron a los moches desarrollar una agricultura de grandes excedentes que fundamentaron una economía sólida y pujante. Sabido es que, habiendo excedentes económicos siempre habrá como correlato excesos artísticos y culturales: los moche fueron los mejores ceramistas del antiguo Perú y en las vasijas (de uso cotidiano o ceremonial) representaron a las divinidades que honraban, el paisaje en el que se desenvolvían, los animales que cazaban o que domesticaron y las escenas más importantes de su vida comunitaria. Fatalmente, el sexo encontraría un lugar privilegiado en ese sistema de representaciones.

Los artistas moches impusieron a la maleable materia que tuvieron entre manos un realismo y, al mismo tiempo, una delicadeza y una expresividad que todavía hoy asombra a los estudiosos y a los ocasionales paseantes. Tanto si se trataba de representar un coito entre animales o si se proponían inmortalizar el retrato de un poderoso de la tribu, los ceramistas moches imprimieron en el barro todo el arte del que eran capaces y esa experiencia artísticorreligiosa todavía nos alcanza y nos conmueve a través de los años.

Momento previo al coito entre hombre y mujer echada en posición decúbito dorsal. Mochica 1-800 d.C.

Un poco de censura naturalmente, el invasor español, con sus cruces y sus códigos provincianos en lo que a etiqueta sexual se refiere, repudió las representaciones sexuales propias de los moches y otros pueblos que se inspiraron en su libertad. Muchos de los huacos (vasijas y otras piezas cerámicas) fueron destruidas sin hesitación.

No es la única forma de censura que los huacos sufrieron y, todavía hoy, sorprende verlos en vidrieras al lado de los cuales ciertos letreros normalizadores pretenden disimular lo indisimulable.

La mayor colección de huacos eróticos puede verse en el limeño museo Larco Herrera (fundado por Rafael Larco Hoyle, 1901-1966), donde la mayoría de las piezas mochicas aparecen acompañadas de algunos ejemplares de las culturas nazca, vicús y chimú: los nombres pueden cambiar, pero las chanchadas son las mismas.

Al lado de los tumescentes o directamente erectos miembros masculinos, algunos carteles indican “realistas” o, si se trata del “pene erecto y desmesurado” de un muerto que se masturba, suponen una “representación sexual moralizadorahumorística”. Cómo el arqueólogo se atreve a deducir la intención del artista, tantos años después y tratándose de culturas sin escritura, será siempre un misterio, pero valga la licencia dado que la mayoría de las piezas han sido, lacónicamente, caracterizadas como “realistas”.

Botellas asa estribo escultóricas representando fellatio entre hombre y mujer. Mochica 1-800 d.C.

En cuanto a prácticas sexuales humanas, los huacos reconocen cuatro variantes: la masturbación (masculina o femenina), la felación, el coito vaginal y el coito anal.

De las cuatro, inútil es decirlo, sólo una podría asociarse con ritos de fertilidad y reproducción y de allí que la hipótesis ceremonial habría sido insostenible: ni el derrame de simiente (lo que el Antiguo Testamento señaló alarmado en relación con Onán, el díscolo) ni su encapsulamiento per angostam viam o en el final de la garganta pueden tener otro sentido que el “realista”: se trata o bien del puro placer o, en el peor de los casos, del control de la natalidad (la Santa Sede, que sigue insistiendo con sus métodos pretecnológicos para el control poblacional, podría haber aprendido algo de las culturas a las que les impuso su Horrenda Sociedad Trina, en todo caso).

Cuestión de géneros los huacos presentan tres morfologías corporales (a las que no convendría superponerles géneros de forma automática, como los curadores de los museos hacen con cierta ligereza): están los hombres, las mujeres y los hermafroditas. Entre los hermafroditas, habría que considerar tanto a aquellos huacos que muestran a seres con genitalia ambigua o doble, pero también a aquellos con ninguna genitalia reconocible. Los letreros del Museo Larco Herrera manifiestan, exactamente al lado de la manifestación de placer que califican, su propia mala conciencia: porque tan inútil (es decir, tan sorprendente) como la aclaración “coito vaginal entre un hombre y una mujer” (¿qué otras variantes perversas se suponen?) son los “coito anal entre hombre y mujer en posición decúbito ventral” o “fellatio entre hombre y mujer”, sobre todo cuando no hay ningún rasgo morfológico que revele a la mujer como receptora de semejantes dones (“realistas”).

Coito vaginal entre un hombre y una mujer. Salinar 1200-1 a.C.

Capaces de alabar la masturbación más allá de la muerte y capaces de reconocer el hermafroditismo, ¿por qué se habrían privado los artistas moche de imaginar o representar el coito entre varones?

Ambiguas e inestables (porque el material que ha llegado hasta nosotros es evidentemente apenas un resto), cuando las estadísticas suspenden toda decisión sobre la morfología corporal de los participantes señalan que un 21 por ciento de los huacos representan coitos anales y casi un 40 por ciento relaciones homosexuales.

Albañilería, ceviche y una buena “cachada” decúbito ventral. Las agencias turísticas de Perú no deberían desperdiciar ese lema.

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