LGBTTI
› Por Mariana Docampo
Olga tenía un rostro más bien raro, estaba algo excedida de peso, y usaba borcegos. Tony me dijo: “Esta es lesbiana”. Era la chica que hacía las cortinas en el barrio. Pero apenas llegó a tomar las medidas de las ventanas de mi casa se puso a hablar de su marido y de su hija. Tony estaba conmigo ese día y por cierto gesto hombruno que detectó, y el tono de voz grave, reafirmó sus sospechas. “¿No ves que es lesbiana?”, me dijo. A mí me pareció que no. Quiero decir, si hablaba con tanta naturalidad de su marido y de su hija, entonces lo razonable era que Olga no fuera lesbiana. Sin embargo, la segunda vez que vino a tomar las medidas en vez de saludarme con un beso me dio un golpe en el hombro que me hizo rotar sobre mis pies. Se había cortado el pelo cortito y se había rapado las sienes y la nuca. Tony sonrió con rostro de triunfo. Yo noté cierto desaliñe en el atuendo, la remera amplia, en fin, ciertos detalles en la forma de vestir que daban cuenta de algún descuido en sus maneras. Y por puro prejuicio terminé convencida de que Olga era lesbiana. Sin embargo, ella desmentía nuestras sospechas cada vez que hablaba. Nos dijo una vez, con total naturalidad, que estaba muy enamorada de su marido, que éste era un “ser único” y que sentía hacia él una gran “atracción sexual”. Tony me miró y me dijo “¿No ves?” Yo contesté: “¿No ves qué? Olga es una mujer que está feliz con su marido”. “Si no es lesbiana —dijo Tony, inconmovible– es porque todavía no se dio cuenta.” A mí me pareció injusto que no se le creyera a Olga, y de pronto sentí que necesitaba de una “defensora”. “Olga es una mujer heterosexual —exclamé—. Tiene su marido, y hace con amor sus cortinas, solo que no le interesa vestirse como una mujer heterosexual, su look no es convencional.”
Ya nos habíamos olvidado de Olga cuando un día la vimos entrar en la librería en la que atiende Tony. Llevaba anteojos de sol y a pesar de que era pleno verano tenía un sobretodo negro que le llegaba hasta los pies. Fue directamente a la mesa donde estaban los libros sobre “Diversidades”, estuvo un rato allí y a los pocos minutos la vimos venir con el libro The whole lesbian sex book en las manos. Tony me miró con una sonrisa. Cuando Olga salió de la librería, vimos cómo se enlazaba a un hombre morocho y bello, grande, musculoso, con jeans ajustados. Ambos se pusieron a besar exagerados, públicos, y Tony exclamó:
—¡¿No viste que es lesbiana?!
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