CINE
Jim Carrey y Ewan McGregor protagonizan una historia de amor atípica para lo que Hollywood está acostumbrado a hacer y dejar mirar. Basada en la vida real de uno de los estafadores y escapistas más legendarios de Estados Unidos, Una pareja despareja, que se estrena la semana próxima en Buenos Aires, ya cuenta en su haber con escenas legendarias: memorables y censuradas.
› Por Diego Trerotola
En un mes, Steven Russell cumplirá 63 años en una cárcel de Texas, donde lleva descontados apenas 12 de los 144 años a los que fue condenado. Cada uno de sus días tiene una rutina estricta: durante 23 horas está solo en una celda perfectamente custodiada y sale una hora para asearse. La presunta razón de ese rigor es que tiene el record de fugas carcelarias, aunque ninguna de las cuatro veces que burló el sistema de seguridad penitenciario usó la violencia. De hecho, ningún “crimen” del que se lo acusa fue ejecutado por medios violentos. Las únicas armas que usó para desarmar al mundo de las supuestas seguridades fue su pacífico coeficiente intelectual (que parece ser de 163) y su capacidad camaleónica, que lo convierten en uno de los más extraordinarios estafadores del sistema financiero, económico y represivo vigente. Una campaña de internet para liberar a Russell (www.thepetitionsite.com/1/freestevenjayrussell) aclara que sus “crímenes, per se, han sido mayormente sin víctimas” y se considera que tal pena es una injusticia, porque los desfalcos y estafas a financieras, bancos y compañías de tarjetas de crédito no justifican semejante condena. Pero el castigo grotesco a Russell parece no ser suficiente, así que también en Estados Unidos se condena a reclusión a su representación cinematográfica: desde enero de 2009, la película Una pareja despareja (I Love You Phillip Morris es su título original), basada en una biografía de Russell del periodista Steve McVicker, no puede estrenarse comercialmente en EE.UU. En este caso, la acusación para condenar a la película a la invisibilidad parece ser que transgrede el lugar que la cultura masiva, y especialmente Hollywood, asigna a la diversidad sexual. Porque, por sobre todas las cosas, Una pareja despareja construye uno de los personajes gays más desafiantes de la historia del cine. Porque Russell, entre otras infinitas cosas, es tremenda, irremediable y felizmente gay.
El proyecto de una película sobre el libro de Steve McVicker sobre la vida en fuga de Russell, y especialmente sobre su relación con Phillip Morris, de quien se enamora en una de sus temporadas carcelarias, empezó cuando decidieron escribir la adaptación a cuatro manos Glenn Ficarra y John Requa, grandes irresponsables de varios guiones, como Bad Santa (Un Santa no tan Santo fue el título local), una guarangada navideña de lo más incorrecta: así se garantizaba que la historia original conservara su carga corrosiva, su humor negro y la visión ácida de los tópicos del american way of life. En principio, el director iba a ser Gus Van Sant, pero tras su renuncia los dos guionistas hicieron suyo el proyecto de la que terminaría siendo su ópera prima. Lo que pudieron concretar, gracias a una coproducción con Francia, es que Jim Carrey y Ewan McGregor interpretasen a la escapista pareja de enamorados protagónica, Russell y Morris respectivamente. A pesar de contar con estrellas, la frontalidad del romance gay no debía ser diluida ni alterada. Antes de que la película se exhibiera, el beso entre Carrey y McGregor, una de las imágenes del poster, generó expectativa. Y cumplió, porque es verdad que el chupón que se dan es conmovedor. En el estreno francés de la película, la cubana Zoe Valdés lo resumió así en su blog: “Carrey y McGregor están como para comérselos, sobre todo en la escena donde bailan juntos, dentro de la prisión, después de haber pedido, casi suplicado, a un vecino de celda que les pusiera su canción preferida; una escena que supera aquella otra del beso en la prisión en El beso de la mujer araña entre Raúl Juliá y William Hurt”. Aunque el beso tiene tal potencia que es comparable con el de la adaptación de la novela de Puig, otra fue la escena del escándalo. Luego de su primera proyección mundial, y por ahora la única en EE.UU., en el festival de Sundance de 2009, Una pareja despareja, John Anderson, crítico de Variety: dio el alerta: “Con una espectacular escena de sexo, que involucra a Carrey montando como un cowboy, la película provocará un ataque cardíaco a algunos fans de Ace Ventura”. Aunque hay clara homofobia en la idea de que un fanático de Jim Carrey pueda shockearse por verlo culear a otro tipo, es totalmente acertado el adjetivo “espectacular” para definir ese momento donde el cuerpo torneado de Carrey se entrega a la faena sexual con electricidad endiablada. Después del estreno internacional en Cannes, Una pareja despareja comenzó a circular por Internet, y actualmente se puede bajar para ver la dichosa escena de la polémica. En su lucha contra la actitud censora, Micheal Musto, cronista estrella del Village Voice, sostiene que lo que molesta es que “Carrey se fife de manera extrema a un musculoso oso pasivo en cuatro”, describiendo la escena softcore con síntesis y precisión. Es que la característica energía física de Carrey, ese desborde del cuerpo a lo Jerry Lewis evidentemente iba a tener una fogosidad memorable para algunas personas y perturbadora para otras. Por eso, ya se rumorea que habrá una versión censurada, con un montaje correctivo, en el hipotético lanzamiento en EE.UU. De ocurrir, sería un caso de clara homofobia de la industria del cine estadounidense, una vergüenza mayor del siglo XXI (habrá que comprobar que la versión que se estrene aquí el próximo jueves contenga esta escena). Igual, la película tiene una capacidad crítica, heredada de la biografía de Russell, que no se puede atemperar con ese corte: la dimensión queer se impone como un torrente mutante que arrasa todo orden institucional y disciplinario de la lógica del mercado y de la identidad predigerida.
Y lo más importante es que en el núcleo de Una pareja despareja germina una revolución queer. Es que los guionistas perfilan la narración para que el personaje de Russell atraviese de manera destructiva cada uno de los cimientos de la ideología americana: el progreso, el expansionismo, el fetichismo y el poder material, la asfixiante familia WASP, la religión del puritanismo, la ley dura, civilizatoria, imperialista. Una parte de su vida, Russell fue padre de familia heterosexual, de profesión policía y voluntario organista de una iglesia, para luego convertirse en gay promiscuo, estafador compulsivo y libertino. Vivió y fingió mil personalidades para demostrar que lo queer como género in progress aparecía y se ocultaba en todas partes, del centro a la periferia de todo sistema, haciendo de la identidad homo una cuestión de polisemia, de múltiples sentidos que entraban y salían de cualquier molde o arquetipo para patentar que la libertad de hacer y ser es fundamental para desarmar el moralismo de cada institución que limitara el principio del placer, del más físico al más intelectual. La película eligió la comedia negra, una contradicción en términos, filmada con una luz pop, colores brillando bajo sol playero, que no deja aparecer el tono sombrío, sino que crea un marco diáfano para celebrar ese crimen contra todo lo que reprime el goce pacífico de ser distinto, cuantas veces se quiera, incluso en el mismo cuerpo, en la misma vida: la continua puesta en crisis según Russell es plenitud queer que embiste, traviste, resiste. Y así, Una pareja despareja también escapa de la idea opresiva de que si una película comercial en EE.UU. es protagonizada por un gay, real o ficticio, tiene que terminar en la muerte, cuyos ejemplos recientes son Milk y Sólo un hombre. Glenn Ficarra es consciente de este punto: “Sí, Secreto en la montaña es una película excelente, pero las cosas seguían iguales: era como si ser gay aún fuese una enfermedad que teníamos que sufrir para morir trágicamente. ¿No era que habíamos superado eso?”. Y John Requa, su compañero de dirección y guión, agrega: “Cuando empezamos a escribir juntos en la universidad, nuestro mentor era gay, a él le dedicamos esta película. Eso fue a fines de los ’80 en Nueva York, era el despertar de la crisis del sida, y él perdió a casi todos sus amigos, sufrió más que ninguna persona que yo haya conocido. Me he encontrado a muchos gays como él, sobrevivientes, que enfrentaron eso. De ahí que queríamos escribir sobre un personaje que fuera un sobreviviente”. ¿Lo que molesta para no permitir exhibirla públicamente no será el hecho de que un gay pone en práctica toda su inteligencia para devastar las certezas de la seguridad patriótica institucional de Estados Unidos y que, además, no sólo no es castigado sino que se lo mira de forma tan apologética como festiva por sus aventuras sexuales y sociales? Y sí, aunque el verdadero Steven Russell está en prisión, custodiado, su alter ego perfecto, el Jim Carrey de Una pareja despareja, corre otra suerte. Los guionistas se permitieron una licencia poética, una mentira al estilo de los embaques de su modelo vivo. Espero que la realidad imite a la ficción, como sostenía Wilde, y que pronto Russell consiga fugarse y continuar con sus aventuras infames, mutantes, para enseñarle al mundo la manera más queer de salir de cualquier idea de la identidad social y sexual como prisión.
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