¡EPA!
La escena es así: barco, altamar, y mirando al horizonte, Martín Palermo, elegante como todo goleador con traje nuevo. Ahí prorrumpe un muchacho, más joven, más bajo, menos imponente pero más enamorado. A juzgar por su camiseta, hincha de River, a juzgar por el modo en que lo agarra de atrás, con ganas de masa. Palermo es Palermo, ni rechaza ni accede. Entonces, el chico con voz trémula, le agradece por los goles que metió. Y ahora, Palermo sensible responde a los arrumacos. La cámara se aleja para que apreciemos a la pareja en pose idéntica a la de los amantes del Titanic. Pero ni Palermo, ni su masculinidad, ni el equipo de futbol, se hunden por esta escena. Al revés, cierto viento a favor incluye en la inercia cotidiana, el chiste que no duele a nadie y que no le corta la carrera a ninguno. El locutor remata: “Vuelve el juego que hace posible esos amores imposibles”.
Los comentarios en Internet hace referencia al “curioso” aviso de Palermo y con tal eufemismo, acusan el ingreso al mundo del deporte, si no por la puerta 12 al menos por la de la publicidad, a una “naturalidad” y una familiaridad con lo diverso. En un contexto tan cerrado y homofóbico como es el fútbol, esta broma de Palermo, quien años atrás ya había aparecido lookeado como Marilyn en una revista y fue uno de los primeros en platinarse y lucir tuatuajes, es un golazo más.
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