PD
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Les escribo porque quedé conmovido con el magnífico reportaje a Marcelo Bernasconi. Si uno es capaz de leer entre líneas y extraer las enseñanzas que nos deja este terrible caso, creo que podemos avanzar un pasito más en la lucha contra la desigualdad y la discriminación.
Dice Marcelo: “A los 10 años, mis compañeritos de escuela estaban enamorados de las chicas y yo de ellos”. No es como para pasar por alto este testimonio, porque para el imaginario social (y por lo tanto, para las leyes vigentes) una persona se convierte en homosexual el día en que cumple la mayoría de edad. Eso ha invisibilizado, y sigue invisibilizando, el dramático problema de los/las niños/as y adolescentes gays. He recogido testimonios, además del mío propio, que hablan del sufrimiento que produce la discriminación en la escuela y otros espacios sociales, desde edades muy tempranas. La mayoría de los problemas que tenemos los gays adultos provienen de esa falta de reconocimiento, respeto y apoyo a nuestra identidad durante la infancia y la adolescencia. A veces los “expertos” denominan “confusión” a lo que es una clara percepción de ser diferentes, y de ese modo nos patologizan y nos convierten en problemáticos si persistimos en tal confusión.
Sigamos escuchando a Marcelo. El dice: “De hecho yo estuve con uno de los hijos de mi patrón, que tiene 26 años. El les contó a todos sus amigos del pueblo. Eso llevó a que me gritaran cosas, me llamaran al celular, me mandaran mensajes. Me decían ‘puto’, pero a la vez querían estar conmigo”. Probablemente el adolescente Marcelo haya estado con el hijo de su patrón porque le resultó atractiva la experiencia, sin sospechar las consecuencias que eso le iba a traer. Si en lugar de Marcelo se hubiese tratado de Marcela, eso no habría ocurrido. Y esto nos lleva a reflexionar sobre otro punto poco explorado: la diferente percepción social que existe cuando los protagonistas de la sexualidad adolescente son heterosexuales y cuando son homosexuales. Hemos presenciado infinidad de veces que una relación entre una chica de 15 años y un muchacho de 21 o 22 años resulta aceptable y “normal” para el entorno social. Sin embargo, cuando se trata de dos chicos, el mayor puede ser acusado de “corrupción de menores” porque, según he leído en expedientes judiciales, “desvían el normal desarrollo de la sexualidad”: la homofobia imperante en la Justicia hace que una relación homosexual sea definida como “desviación”. De hecho, en mi propia experiencia, recuerdo que cuando tenía 13 o 14 años, etapa habitual de la iniciación sexual, no me atraían los chicos de mi edad, sino los muchachos más grandes, generalmente de veintipico. Y mi iniciación sexual fue muy placentera, al igual que otras relaciones que tuve durante mi adolescencia. Hoy en día no puedo dejar de pensar que la Justicia condenaría a mis partenaires (elegidos por mí) por corrupción de menores. Todo ello deriva de la negación de la sexualidad gay adolescente por parte de una sociedad todavía encerrada en sus mitos. Todavía queda mucho camino por recorrer en este proceso de desmitificación que hemos emprendido.
Un abrazo y adelante con el suplemento.
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