NOTA AL PIE
› Por Raúl Trujillo
El espacio, poblado de máscaras fetiche, el estilo de vestir, mientras tanto, neutral, parco.
También es una máscara el juego del anonimato a-sex, donde el jenswear es uniforme globalizado. Gris jaspeado es el color más cercano al de un pijama y clásico del underwear americano de ellos y, de unos años para acá, del de ellas, en sus slips versión culotte de BVD. T-shirt de este vaquero urbano que espera con las manos en los bolsillos en las esquinas del planeta desde James Dean.
Desde los tiempos de las guerras por el fuego, las máscaras nacieron como objeto ritual, conexión con lo sobrenatural y el poder del mago y chamán. Para los griegos, dos aspectos: tragedia y comedia. En la Edad Media, los antifaces vestían los carnavales y en las cortes las mascaradas de Versalles a Venecia inmortalizaron la imagen del fantasma y el arlequín. Más antiguas, las africanas fueron objeto de estudio, y fue a partir de su elemental y poderosa geometría simbólica que Picasso sintetizaría en el cubismo y los modernos, la Bauhaus.
Como sinónimo de sofisticado glamour pop, fue Prince en los ’80 el más enmascarado When Doves Cry y hoy la dramática diva Lady Gaga luce estrambóticos monóculos de encaje en Alejandro. Pero también, por años, fortachones luchadores despojan al rival vencido en señal de victoria develando la verdad. Hay más máscaras que nada esconden y que salen en tu ayuda: las hay de tratamientos antiage, frías o tibias en gel y con barro o hierbas antiestrés.
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