LUX VA > A CASA BRANDON
Nada es lo que parece, o lo que parece es lo que es. Lux sale temprano esta semana y se acomoda en un living donde los besos no piden permiso aunque desbordan respeto. Un poco de cumbia, un poco de pop y un baño que promete más de lo que se puede ver.
La invitación no podía ser más tentadora: la Leo García con peluca y a punto de comerse un trozo, digo un troncho, digo un tronco. Diga lo que diga, ese jueves fue día de tacos y vestido; idea poco original la mía: no bien entro me recibe el autor de la Mostra —40 bocetos para el nuevo cd de Leo García— con largas faldas negras y el osito de sus pelos bien acomodados en el pecho. ¡Gracias a la diversidad haber hallado además, y en el primer instante, ese chongo de larga melena, lampiño como un negro ¡y en escandalosa musculosa blanca! De algún lado lo tengo visto (¿o sentido?), pero para qué perder tiempo en hacer memoria, si algo puede rescatarse de la noche es el fácil olvido de placeres y pecados que permiten reincidir y reincidir y reincidir. Luz de Lux, antes de perderla me meto en el baño, no quisiera subir las escaleras antes de saber que todo está en su sitio. Una nariz como la mía no puede equivocarse, eso es lo que siento, un olor a feromonas que no vienen encerradas en frasco de perfume, un olor capaz de inventar dedos viscosos y comisuras de la boca que se limpian con el dorso de la mano y hasta la búsqueda desesperada de moneditas para obligar a la máquina a escupir sus globitos. Porque sí, porque ahora los forros hay que sacarlos de la máquina, los guardianes de la moralidad que han tocado el timbre hasta hartarse en la Casa Brandon exigen que los condones no se regalen, que estén custodiados en sus máquinas de baños, no vaya a ser que alguien se quede sin ellos por la vergüenza de retirarlos de la barra donde históricamente se ofrecían, más ricos, más útiles, más generosos que ese aparato que se traba, se vacía ¡y se factura! En fin, mejor no me quejo y me dejo, arriba hay menos luz y más ruido, es hora de escalar a las alturas, ya la cerveza me traerá al llano para ver si descubro si soy yo o es la nariz que está imaginando cosas lindas.
Home, sweet home; el living arde y sin embargo la gente está sentada ¿de qué se trata el calor? ¿Besos y abrazos que se cruzan? ¿El intervalo que precede a la fiesta? ¿La Fiesta del Señor de las Santas Pascuas o la fiesta itinerante de Brandon que volvió a girar por distintas pistas y empezará lejos de esta esquina perdida de Villa Crespo que sienta sus bases en tres palabras anotadas en las paredes? Amor, visibilidad, respeto. Todo muy lindo, muy calentito, muy amigable... aunque se vea poco. Visibilidad acariciada por luz roja y chicas que parecen chicos, chicos que parecen chicas, chicas que sacan chispas de las uñas, chicos que sudan en la barra pidiendo por un trago, señoras de traje cruzado que protegen a la propia con un brazo en el hombro. Qué relajo, qué descanso, qué placer descansar un rato de la histeria de la disco. ¡Hasta dan ganas de comerse un sanguchito! ¿Sanguchito? ¿Será hora de invitar a alguien a comprobar si mi nariz miente en el baño? Lo mejor ¡son sólo las once de la noche!
El tiempo no apremia, pero los primeros acordes de un tema de Gilda me hacen subir la escalera otra vez antes de que termine la inspección olfativa de los boxes de abajo. Leo García con peluca —esta vez tiene rulos— le da a la matraca de la cumbia y hay almas amables que se han decidido a sacudir las polleritas. Si alguien pregunta dónde están las chicas, las chicas están acá, ¡gracias a la diversidad que no están solas! He ahí un adonis un poco chupado que me da viento con su abanico. He ahí el hombre de la musculosa y la larga melena en la espalda. He ahí el de vestido y tapado de oso debajo. La cerveza está fría —y no voy a endeudarme por comprarla—, la noche es un bebé de teta que quiere prenderse a mi pecho. Pero por esta vez es suficiente, ya la madrugada dará revancha, pero no será este jueves.
Casa Brandon L. M. Drago 236 4858-0610
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