Vie 28.01.2011
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ENTREVISTA

Los años locos

Sus casi tres décadas traqueteando escenarios hacen de él un sobreviviente testigo y protagonista de aquellos cercanos tiempos en que la palabra “underground” pasó a ser una clave que identificaba los nuevos espacios de la creciente movida marginal y periférica. Sin que eso le hubiera impedido incursionar en producciones comerciales de las que no guarda tan imborrables recuerdos. De Los Peinados Yoli a dirigir el unipersonal Por el lado más bestia, Tino Tinto sigue haciendo camino.

› Por Fernando Noy

¿Qué es lo que se evoca cuando se evoca a los años ’80?

—Los dorados ochenta... Creo que hablamos de una generación, por sobre todo, de mucha solidaridad entre quienes nos sentimos parte y de pasión inusual con el público, quebrando incluso barreras. Algunos comentaban que no podíamos ser tan buenos como los recuerdos. Y es cierto, aunque siempre un corazón cálido será suficientemente bueno. En los dorados ochenta estábamos poseídos por lo que hacíamos. Nos relacionábamos con toda clase de personajes... Como Federico Klemm, por ejemplo, que nos invitaba a desayunar a las siete de la mañana con licor de menta y delicias, después de trabajar toda la noche, ya fuera en la disco Area o en Palladium.

¿Cómo surgieron Los Peinados Yoli?

—Por la increíble Doris Nigth. A través de ella fue Batato (Barea) quien me convocó y desde nuestro primer encuentro ya no nos separamos nunca más. Había cada nombre que marcaba desde el vamos nuestros personajes: Divina Gloria, Meter Pirello —seudónimo de Marito Filgueras— y Ronnie Arias. Nos elegimos casi sin conocernos, fuimos pioneros de manera inconsciente. Yo había incursionado en el grupo Caviar y ya estaba con, digamos, el uniforme de estrella. No paramos de hacer varieté a nuestro exótico estilo en innumerables escenarios, incluso Cemento, Taxi Concert y el Parakultural. Hasta que llegaron otros compromisos con ofertas más profesionales.

¿Cuáles?

—Por ejemplo M. Butterfly, la comedia musical dirigida por Sergio Renán en el Teatro Metropolitan con Cecilia Roth entre otros famosos. Yo veía mi nombre iluminado en una marquesina gigante sobre la calle Corrientes y como finalmente la temporada duró apenas tres meses sentí que nada era seguro. La vocación se me había cansado, busqué un trabajo convencional y la guardé en el freezer. Nada que ver con la experiencia anterior, cuando hacíamos Calígula dirigidos por Pepe Cibrián.

¡Pero esa puesta fue un éxito!

—Trabajé en la primera versión, recién cumplía veinte años. Entre mis compañeros estaban ese extraordinario actor que es Guillermo Angelelli y nada menos que Batato Barea. Por suerte nuestros contratos con la empresa se renovaban cada tres meses. Pasados los cuales, sorpresivamente, algunos del elenco decidimos no firmar. Por supuesto que enseguida nos suplantaron. Pero en esa actitud compartida por los que nos íbamos, en el fondo había mucho de revolucionario. No queríamos seguir con algo tan establecido sino empezar a generar nuestras divertidas locuras. En realidad nos aburríamos con tanta rutina y horarios.

Y entonces, ¿qué?

—Vivimos al mango la libertad ochentista recién inaugurada. Autogestionamos nuestro propio despertar. Lo más reconfortante fue vernos mezclados con el mundo del rock. Teloneábamos a Los Redonditos de Ricota, Sumo, compartíamos galas con Virus y Federico Moura no se perdía nuestros números.

Eran los desclasados del rock... o los putos del rock.

—Eramos como un nuevo circuito en el que se mezclaba sobre todo nuestra homosexualidad asumida tanto en escena como en la propia vida. Roberto Jáuregui era de los nuestros y nos invitaba a colaborar con la primera etapa del CHA. Descubrimos cierta clase de artistas profesionales muy sensibilizados, como Soledad Silveyra, por dar un ejemplo. Igual siempre el riesgo fue fundamental en nuestros destinos. Hasta ahora. Hace unos días tuve la maravillosa aparente casualidad de encontrarme con Alejandro Urdapilleta. Mientras lo acompañaba a hacer algunas compras, en apenas media hora, recordamos tantas aventuras que nos doblamos de risa. Con la típica inconsciencia de la juventud, en aquellos tiempos éramos capaces de cargar bolsos cubiertos de purpurina caminando por calles oscuras, de un boliche a otro, sin sacarnos el maquillaje. Ibamos a Babilonia, en el Abasto, cuando ese barrio era un verdadero Bronx y nunca nadie nos hizo nada malo. Algo que no creo volvería a repetir aunque después de tantos años ya no hay la terrible represión de entonces y la mayoría de la gente pareciera estar a nuestro favor. Por lo tanto, deduzco que finalmente conseguimos romper muchas corazas para poder mostrar nuestro lado B. Por algo esta puesta con Pablo Mikozzi se llama Por el lado más bestia. Con él logramos revivir ese espíritu de fiesta para transmitirlo a los que se lo perdieron.

¿Tienen mucho en común?

—Mikozzi es del tipo de intérpretes que no pierde sus ideales por nada. Con él se puede trabajar en permanente alegría, algo para nosotros casi obligatorio pero nada habitual. Este es su momento. Público y crítica lo confirman. Sobre todo coincidimos en mostrar la práctica de una ideología capaz de reflejar conflictos para resolverlos por medio del humor. Desde situaciones descabelladas pero fascinantes y sobre todo efectivas hasta este asunto del exceso de información al instante por la Web.

Liberación sexual incluida.

—Que se refleja y disfruta en todo. Hoy si querés salir con determinado chico, sabés dónde buscarlo. Internet es la gran celestina y a mí me parece bárbaro que cualquiera encuentre lo que se le antoje, sin tapujos.

Después del paréntesis autoimpuesto, ¿cómo retornaste?

—Gracias a Karina K. con quien antes de irse a España estábamos haciendo Antidivas y, aunque muy poca prensa nos daba bolilla igual llenábamos. Teníamos seguidores que repetían las funciones y con el famoso boca en boca agregábamos funciones. Hoy Karina es una de nuestras primeras actrices nacionales además de madrina de Por el lado más bestia. Gracias a ella saqué las ganas del freezer cuando al regresar, después de cinco años, me propuso que la dirigiera. Sentí una inyección de ganas y volví al medio. Con Pablo Mikozzi vuelve a originarse un fenómeno similar.

¿Qué es lo que más gusta de este show?

—La gente se reconoce en la implacable galería de feroces y tiernos personajes al mismo tiempo surgiendo frente a sus narices. Y agradecen no sólo con aplausos cada función. Son capaces de reír hasta de sus propios quilombos, y ese es el mejor modo de exorcizarlos.

Por el lado más bestia, con Pablo Mikozzi.
En la Sala Melany, San Luis 1750, Mar Del Plata, Tels. /Informes: (0223) 494-2950. Entrada $50.

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