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Apuntes sobre la noticia de un joven riojano que se suicida tras sufrir acoso homofóbico. ¿En todos los puntos del país es posible hablar de igualdad de derechos?
La imagen es, por lo menos, dantesca: una ráfaga desprendida de las polleras del impúdico viento zonda sacude el cuerpito adolescente de Carlos Nicolás Agüero, de 17 años, en las afueras de la localidad de Chepes. Carlitos, mordiéndose la lengua de rabia, cuelga su carne de un árbol, como una especie de ofrenda macabra al prejuicio del vecindario chusma, que sacaba sus sillas a las veredas de los atardeceres riojanos para mofarse del amanerado caminar del jovencito.
Carlitos ahorca el burbujeo de su sangre, en una especie de homenaje nefasto a esos docentes medievales de la negligencia institucionalizada, que le enseñaban Instrucción Cívica para convertirlo en un ciudadano modelo. Siempre que se metiera su deseo en el culo, y no se enterara el rector de las pulsiones de su bajo vientre, por supuesto.
Franco, el hermano de Carlos, y quien encuentra su cuerpo, balbucea la pérdida ante la mirada miserable del amarillismo local, que hurga sus heridas con la falange infame de la birome periodística. Franco susurra el dolor y traviste el “Orgullo” de la ciudad autónoma musicalizada con bits electrónicos, en una peregrinación contra el silencio, la discriminación y la violencia. Transforma el duelo en purga, el llanto solitario en zapateo colectivo por el empolvado camino rural. La culpa creyente de una comunidad a veces tiene esas volteretas: hace falta un sacrificio para salir a pedir justicia por algo que antes se repudiaba con fe cristiana.
Son sus huesos los que están allí, para recordarnos a las maricas asfálticas y políglotas, a las maricas catedráticas del placer y preocupadas por los devenires del deseo, cuán abstracto y pretencioso es hablar de igualdad desde nuestras miradas cosmopolitas. Somos monos repitiendo discursos académicos que nos sobrepasan, que reconstruyen nuestros flácidos pliegues con la masilla esteta de la musculatura, de la tiranía anabólica. Chimpancés que miramos atónicos el cajón.
Es esa polaroid de la intolerancia, que los medios Glttbi argentinos (los pocos que se hacen eco de la noticia) reproducen en sus páginas de Internet, anacrónicamente adornada con publicidades anoréxicas, invitaciones a embadurnamientos con aceites orientales que prometen salud, relax y placer. Publicidades que invitan a bolichones hiperlumínicos donde se aturde la marica aceptada, la marica que tiene cabida en los estándares de la clase media, que sigue construyendo su imagen de lo diverso, a partir de las pautas publicitarias de la perfumería europea.
Entre la imagen de Carlos afloran las propagandas de ropa íntima masculina a facturarse en moneda extranjera por esos que consumen el prototipo Stonewall que dicen querer erradicar, por una fotografía más populosa del chorreo homosexual. La contradicción artificiosa nos hace negar esos cánones en épocas de discursos biempensantes, de la banalización del “todos y todas” que repite, como un mantra budista, el discurso presidencial, en tiempos de matrimonios igualitarios.
Días atrás, otro “magazine diverso” daba cuenta de la realización de un documental sobre la apertura de placares, a manos de un cineasta francés con ánimos de mochilero embelesado con nuestras costumbres sudacas. En esa nota, en la que dejaba claro su mirada atenta a los ecos dominantes, decía que su idea era recorrer el país para ver cómo las leyes que se deciden en Capital cambian vidas en el interior. Es decir, negando, o borrando de un plumazo sin purpurina, la lucha de organizaciones Glttbi de las provincias, en la proclama de la Ley de Matrimonio Igualitario.
Carlos desconoce los detalles pretenciosos de este marica que escribe desde ese sentimiento tan putamente clasemediero: la indignación. Esta marica que no niega sus orígenes pero, en ocasiones como ésta, putea por lo bajo, mientras escucha a la masificada Lady Gaga.
Carlos es ajeno a todo esto. Carlos descansa de la mirada condenatoria de la ignorancia. Carlos reclama que su cuerpo sacrificado nos enseñe de una vez por todas que el deseo es definitivamente otra cosa. Ni lo académico de los libros que circunscriben, ni la aberración que desatará los cataclismos cristianos que pregonaban sus vecinos.
Gastón Malgieri
Coordinador
Di/Verso - Taller de lecto-escritura sobre la Diversidad Sexual. Modalidad Virtual
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