LUX VA > A PELVIS
Lux arde en el fragor popular de un bar donde siempre es de noche y siempre hace el suficiente calor como para andar en paños menores. No exactamente friendly, pero por treinta pesos cualquiera goza de su baile privado.
Las sociólogas, como siempre. Ellas me llevaron, ellas con sus libros bajo el brazo, arrastrándome por caminos oscuros a la hora del té. Y no era té lo que iban a tomar, qué va. Unx queriendo ilustrarse y ellas sólo lustrarse la garganta con whisky bueno, bonito y barato. Como la cita era en la calle Corrientes, yo vestidx de calle, nada estridente, hartx de la noche, pero siempre con ese cosquilleo de partes que no me deja decir que no. Igual, no hubiera tenido oportunidad, me llevaron por Sarmiento, muy taconeando ellas, hasta el dominio de un galán que fuma delante de una vidriera negra. No, chicas: género condicionado, no, que ya tuve lo mío en el ABC, dije yo o creo que dije cuando mi Lux se apagó del otro lado de los vidrios negros que me tragaron con más velocidad que la garganta de Linda Lovelace. ¡Qué contentas estaban las sociólogas con el jotabé a 20 pesos! No así yo que me olía un ambiente, cómo decirlo, demasiado straight para mi gusto, derecho como el caño que brillaba sobre el escenario. Las sociólogas se fueron directo al fondo, hacia una mesita que quedaba justo a la mitad de una cortina que ya iría a saber unx para qué estaba. ¿La concurrencia? Chongos desolados, doblados sobre pizzas y hamburguesas que les servían las chicas en bombachita que atravesaban la cortina con el olor a carne que arrastraban desde el fondo. Así nos sirvieron los baldes de escocés, con la ropa interior a flor de piel y unx cubierta como para ir a misa. Yo me saco la camisa... ¡No, Lux! ¿Y por qué no? ¡Estás sin depilar!, gritaron a coro como si hubieran visto algo debajo de mi pudendo vestuario. ¿Qué no? Me la saco, insistí justo cuando llegó a la mesa el único chongo erguido del bar, muy apretadito en su slip, muy a tono con el invierno caliente que nos tocó en gracias. “Cada veinte minutos hay show, pero si quieren uno privado, por treinta pesos se los hago”, azafato con rima, un lujo sólo conseguible en pleno centro de la urbe porteña. Lo calamos profundo, le preguntamos por las variedades, se hizo el oso, aunque era más lampiño que musculoca en sábado a la noche. Como para ir probando, las sociólogas me señalaron con un revuelo de ojos al que se acababa de lastrar la hamburguesa que cruzaba la cortina. Una de las mozas lo sentó en una silla y le clavó la raya adornada de puntillas en plena nariz y, sucundún sucundún, se ve que olía bien ahí dentro porque al muchacho algo empezó a dolerle debajo del jean, digo, por el modo en que se masajeaba. ¿Me podré sumar? No, Lux (las sociólogas) Sí, Lux (otra moza que rellenaba el vaso de las chicas). ¿Te hago un privado, Lux? (el chongo erguido). ¿Vamos todxs? (yo). Al final no fue nadie, pero yo dejé saltar los botones de la camisa en cuanto chongo erguido se alejó de la mesa, porque otros tantos chongos no tan erguidos empezaban a revolear la ídem. ¿Quién tiene cositas lindas para Lux? Arriesgué frente a una tonada cordobesa que enseguida me sopló el polvo en la oreja. ¿Quién dijo que este lugar no era amigable? ¿A qué huelen esos deditos, Córdoba? Córdoba no escuchaba, polvos mágicos hurgaba en mi escote pensando que tenía un soutién de flecos. ¿Qué le ponen al jotabé en este antro? ¿O nos habrán dado jotapé? Digo, por el calor popular que de pronto supimos emanar. Nos vamos, dijo socióloga uno. ¿Y qué hago con este vigor?, pregunté yo, no es así, chicas, no se le da a unx la tostada y se la deja sin untar el dulce. Dejate de poesía, Lux, y caminá derechx (socióloga dos estaba nerviosa). Pero como de derechx no tengo ni las partes, las dejé taconeando solas y me volví a mi mesita del fondo en busca de mermelada. ¿O en este bar no sirven también desayunos? o
Pelvis, Sarmiento 1743, desde el mediodía hasta la madrugada. Viernes y sábado: shows de transformismo.
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