ENTREVISTA
Estuvo en Ezeiza resistiendo cuerpo a tierra el fuego cruzado de la derecha peronista aquel trágico 20 de junio de 1973. Y también en la Plaza de Mayo, cuando su amado general Perón terminaba de defraudarlo al tildar de imberbe a la juventud peronista que había luchado por su regreso. Entonces cantaba que no era puto ni falopero sabiendo que mentía alevosamente como tuvo que mentir más tarde, o al menos permanecer en el clóset para no perder trabajos de galán en la televisión abierta. Ernesto Larrese finalmente salió de allí cuando empezó a pelear, junto a su hoy esposo, Alejandro Vanelli, por el matrimonio igualitario. Así recuperó el gusto por la militancia y por la política que hoy lo lleva a postularse como jefe comunal por el barrio de Palermo.
› Por Paula Jiménez
–Desde siempre lo pensé, me gusta mucho. Desde que en la década del ’70 salía a pegar obleas que decían “Montoneros vuelve”, porque tenía amigos que estaban militando ahí. Mi máximo acercamiento fue ése, porque no me daban las tripas para participar de la lucha armada, pero sí para colaborar en lo que podía. Y, por supuesto, estuve en todas las marchas. Estuve el 20 de junio en Ezeiza tirado cuerpo a tierra, cuando llegó Perón, porque desde el palco donde estaba la CGT tiraban hacia donde estábamos los estudiantes. Estuve en todos los movimientos previos al golpe. Estuve en la plaza la tarde que Perón nos echó y nos dimos media vuelta y nos fuimos...
–Me considero un joven defraudado. Nunca fui parte activa de la organización, pero sí muy simpatizante. Yo sentía que FAR y Montoneros me representaban. Me considero parte de esos jóvenes a los que el viejo aquella tarde llamó “imberbes”, y que unos años antes, estando él en España, alentaba a que tomaran las armas y voltearan a Lanusse. Después, cuando llegó acá, lo primero que hizo fue aliarse con la parte más derechosa del peronismo y denostar a la juventud. Nos pidió que lucháramos para que él pudiera volver y una vez acá nos dio la espalda.
–Muy difícil. Para cualquier cosa era difícil ser gay en aquella época. En la profesión, hay –o la hubo hasta ayer– mucha homofobia. Productores de teatro, de cine, de TV, que tienen su prurito contra la gente homosexual. Así que yo no lo decía en el ambiente. Y en mi casa tampoco lo hablaba. Mis padres eran muy grandes, mi madre muy chupacirios, entonces era muy difícil plantearles esto. Y en la política tampoco. Que una agrupación fuera de izquierda, eso no hacía que sus integrantes fueran abiertos de cabeza: si no cumplías con el dogma de la izquierda eras absolutamente raleado. Perlongher y tantos otros que lo mostraban abiertamente fueron duramente castigados. Después de una acusación de la derecha a Montoneros de ser homosexuales y drogadictos, hubo una marcha en la que cantábamos “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros”. Yo mismo iba cantando eso, hasta que me di cuenta. Yo fumaba porro en esa época y me dije: ¿qué estoy diciendo? Soy puto, soy falopero y estoy rodeado por una manga de fachos, iguales que los que están del lado de enfrente. Yo estoy mal ubicado acá, pensé. En el mismo lugar donde me sentía contenido también había una veta de rechazo importante.
–Lo estás diciendo vos. Sí, fue un momento muy duro. Y trasca vino el golpe. Lo único que tuvo de hermoso ese verano del ’76 fue que lo conocí a Alejandro. A partir de ese momento cambió mucho todo. Me fui a España después del golpe escapando de la situación. No había trabajo, no podías hablar, tenías que cuidarte de con quién estabas, los amigos desaparecían. Igual, ya venía todo mal con la Triple A. Con Alejandro nos conocimos gracias a una terrible desgracia. Había habido un atentado a Nacha Guevara en un espectáculo en el que yo trabajaba con ella. Debutamos un 29 de diciembre de 1975, Alejandro viene a ver esa función, porque él hacía la prensa. El 30 estábamos preparándonos y se escuchó la bomba que mató al iluminador y apareció la carta de la Triple A advirtiéndole a Nacha que se fuera del país en 24 horas. Entonces el Gallego García, el dueño del teatro, se quedó con toda esa producción y le propuso a Antonio Gasalla que pasara con su espectáculo a la sala de Nacha y reutilizara los vestuarios. Yo me incorporé a ese nuevo elenco. Alejandro empieza a aparecer en los ensayos y me cae muy mal, yo lo veía muy mariquita, yo era otro perfil, chongo de Lanús, otra onda. Y hablando me empiezo a enganchar, a ver que era interesante, que tenía ojos celestes... Empezamos a salir y un tiempo después, con el golpe, llegó la gran noche al país. Yo viajé. Estuve dos años afuera y en el ’78 volví, pensando que tal vez se ablandaba el tema de la dictadura. Pero faltaba mucho para el ’83.
–Sí, y porque mis viejos estaban muy viejitos. En España además, no lograba insertarme como actor, no era fácil. A Alejandro le empezaba a ir bien acá y yo decidí volver. El retorno fue bueno. Enseguida que llegué, armamos un espectáculo con Reina Reech y conseguimos gente que puso la plata para el show. Y al otro año me convocaron para hacer Chicago con Nélida Lobato y Ambar Lafox. En el ’80 reemplacé a Pablo Alarcón en Drácula, la que dirigía Sergio Renán; hice temporada en Mar del Plata y gané un Estrella de Mar como revelación. Después empecé a trabajar en ATC, en telenovelas, en un ciclo de grandes clásicos argentinos, no paraba de trabajar. Y paralelamente la relación con Alejandro se fue afianzando cada vez más y me quedé.
–Lo peor era en ATC, que era del gobierno. Siempre el tema de la homosexualidad estaba tapado, sólo lo sabía nuestro grupito íntimo. También pasaba una cosa. Te lo voy a decir así: yo sexualmente no tengo problema con las mujeres. Hay chicas que me resultan atractivas y llego a la cama con ellas. Con Alejandro siempre tuvimos en claro que somos dos hombres y elegimos tener una relación abierta. Difícilmente el modelo heterosexual pueda irles bien a los vínculos homosexuales. Tenemos esa cosa que tiene el hombre, de culo veo culo quiero. La fidelidad nos resulta contranatura, porque es algo meramente cultural. En la naturaleza no existe la monogamia ni la monoandria. Con Alejandro lo entendimos así de entrada. A los quince días de estar juntos tuvimos la oportunidad de tener una cama de tres con otro chico y fue fantástico; al otro día, cuando nos miramos a los ojos nos dimos cuenta de que seguíamos igual de enamorados. Ese era un ser pasajero entre nosotros y esto le dio aire a nuestra relación. Para nosotros no existen los cuernos, la fidelidad pasa por otro lado...
–El no es lo único en mi vida, pero sí el primero. No sólo en el plano sexual, yo tengo todo un mundo que Alejandro no conoce, y lo mismo él, tiene todo un mundo en el que yo no tengo interés en entrar. Hay respeto por el mundo del otro, no invasivo, sí compartido...
–Y, jajaja... los tenés que trabajar en terapia. El tema de aprender a soltar es importante. Cuanto más soltás, más se te pegan. Soltás y las cosas te vienen solas, es al revés de lo que la gente cree. La gente piensa que hay que retener para que el otro no se vaya y es todo lo contrario. Sucede lo opuesto a lo que el ego piensa que va a suceder.
–Sí. El es de los que necesitan tener un cierto romance con las personas con quien llega a la cama. Al revés de lo que pasa en el mundo gay en general. Yo siempre le digo: vos necesitás enamorarte un poco. Yo, por mi parte, cuanto menos sé de vos, mejor. Pero él es diferente. Y en estas idas y vueltas empezó a tener algo con una actriz muy famosa, buen sexo, y se fueron a Buzios solos una semana. No era habitual algo así. Una aventurita sí. Tuvimos muchas. Yo tengo 61 años y hasta los 55 siempre fui muy bolichero. Cada noche que volvía de bailar me traía a alguien.
–Sí, y él durmiendo en la habitación de al lado. La gente se asombra, pero ésta es la llave del éxito de nuestra relación. Yo puedo estar encamado con el chabón o la mina más lindos del mundo, pero si en el medio del polvo suena el celular y es Alejandro diciéndome que me necesita, me levanto y me voy con mi amor. Por ahí pasa la fidelidad. No por no tener fantasías u otros vínculos con otros, eso me parece una hipocresía. Si te desenamorás no depende del control que tengan sobre vos. Los celos son un hijo de la propiedad privada, que también es antinatural. Los pajaritos no tienen el contrato de propiedad de donde hacen el nido. Eso es una ilusión. Es una ilusión con las cosas, y cuanto más con las personas. Ni tus hijos te pertenecen. Esta forma de pensar redunda en mi forma de sentir. Otra cosa que descubrimos con Alejandro es que somos como compinches, con una vuelta más a lo que se llama amor, y en la cama nos llevamos muy bien, lo cual también es todo un trabajito.
–Como parte del proceso del que queríamos participar en relación a la igualdad de derechos. Si te voy a ser franco, el matrimonio como institución es algo que yo abomino. Pero, ¿por qué no voy a tener los mismos derechos que un heterosexual estándar si tengo las mismas obligaciones? Me quería sentir un ciudadano de primera. En aras de eso me casé y para regularizar una situación patrimonial. Yo siempre digo: no me casé por amor sino por dinero. Por amor no necesito casarme.
–Mis viejos murieron no sabiéndolo y al resto de la familia nunca se lo oculté, lo llevé siempre a Alejandro conmigo a las fiestas familiares, pero no lo expliqué nunca, porque no me parece que corresponda ir a explicar. Y los dos tenemos un entorno familiar muy contenedor. Con el tema de la política era lo único que me frenaba, porque sentía que me iban a atacar con que soy puto. Fue parte de la militancia por el matrimonio. Al principio me pareció duro, me pregunté qué podía pasar con mi profesión, pero pensé que tampoco tenía tanto para arriesgar, porque vengo trabajando raleado desde hace diez años. Y lo cierto es que con todo esto reverdeció en mí el tema de la militancia política. Conocí con el tiempo a Martín Sabbatella, y la verdad que el gordo a mí me enamoró. Mi participación en Nuevo Encuentro tiene que ver con impulsar acciones contra la xenofobia y otras discriminaciones y hacer campañas de educación. Entre otras cosas, ése será mi aporte.
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