A LA VISTA
Uno de los efectos de la ley de matrimonio igualitario que está a punto de cumplir un año de vigencia se puede advertir en las listas de candidatos y candidatas a legisladores porteños que se encontrarán este domingo en el cuarto oscuro. Nunca como ahora se valoró tanto la militancia por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans, al punto de haberse convertido en pista de despegue para la carrera política electoral. Una carrera que los candidatos y candidatas, todavía flamantes contrayentes la mayoría, hombres y mujeres que les pusieron nombre y apellido a historias de amor y de vida en disidencia con la heterosexualidad obligatoria, prometen transitar poniendo en primer plano el respeto por la diversidad, la integración, la visibilidad de problemas que nos afectan a todos y a todas, aunque todavía se insista en que son patrimonio de una o unas minorías. Algo en el escenario político va a cambiar con su ingreso en ámbitos legislativos, casi tanto o tan poco como cambió el panorama la ley de cupo con la obligación de incorporar un 30 por ciento de mujeres en las listas electorales. Resulta obvio que el solo hecho de ser mujer quiere decir poco a la hora de legislar, tan poco como ser gay o lesbiana; pero de algún modo se abre el abanico de lo posible para todos y para todas. Para los niños y las niñas que están creciendo ahora y para quienes esas presencias serán, pronto, algo tan naturalizado como que una mujer puede ser presidenta. O astronauta. Algo tan cotidiano como tener un compañero o compañera de escuela que tiene dos mamás o dos papás. Si antes para estar en política había que borrar todo rastro de sexualidad si no se correspondía con la del macho cabrío (y heterosexual, obvio), eso ya es parte del pasado. Y eso se lo debemos a lo que produjo la ley de matrimonio igualitario como oportunidad para poner identidades y temas en agenda; y antes que eso a quienes vienen poniendo el cuerpo en la militancia lgbti para construir esa agenda, cada quien a su modo. Norma Castillo, candidata a legisladora por la lista que encabeza Gabriela Cerruti, arrasando con el estereotipo de las lesbianas, ese que se construye desde el prejuicio o desde el machismo, vital y sexuada a sus 70 años, feliz de haber integrado la primera pareja de mujeres que dio el sí; Alex Freyre, candidato por la lista de Juan Cabandié, militante y educador, alguien que sostuvo desde la acción y el discurso la problemática del sida en agenda y a la hora de casarse con su novio —los primeros hombres que se casaron en toda América latina—, que también vive con vih, puso eso por delante en forma de emblema para decir que el vih no impide ni el amor ni el sexo ni el plan de vida; María Rachid, candidata a legisladora también por la lista de Juan Cabandié, quien supo poner en agenda al matrimonio igualitario como un derecho que excedía a una minoría; Julio Rovelli, candidato por el Frente de la Izquierda y los Trabajadores, aportando diversidad en ámbitos tradicionalmente hostiles, y Alejandro Vanelli, candidato a legislador por la lista que encabeza Gabriela Cerruti, destrozando las puertas del closet en el corazón mismo de la farándula, ahí donde sabía moverse, convocando apoyos visibles que resultaron sustanciales a la hora de sumar el apoyo de las mayorías. Ellos y ellas ahora pueden ser elegidos y estar en ese lugar, no es un premio sino un compromiso, sobre todo, con los y las ausentes: en ninguna lista hay una sola persona trans. Desde el colectivo lgbt se dijo y se repitió que la lucha que seguía al matrimonio igualitario era por la ley de identidad de género y, aunque ese es un compromiso que excede a quienes resulten elegidos o elegidas, estarán, sin duda, en mejores condiciones para seguir sosteniendo ese reclamo que también es un reclamo de derechos humanos y que por lo tanto nos afecta a todos y a todas.
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