En Tucumán, la biblioteca de género y diversidad sexual Crisálida organizó un encuentro de familias en el que hubo lugar para que madres y padres de adolescentes trans y travestis hablaran entre sí, en un diálogo donde los miedos, la necesidad de información y la voluntad de que los derechos de sus hijos e hijas sean reconocidos armaron una agenda común para enhebrar un relato en el que la única palabra que se quedó sin lugar fue “rechazo”.
–Sabés que recuerdo como si fuera ayer cuando él, bah, ella... es que me cuesta todavía un poco, pero es la costumbre... no es que no la acepte sino que tengo esa costumbre de años de decirle de una forma. Pero que yo use ese “ella” es mi mejor muestra de amor y apoyo, ¿no? Me acuerdo de que ella vino y me pidió un mate y me empezó a contar. Yo sabía, pero esperaba que esa charla nunca sucediera. Y ella me contó. Yo no podía decirle nada, así que la abracé y cuando se fue, me quedé ahí en la cocina donde pasamos mucho tiempo de la familia, donde la vi crecer. Me quedé ahí pensando que no había un mañana (risas). Sí, ya sé que es muy de novela, pero lo sentí así. Salí a hacer las compras y tenía miedo que alguien en el barrio dijera algo. Estaba muy confundida. Hace unos meses me avisó que estaba viéndose con otras chicas como ella, y entre mate y mate me tiró en la mesa la propuesta que yo venga y conozca a otras mamás y papás. Te vas a reír, pero yo pensé que era la única en el mundo. Así que no la dejé vivir: “Avísame cuando es”, le decía todo el tiempo, “no te olvides de avisarme”. La noche anterior no podía dormir, hice un bizcochuelo, me leí todo el folleto que explicaba la reunión, me levanté temprano, y nos tomamos el colectivo. Fuimos las primeras en llegar. Juro que los primeros 10 minutos de espera fueron un millón... Hasta que la vi a Jacinta, la conocía de la obra social, nunca me imaginé que también tenía una hija trans, ¿así se dice, no? Pero ella me habló de cualquier cosa, de cómo le ponía ralladura de limón al bizcochuelo. Es una receta que hacía mi mamá que queda el limón en hebras y lo sentís al masticarlo... Me hizo bien saber que no soy la única, aunque es obvio; pero hablar con alguien que vivió lo mismo que yo es otra cosa. Y hay muchas cosas que yo ni sabía. Al día de hoy tengo miedo, porque hay cada loco suelto que la ve así a mi hija y capaz que le hace algo, no sé... le grita o quiere hacerle algo. O la policía, no sé...
–Son los miedos que tenemos todos los padres: que les pase algo a nuestros hijos; yo tengo 3 hijos, dos mayores y Lourdes que es la más chiquita y que sus hermanos le llevan 10 años. Mis hijos mayores no son transgéneros, pero el miedo también lo tuve con ellos, cuando salían a bailar, ¿viste que por ser hombres una piensa que no les pasará nada? Bueno, yo igual tenía miedo. “Llevá la llave”, “no vengas tarde”, “no tomes”, “usá forro” (risas de las otras señoras). Y sí, se tienen que cuidar, yo les digo todo. Bueno, el miedo está. Pero la información es diferente. Yo quedé viuda cuando Lourdes tenía 2 años, y mis hijos mayores estaban entrando a la pubertad. Pero por ser varones y heterosexuales... creo que hay otra información que sí sabés. Con Lourdes mi temor era el mismo que tiene cualquier padre o madre, pero no sabía qué hacer. Ella me dijo que era transgénero (Lourdes grita: “¡Travesti mamá, soy travesti!”). Bueno, a mí esa palabra no me gusta, porque me recuerda cosas feas. Yo prefiero decirle transgénero o trans. Cuando ella me dijo que era así, yo no tenía a quien recurrir. Le conté a una amiga mía y sabía menos que yo. Yo trabajo en una obra social, lo agarré a un médico piola y lo bombardeé a preguntas. Así supe de las hormonas, de los implantes, y él me dijo que venga acá, a la biblioteca. También nos asesoramos legalmente, porque quiero que Lourdes tenga un DNI y partida de nacimiento que diga Lourdes. Nos ofrecieron poner una foto de ahora en su DNI viejo, pero Lourdes me lo mostró y me dijo: “Mamá... yo soy más que una foto”. Y tiene razón, ¿sabés por qué? Porque la partida de nacimiento no tiene foto, y una foto en el DNI, sin que aparezca su identidad, con el viejo nombre y género, es un derecho a medias, y yo para mi hija, como para mis otros dos hijos, quiero todos los derechos. Yo le dije al juez: “Parece que en la Argentina pasamos de la libertad de vientre a la esclavitud una vez cortado el cordón umbilical, porque yo parí una persona que hoy es una ciudadana a medias”. Pese a lo que dice la Constitución Nacional, mi hija, nacida en la Argentina, no tiene derechos.
–Yo sí acepto la palabra travesti. Cuando yo era chico en mi barrio estaba Josecita. Tenía 20 años y yo unos 13. Josecita salía a trabajar del sexo, a la noche,... yo la veía pasar. Iba a la avenida y se paraba ahí y los autos la levantaban. Mi hermana era amiga de Josecita; sus primeros cosméticos se los regaló Josecita. Un día, mi hermana me pidió que la acompañe a la casa de Josecita, la madre salió y nos dijo que no había vuelto de trabajar. Desapareció y nunca más supimos de ella. La madre le dijo a mi hermana, después de un año: “Mejor así, porque la vergüenza que sentían era mucha”. ¿Cómo me lo contó mi hija? Yo lo sabía, no sé por qué, pero lo sabía. Un día íbamos al súper con mi señora y me dice: “¿Y si le pintamos la pieza del color que quiere Luisina?”. Y yo supe que era ella. Y cuando regresé a casa, le dije: “Luisina, fijate si te gustan los colores que te elegimos”. Y desde entonces para mí es Luisina, en mi laburo, con mis amigos, en el barrio. Con mis amigos era un tema tabú, nadie lo hablaba hasta que yo los llamé a un asado para que veamos el partido de fútbol de Argentina... Y yo saqué el tema. Y lo hablé hasta que empezaron ellos a soltarse y a preguntar. Cuando hay amor, todo lo demás es nada. Yo quiero que mi hija sea feliz y para eso tiene que tener todos los derechos que yo tuve. Y que Josecita no tuvo.
María: –Eso me falta a mí. Esa fuerza y dejar el miedo. Yo también quiero todo para mi hija.
–Yo pasé las cosas más increíbles que te puedas imaginar. Encontrarme con una mamá que pasó algo parecido a lo que yo viví y que hoy intercambiamos experiencias es algo que nunca imaginé. Tampoco imaginé darle consejos a otra mamá o papá, usando la experiencia de mi relación con mi hija. Mi hija es travesti y cuando ella me lo dijo yo pensé cualquier cosa. Travesti suena a algo que termina mal. Pero es porque no nos involucramos para que suene a otra cosa. Yo leo El Teje (cuando lo consigo) y se los presto a mis amigas, vecinas, porque quiero ser parte de que “travesti” suene a algo que termina bien. Hoy puedo decirle a una mamá o un papá que se fije que no se hagan prácticas caseras, que vea un buen médico por el tema de las hormonas... Es como estar perdida en el cerro San Javier y por fin encontrar el camino de salida y te encontrás con otros confundidos, pero ya tenés en la mano un mapita para darles.
–¡Yo me siento un sapo de otro pozo, siempre! (risas). Soy la madre de Eliseo, que es un chico trans, un varón trans. Y vaya donde vaya, mi hijo y mi necesidad de información es insatisfecha o poco satisfecha. Porque hay muchas mujeres trans, pero varones trans hay pocos... no sé, o no son visibles. Yo aprendí esa palabra viniendo a las reuniones, a los conversatorios y aprendí la importancia de participar de estos encuentros porque mi presencia le da “visibilidad” a la realidad de mi hijo. Pasé de mi miedo inicial de mandarme una macana a ser parte activa de la construcción de su identidad de género... Pasa que es más complejo... yo soy víctima de violencia intrafamiliar, me separé cuando Eliseo era muy chiquito, pero la violencia siguió... el juez permitía que el padre venga y siempre había peleas, problemas, el padre es muy violento... soy sobreviviente de violencia y creo que de esto hay que hablar y decirlo. Cuando Eliseo empezó a mostrarse, obvio que me sentí confundida, está ese discurso jodido de la culpa, el “qué hice mal”... El padre se borró, un día me gritó por el portero eléctrico que Eliseo era un enfermo porque yo estaba enferma. Lo que me ayudó mucho es leer, me hizo ver que no hice nada malo, y me sirvió para entender qué era lo que pasaba. Así entendí que Eliseo no es lesbiana, que no es gay, que es trans. Y que es un trans diferente a “las” trans que salen en los medios. Y también está nuestra historia, que tuve que entender, como madre e hijo sobrevivientes de violencia: una marca que te acompaña siempre, como alerta, y esa alerta se disparó un día que noté que Eliseo estaba teniendo comportamientos violentos, actitudes violentas con amigos, amigas. Tuve que hablar con él y hablamos de las nuevas masculinidades, porque ser machista no lo hace varón, no tiene que demostrarle nada a nadie, ni someter a nadie, ni reproducir la violencia para ser varón. Yo le dije: “Vos ya sos un varón trans, pero no seas un varón que somete para sentirse varón. Sé un varón trans, pero no seas un varón sexista”.
Eduardo: –¡Y cómo cuesta!
Jacinta: –Pero podemos leer juntos. Miriam puede pasarnos algunas recomendaciones, ¿no? ¡Y María no se va a salvar de darnos la receta del bizcochuelo!
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