Abrir las aulas formales de la academia fue uno de los objetivos del II Coloquio de Estudios Queer y Literatura. La universidad, entre pitos y flores, empieza a desempolvar y a revisar su biblioteca.
› Por Facundo Nazareno Saxe
La universidad es por definición un espacio rígido, de pensamiento, pero sobre todo de estructuras. Habitualmente, en sus eventos (congresos, coloquios, jornadas) se entrega a los participantes un plástico identificador, una carpeta con el título del evento y el programa. Pero esta vez las cosas no fueron así. A veces las cosas se tuercen, salen de su “cauce normal” y uno se queda con una flor en la mano. Algo así se pudo ver y sentir en el séptimo piso de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, en el corazón de la capital provincial, en una mole de cemento donde se realizó el II Coloquio de Estudios Queer y Literatura.
¿Estudios Queer? ¿Literatura? ¿Segundo? ¿Cuándo hubo un primero que nadie se enteró? El coloquio fue organizado por docentes y estudiantes de la carrera de Letras desde el Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (Cinig) del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, trabajando sobre los cruces entre literatura, cultura (también de activismo, cine, antropología, filosofía, historieta, etc.) y lo queer. Fue una convocatoria abierta y vinieron de todas partes, desde La Pampa y desde México. Más de 34 expositores y 3 conferencistas de lujo (un brillante José Javier Maristany de la Universidad de La Pampa, uno de los organizadores, José Amícola de la UNLP, en las conferencias de apertura, y Daniel Link de la UBA con su conferencia sobre Lewis Carroll como broche de oro (ver página siguiente).
Se intentó definir lo queer. Pero si hubo alguna idea que sobrevoló cada análisis es que lo queer está más allá de las definiciones: queer es todo lo que queramos que sea, disidencia, sexualidad que cruje. Buscar en la literatura todo lo que nunca se dijo antes, lo que no se miró, se olvidó, se sepultó, se arrinconó y se asfixió. Se habló de una serie de autores, de conceptos y de épocas cuya sola enumeración sirve para armar un catálogo ineludible: Roberto Bolaño, Silvia Molloy, Fogwill, el mítico Chelsea Hotel como espacio que tomó su aura de Warhol, Mapplethorpe, de la Beat Generation, la relectura de textos de Patti Smith, Allen Ginsberg y William Burroughs, Copi, las adaptaciones cinematográficas de Sarah Waters, Orlando de Virginia Woolf, Fernando Vallejo, Reinaldo Arenas, el Vizconde de Lascano Tegui, La virgen cabeza de Gabriela Cabezón Cámara, lo lesbiano como categoría, como un más acá de lo queer, la poesía de Frank O’Hara, el teatro queer en México, las historietas de Ralf König, Antígona como personaje queer, los relatos indígenas, Carlos Correas, las poetas argentinas de los ‘90, Fortune and Men’s Eyes y el terror anal, Manuel Ramos Otero.
En este coloquio se entregaron flores en lugar de folletos y etiquetas. Los expositores llevaban con mucho orgullo su flor en el ojal y una carpeta rosa, colores varios. Más allá de las definiciones que se buscaron en las mesas, en el coloquio había ganas de celebrar. Estudiantes entusiasmados con ganas de hablar de quiénes son, qué leen y qué piensan. Profesorxs que hablan de lo que les genera placer. A veces, de a poco, llegamos a todas partes. En otras palabras, como dijo en el cierre la directora del Cinig, María Luisa Femenías, todo lo que ayuda a recuperar la dignidad humana, sirve. Y más allá de las definiciones imposibles, la idea que quedó flotando es como Sejo Carrascosa: “Queer es un punto de ternura ajeno a la economía heterosexual”. En otras palabras, una forma de amor.
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