PRIMER AMOR
› Por Gianni Vattimo
Los primeros grandes amores han sido para mí también ejemplos. Amores no consumados, naturalmente. Entre cuarto y quinto deseaba desesperadamente a mi compañero de escuela, Renzo. Fui con él a Roma durante el año santo de 1950, teníamos catorce años, dormíamos en camas separadas por cortinas. Charlábamos toda la noche, nos contábamos que estábamos enamorados de la misma chica, pero la amistad viril es lo primero: “Te la dejo a tí”, “No, te la dejo a tí”.
En realidad, era a él a quien habría querido. Enloquecía por besarlo por todas partes sufría las penas del infierno. Lo admiraba mucho, era guapo, rico, deportista, saltaba más alto que yo. En los últimos años lo he visto y le he dicho: “Sabes que siempre he estado enamorado de ti?” Y él: “Nunca he tenido ese problema”. ¡Qué tipo de respuesta es ésta! Quién sabe, tal vez si hubiese sido más atrevido, habría sido un gran amor.
Alberto era un gran escalador y llegaría a ser académico de la CAI.
Tenía una moto Guzzi muy bonita con la que íbamos a los mitines monárquicos cantando una canción en dialecto. Coger un rey y apalearlo. Pasábamos por el medio de esos mitines y después salíamos corriendo porque si no, con justa razón, nos habrían pegado.
Con él iba a la montaña. En el refugio de las Grandes Jorasses, allí sí había estado tentado de seducirlo, estábamos los dos solos, bajo las Jorasses. Me había llevado la Poética de Aristóteles porque estaba preparando la tesis. Alberto llevaba un librito de poesías de Leopardi. Los ratones daban vuelta por la noche y habría podido muy bien saltar a su litera por miedo. Nunca tuve el valor.
El bromeaba, me llamaba Tadzio, el bellísimo joven de la Muerte en Venecia. ¿Por qué? No lo sé. Nunca lo sabré.
Con Sergio lo probé una vez, siempre en la montaña, siempre sin llegar a nada una noche que dormíamos en el mismo saco.
Sergio y Alberto... Los llamo mis dos amigos más fuertes que yo. Eran auténticas presencias. No sabría decirlo de otro modo.
Cuando una noche un chapero me amenazó con chantajearme tomando el número de mi tarjeta prometiéndome llevarme a casa, fue a ellos dos a quienes invoqué. Me dijeron de inmediato: vamos a buscar a ese hijo de su madre y lo llenamos de golpes, el bastardo.
En No ser Dios Una autobiografía a cuatro manos escrita en colaboración con Piergiorgio Paterlini, Editorial Paidos.
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