LUX VA AL ORGULLO DE OLAVARRIA
Lux se sube al bondi y como siempre, arma bondi. Fue el rito de pasaje necesario para ser figura de la Tercera Marcha del Orgullo de Olavarría, donde hasta quienes preferían mirar desde la vereda fueron arrastradxs por la corriente de la diversidad.
¡Maravilla! dije cuando Flor Magnaterra, cabeza de oro de la Colectiva por la Diversidad de Olavarría, me escribió un mensajito que decía: “Lux, no te la podés perder. Tomate micro ya. El domingo Pride a full: traete tacos, hay que estar por encima de la media”. Qué novedad. Como mujer maravilla, me encanta dar una vuelta, así que salí para la tierra del cemento. Era sábado a la noche y el pasaje marcaba la 0.40 como hora de salida, me daba el tiempo para visitar a mi amigo Pato, el músico, y hacerme la beauty completa.
En Retiro subí al bus cantando: Plusmar gay, plusmar plusmar gay, pero enseguida un azafato me llamó a silencio y yo entré con él en el escueto baño. Qué servicio, me dije. Eso sí: cuando el efecto de la pasti pasó, planché en el semicama hasta que a mitad de la noche mi compañerx de asiento me preguntó: “¿Podés correr esto?”. Parece que le estaba haciendo cosquillas en la cara con una de las plumas que el día anterior cosí a modo de charreteras en mi campera de jean. Aunque parecía imposible, pude volver a dormir y al abrir los ojos el sueño continuaba: ¿Olavarría y su Tercera Marcha del Orgullo en un mismo día? Esto no puede ser verdad, me decía en el bar de la terminal mientras mojaba un churro y una bola de fraile en el café con leche. En eso: ¡Uelcom, Lux, uelcom!, escuché por ahí. Era la voz de Flor saliendo de la ventanilla de su auto. Juntxs nos fuimos a la Casa del Bicentenario, donde estaba programada una extensa jornada de actividades Lgttbiq desde la mañana temprano. Eran las diez: yo todavía no había digerido el churro y ya andaba colgando de un techo la bandera del arcoiris delante de los ojos de toda la ciudad. ¡Oh la lá, Olavarría! clamaba en el flameo cual Djuna Barnes y Marcel Proust comiéndome una magdalena por cada uno, imbuida por el efecto intermitente del orgullo que me volvía junto al sabor del café, la bola y el rojísimo Campari. La gente fue llegando de unx en unx. Tanto que en un momento pensé que íbamos a ser dos. Pero paciencia, que el pueblo llega lento pero seguro: lxs poquitxs que éramos al principio nos convertimos en un centenar, incluidxs lxs que venían de Suárez, de Tandil y otras ciudades del mapamundi maricacho trans tort del interior de Buenos Aires. Lux, tenemos que hacer un campamento diverso y desembarcar en todas partes, me propuso Flor cuando vio que éramos muchxs más que dos lxs que marchábamos por la calle que bordeaba el arroyo Tapalqué. Salvo Alejandro de Gran Hermano o Ricky Martin, muchxs olavarrienses parecían no haber visto unx solx de nosotrxs en toda su vida, porque sus miradas atónitas ante la marcha habrían delatado menos sorpresa si Godzilla hubiera aparecido tomando sol en el Parque Norte. Sin embargo, al final del periplo, cuando llegamos a la plaza, el número de marchadorxs se había engrosado, haciendo evidente que varixs habían sido recogidxs en el camino. Flor Magnaterra, ex integrante de la Lesbianbanda, dirigió la orquesta de tambores que hizo retumbar a toda Olavarría la tarde del domingo mientras el resto convocábamos a los tapadxs que nos miraban desde las ventanas de sus casas a hacer su coming out local. ¡Tomatelá, tomatelá/ salí del closet/ vení a marchar!, cantábamos, afinadxs como nunca.
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