ENTREVISTA
Luciana Caamaño nació en Mar del Plata, fundó una editorial llamada Sacate el Saquito y, cumpliendo con ese título, suele leer muy suelta de cuerpo sus poemas, en performances divertidas que obligan al aplauso y a la compra compulsiva de sus libros de poesía.
› Por Flor Monfort
Luciana Caamaño dice sus poesías en vivo y genera ese efecto performático tan poco usual en las lecturas literarias. Ante todo es una escritora, pero por decirlas en público se ha ganado un lugar, a base de hacerlo con gracia, de enganchar a la audiencia y lograr que compren sus libros. Las dice parada, mirando al público, preferentemente con un micrófono que agarra de vez en cuando, sólo para intensificar o quebrar el tono, y con el libro que ella mismo editó en la mano, como efecto de marketing, porque al final de cada lectura ofrece los ejemplares a quien quiera seguir disfrutando de esa segunda persona vertiginosa que usa para escribir.
Los grados del escándalo es el título que recoge el largo guión que tan bien sabe interpretar: empieza liviana, casi desnuda “en una de esas me lo vas a pedir con lágrimas en los ojos / y yo que soy taaan gauchita / te voy a decir: está bien / antes escuchate éste / ¡es lo re más! / ¿qué decís? / ¿tengo caries?”, para luego introducir “el” tema del poema: la paja, también con la naturalidad de la que se masturba por placer y lo más seguido que puede (“ojo, todavía no me la hice, pero me la re pienso hacer”), para luego dimensionar el amor, el encuentro, las salidas, las amigas y sacar al lector/espectador de la textura aireada y acuchillarlo un poco (“no sé ni dónde estoy, ¿vos sabés? Decime: ¿dónde estoy? ¿Quién soy yo para vos?”). “Me interesa el coqueteo entre lo irrelevante y lo profundo, que en definitiva son las preguntas que nos hacemos todos, seamos gays, lesbianas, trans o lo que sea”, dice sobre Los grados del escándalo, libro que editó en su propia editorial llamada Sacate el Saquito, que tiene una clara impronta casera, pero con detalles de diseño, buen papel, y la distribución garantizada por donde ella se pasee (léase evento cultural, recital, plaza o librería). Empezó como un mini proyecto y con el tiempo cobró forma de editorial: hoy tiene cuatro títulos aparte del propio: Los sapos de Matías Muscardi, Animal Print de Marina Yuszczuk y Los besos de Gabriela Bejerman. Todos son de poesía, más allá de que alguna prosa interesante anda dando vueltas en carpeta para este año.
Luciana tiene 27 años, nació y creció en Mar del Plata y está en pareja con la escritora Gabriela Bejerman hace poco más de un año, hecho que la tiene de acá para allá y que no dramatiza ni menosprecia. La distancia puede ser importante, o no serlo para nada en un año lleno de feriados, dirá durante la entrevista. Está por terminar la carrera de Letras, estudió teatro y el amor por la escritura no tiene rastro en su familia, sí una enorme biblioteca de psicoanálisis heredada de su madre ídem y un padre lector ávido de policiales. Pero a mini Caamaño le gustó la poesía de Pizarnik apenas las primeras grandes cadenas de librerías pisaron su ciudad y pusieron sillones para leer sin comprar. “Tenía 11 años y Pizarnik me voló la cabeza, pero después me costó muchísimo sacármela de encima. Cuando escribo, me pregunto: ¿por qué alguien además de mí debería leer esto? Y en las lecturas me pasa algo parecido, siento que tiene que pasar algo más, y es verdad que la segunda persona me da posibilidades de ser más inquietante. Me gusta jugar con eso. Una vez en una lectura empezó a sonar un celular y lo incluí para romper el hielo, la gente se relajó y empecé a improvisar. En otra yo estaba leyendo un poema que se llama ‘No le digas que murió Chabrol’, que tiene un estribillo que dice ‘miralos, se ríen, miralos, se están riendo’ y no causó nada de la gracia que por lo general causa. Entonces empecé a decir ‘no se están riendo’ y me di cuenta de que ese estribillo funciona de acuerdo con lo que pasa en el vivo. Salió horrible, nadie se enganchó, pero yo soy de la idea de que independientemente de lo que pienses de lo que escribís, lo mejor es, mientras leés, sentir que es lo mejor que hay en el mundo. Si bien después no lo pienso, me da una seguridad que hace que salga mejor. En el momento en que empezás a dudar, se nota”, dice.
—A mí también me resulta bastante raro, pero a veces sí pasan cosas. Yo en un momento empecé a grabarme, a hacer una especie de ensayo previo a la lectura. Después me escuchaba y corregía los tonos, los tiempos. Es una corrección en voz alta que sirve mucho más que en el papel. Nunca te ponés igual de nerviosa cuando estás sola en tu casa, pero algo que se gana practicando es perder el miedo. Una de las cosas que hace que un texto esté bueno es que no importe nada más, no importe la edición, el que lo va a leer. La gente que te dice “estoy escribiendo un libro”. ¿Qué libro? Primero debería haber un texto y eventualmente será un libro. Trasladado a cualquier otro contexto es ridículo: como si alguien cuando compone una canción te diga “estoy armando un recital”. En la escritura pasa mucho y creo que ya genera una traba enorme.
—Bueno, primero tiene esa diferencia abismal entre invierno y verano que no la tiene ningún otro lugar. Es muy gracioso ver cómo los canales arreglan con Mar del Plata o no, y según eso van variando su discurso sobre el clima y el éxito de la temporada. En Crónica te pueden llegar a decir que todo el verano está horrible por más que haya sol. La Estrella de Mar, los teatros de revista... todo tiene su bizarrez. Yo fui una niña alegre. Puede que en un punto había algo de “todo pasa en Buenos Aires”, sobre todo carreras. Yo quería estudiar cine y no había nada, pero con el tiempo te das cuenta de que en el interior se idealiza bastante a la Capital. Acá hay más gente por una cuestión poblacional, pero pasan las mismas cosas. Siempre me molestó que esté todo centralizado a nivel información porque eso implica que en el interior pueden pasar cosas espantosas, como de hecho pasan y pasaron, y nadie se entera.
—Me interesa lo queer. Entiendo que hay muchas atrocidades cotidianas que hay que vencer, desde la cancha, la tele o lo que te dicen por la calle. Judith Butler y Beatriz Preciado son minas que me importan. Pero no me gustan los panfletos, no sólo no me gustan sino que me rompen: si yo quiero decir algo, lo digo, pero eso no me inscribe en ningún lado. El rotulo de poesía gay tampoco me interesa, porque entonces tenés que atenerte a un montón de cosas. ¿Qué es lo gay? ¿El autor? ¿El texto? ¿Y puede el texto ser gay y el autor heterosexual? ¿Y al revés? La verdad es que los géneros me parecen una pérdida de tiempo, en general. Soy lesbiana, pero no estoy obsesionada como otra gente con cuestiones terminológicas: sí, me gustan las minas, ya está, no hay mucho más que decir. La poesía gay no me interesa.
—Lo mismo que acá. A mí no me generó ningún problema. He tenido escenitas por la calle, la típica boludez de que porque hay dos minas juntas están “solas”. Como si dos mujeres juntas no fueran compañía la una para la otra y les faltara algo. Obviamente que ese prejuicio subsiste y que aparece el típico pajero a abrirte la puerta del auto cuando estás de la mano con otra chica. A veces he contestado y otras no, pero nunca me afectó realmente. Allá no hay boliches gay de mujeres, eso puede ser una diferencia a la hora de empezar a salir. Sobre el lesbianismo perdura aquello de que al chongo le calientan dos minas juntas y en función de eso se lee lo que hacen dos mujeres cuando están juntas: por lo general en la pornografía están en función del placer de un tercero. Aquello de lo “lesbiano” está al servicio de, no es en sí mismo.
—Sí, en un punto obviamente tiene que ver. Pero ahora conseguí un trabajo allá, nos veremos los fines de semana. Y me gusta mucho vivir ahí. Yo no estoy de acuerdo con la salida del closet porque es algo del orden de lo confesional y yo no creo que tenga que confesar nada. Hay algo llamativo que es que muchas mujeres se sabe que son lesbianas y jamás han salido a decirlo. La lesbiana es mucho más incómoda en la sociedad que el gay: un montón de veces me han preguntado cómo es el sexo lésbico, a la gente le cuesta concebir el sexo sin penetración. En dos hombres se estereotipa a través del activo-pasivo, pero en dos mujeres...
—No sé bien por qué, pero me llama la atención. Un tipo hablando de hacerse la paja no choca, pero en una mujer es más raro, más incómodo. Yo no me había dado cuenta, pero el otro día estaba organizando mis textos y muchos hablan de la masturbación. Evidentemente a mí mucho no me incomoda.
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