LUX VA A CARILO
Desde estas hermosas playas, Lux, insolada por andar siempre sin protección y por el fuego de tanta familia tradicional, envía estas postales. O de cómo una garganta profunda puede convertirse en una semana en una garganta con arena.
Que se diga lo que es justo: jamás se vio antes a Lux entremezclarse con la fauna de las playas paquetas de la costa argentina. Nunca fue lo mío y espero que no sea lo tuyo, visitante de mis crónicas ardientes, para quien no hay cuerpo flaco o gordo, gigante o enano, terso o peludo al que le sea imposible conseguir de alguna manera —a veces de la menos prudente— su ración de placer. Si alguna vez fui a Punta del Este es porque muy cerca está el descalabro pluriforme de la Playa Chihuahua, con oferta y demanda de sexo en las dunas, y las incursiones de los chongos del pueblo vecino de Maldonado, que no conocen la culpa de la carne, aunque saben bien que sus habilidades amatorias tienen, como todo, un precio, y accesible.
Pero, ay, en estos estertores de enero, Lux viajó al balneario de Cariló. Confieso con vergüenza. Que caiga sobre mí el castigo de Soy por tamaño descenso a la mojigatería clase ABC1; arremetan los indignados si quieren, pero aviso que mis espaldas son suficientes incluso para detener la estocada injusta de una editora que no nombro, pero todos saben que es más mala que Anne Wintour: “Eso te pasa por jugar a ser conchetx”. Digo injusta porque han de saber ustedes que fui contra mi voluntad a Cariló, no por afán de brillo social (ahí donde todos se encienden yo me apago), sino por la insistencia de mi amigo, el dermatólogo peruano y carolo Mati Ceviche, instalado en el país desde hace unos meses y en busca de clientela fina para la depilación láser y el rejuvenecimiento facial.
En general, la ruta me aviva los sentidos, sobre todo las estaciones de servicio, donde los chongos expendedores no pueden evitar jugar con la polisemia de “llenar el tanque”, y los entiendo, soy too much, como dice la Presidenta, para quienes sólo se pasan las horas mirando el tránsito de familias asfixiadas en un auto que casi siempre les queda chico. El paso de Lux en las rutas enciende las alarmas de Eros y todo aquello que está en posición de descanso se alza, como en una película de John Waters.
Pero al llegar a Cariló me broté contra esa paz familiera de clase alta que jamás de-satiende el propio estilo, aunque le perdonan la vida al vecino parvenú siempre que sea famoso, como la Brujita Verón. Sí, too much su centro comercial en escala Hansel y Gretel habitado por las miradas de adolescentes que “no pueden creerlo” cuando ven a alguien como Lux sobar el cucurucho recién comprado en El Colonial. Desoyendo los ruegos del Dr. Ceviche, sumé cataclismo a la catástrofe, y me vestí a la noche como para meterme en el túnel de Amérika. Pero el efecto sobre las familias que deambulaban en la pasarela de los bolichitos ya no era de sarcasmo sino de zozobra... ¿Qué es “eso” que irrumpe con semejante coraza en el paisaje de Cariló, que inquieta a los hijos y las hijas, que se atreve a depositar su mirada lasciva en escotes y bultos, cuando son ellos los dueños de toda mirada? Madres y padres bajan la vista, maldiciendo que los cuidadores no puedan desterrar esa rareza a los suburbios salvajes.
Ni qué decir el disgusto de los tilingos cuando al mediodía entraba al exquisito Chao Montesco y desfilaba entre la reposera y el mar con un mate obsceno entre los labios. Nunca me gustó el mate, pero en ocasiones sirve para exagerar la boquita de moño... y el gesto, ¡por fin!, despabiló al chonguito que cuidaba las carpas y que me guiñó un ojo cuando llegó el turno de La Carpa de Lux. Alcancé a preguntarle si era el Romeo de Chao Montesco y si estaba dispuesto a ir a la muerte con una Julieta como yo, pero nunca me entendió la broma, que de por sí era mala, y se ve que le corté el mambo.
Lo cierto es que así pasó la semana: sin sexo. Qué penosa se vuelve la playa argentina cuando la cubre ese nubarrón uniforme de la familia tradicional, que levanta en la arena sus castillos beatos donde no hay alcobas donde se ame distinto. Cariló: playa en conserva, simiente del sopor.
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