SOY POSITIVO
› Por Pablo Pérez
En febrero de 2010 conocí a B. Entre otras cosas, coincidíamos en que los dos éramos lectores y cinéfilos, fumábamos porro y él sentía una atracción por el cuero que yo incentivé. A él le gustaban las relaciones monogámicas y yo hasta el momento nunca había podido ser fiel, le dije que podía intentarlo y durante los pocos meses que duró nuestra relación no salí con nadie más. El, al igual que yo, era portador de VIH, pero hacía años que no se medicaba: prometió retomar el tratamiento. A pesar de que hacía pocos días que nos habíamos conocido, celebramos el Día de San Valentín y nos hicimos regalos. La relación anduvo bien hasta el día de mi cumpleaños, cuando hice una reunión. B reprobaba todos mis comentarios y no me sacaba la mirada de encima, me costaba disfrutar de la compañía de mis amigos; esa noche discutimos y él se fue llorando. No era la primera vez que un novio me arruinaba una noche especial. Al oco tiempo terminó todo. En febrero de 2011 conocí a C por el chat de Manhunt. En este caso privilegié las diferencias, porque de una sesión con mi psicoanalista salí pensando que tal vez mis relaciones fracasaban porque yo siempre buscaba un igual. C era encargado de edificio, muy hábil para pintar paredes y hacer arreglos en la casa (tareas que a mí nunca me salían bien), tenía la cabeza afeitada, no usaba barba, era menudo y no le gustaban las drogas. En su casa, como era una portería, yo no podía fumar porro. C también era portador de VIH, pero al igual que B no tomaba medicación desde hacía un par de años; prometió que retomaría el tratamiento. Ya en la segunda cita, C me contó que su deseo era casarse y tener hijos. Yo le expliqué que ni el casamiento ni la adopción estaban en mis planes y que prefería las relaciones abiertas, pero él insistió, me decía que me amaba, que respetaba mi punto de vista y que yo podía salir con quien quisiera. Yo no entendía por qué se empecinaba tanto en que fuéramos novios, si no íbamos a poder formar la familia que él anhelaba. Así y todo, la relación iba bien, festejamos San Valentín y pasamos con éxito el mes de mi cumpleaños. Pero al poco tiempo volví a meterme en el chat y recibí un mensaje de un tal D, en cuyo perfil encontré varias contradicciones; por ejemplo, en el ítem “cabello” decía “pelado” y en la foto lucía una espesa melena negra. Lo bauticé “el pelado de pelo largo” y chateaba con él por diversión. Tenía las mismas faltas de ortografía que C, y efectivamente resultó ser él psicopateándome desde el anonimato. Otra vez puse fin a la relación.
Hoy es San Valentín. Lo atribuyo a algo astrológico: todos los meses de febrero alguien se enamora de mí a primera vista. Este año decidí dejar pasar al amor de largo y seguir divirtiéndome con mis amigos sexuales; hace poco aprendí la palabra “fuckbuddies” y la agregué a mi perfil para ahuyentar a los casamenteros.
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