Vie 02.03.2012
soy

MUNDO INTERIOR EN OLAVARRIA FLORENCIA MAGNATERRA SIEMPRE ESTA EN MARCHA

Lo mío no es trabajo, es biografía

› Por Paula Jiménez

Un grupo de chicos acodados en la barra hablan sin parar, el repartidor de pan llega con una bolsa de mignoncitos, un cobrador la saluda detrás, agitando una mano. Todo a la vez. El restaurante del club Estudiantes que Florencia Magnaterra concesiona junto a sus amigas está a full y encima, suena el teléfono. Florencia aprieta el tubo contra su oído y de pronto, como en una película, la escena se abstrae y se silencia el barullo. No es solo porque sea la voz del intendente de su ciudad, Olavarría, la que suena del otro lado, que Florencia se queda muda. Ni tampoco porque esa voz le anuncie que se le otorgará un reconocimiento que jamás esperó: por su trabajo al servicio de lo que el intendente llama “nuevos derechos”. Florencia sabe, mientras escucha la voz del funcionario, que esa emoción que ahora vibra en ella no tiene que ver, una vez más, con un logro personal. Me premian por la visibilidad, dice, por la insistente y mediática visibilidad. Lo mío no es trabajo. Es biografía. Esa biografía, que no ha cesado de manifestarse públicamente desde la década del ‘90, comenzó a esgrimir sus trazos más gruesos en Buenos Aires. Durante el tiempo en que Florencia vivió en la Capital integró grupos de activismo feminista y organizaciones lesbianas, y salió a tocar los tambores de la Lesbianbanda mucho antes de que la ley de matrimonio igualitario legitimara la aprobación de los viejos derechos postergados y con ellos la visibilidad glttb. Claro que hablamos de una visibilidad que se impuso, sobre todo, a los ojos porteños, porque tanto en Olavarría como en muchas otras ciudades del interior del país, el ocultamiento sigue siendo la regla de oro. En los años que hace que estoy acá, todavía no vi una sola pareja de chicas de la mano por la calle, dice, ni una sola. Y los años que lleva viviendo en Olavarría desde su regreso son tres. Cuando decidió volver lo hizo junto a su pareja de entonces. Fue en el año 2009. Durante el viaje, en plena ruta y con el auto cargado de cosas, cuenta, ambas planeaban los pasos de un plan de activismo y visibilidad sin precedentes en la historia de esa ciudad. Ni bien desembarcaron, dice, le preguntaron a Carlos Rodríguez, activista de Chesida, dónde estaba la gente. Eran pocxs, distribuidxs por ahí. Cada cual con su vida, sus experiencias, su amor, su memoria del subsuelo. Y por supuesto, urgía la reunión. Florencia y su novia no perdieron el tiempo. Habían llegado en febrero y en noviembre de ese mismo año ya estaban encarando la Primera Marcha del Orgullo por las calles de esa ciudad sin árboles y con muchísima, pero muchísima luz. Los dorados cabellos de Florencia brillaron ante los paparazzis locales, ante la tevé zonal, ante los ojos azorados de la gente. En 2011 se realizó la tercera marcha, a la que fueron más de cien personas. Y aunque ella diga que lo suyo no es trabajo, ese poner el cuerpo en cada acción y la capacidad intelectual y organizativa al servicio de las jornadas, los grupos de reflexión y las sesiones de cine, no puede ser llamado de otro modo. Trabajo, sí. Noble, generoso, agotador trabajo. Dos días después de la llamada del intendente, Flor escribe un mail a sus amigas en el que les anuncia las buenas nuevas del reconocimiento que le será otorgado. El mail dice: Me emociona personalmente porque el Estado se adelanta a mi propia mesa familiar, donde aún hay palabras poco fluidas, pequeños gigantes silencios. Oh, tantos gritos aún por explotar. Otra vez, como cuando fue la sanción de la ley de matrimonio, el Estado se adelanta y pone en palabras y en ley asuntos que aún no se han conversado en los bares, en los almuerzos de domingo, en las esquinas. Es un mail inspirado y cargado de emoción, en el que no falta ni una sola palabra para decir todo lo que tiene ganas. Porque Florencia no se calla nada y éste es, justamente, el gesto desafiante que no está dispuesta a abandonar: Me pidieron desde la municipalidad que no dijera nada sobre el reconocimiento por unos días, escribe al final de su correo, que lo van a mantener un poco guardado hasta que lo anuncien por los medios... ¡Justito a mí, guardado!

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