El artista canadiense Steve Lévesque acaba de inaugurar en Buenos Aires su muestra Transmutaciones. La generación beat, el punk y el arte callejero revisitados en búsqueda de una estética queer para el siglo XXI.
› Por Diego Trerotola
En un pasaje de la década del ‘50, William S. Burroughs cruzó la frontera mexicana para intentar probar ayahuasca y transcribir su itinerario narcótico en Queer, una novela corta que estuvo inédita durante tres décadas. Su viaje beat, donde droga y homoerotismo convivían como una misma búsqueda, se publicó recién en 1985, y todavía tenía la fuerza como para prefigurar toda una generación inconformista desalineada bajo la denominación queer, que incorporaba estéticas y prácticas radicales para ampliar lo que se entendía como diversidad sexual. En el prólogo de esa novela, Burroughs usó su técnica de cut-up, una forma de cortar y pegar palabras de distinta procedencia, sacándolas de su cadena de significación original para precipitar otros sentidos, otras formas verbales fuera de las lineales sintaxis rutinarias y disciplinarias del lenguaje. Su técnica de cut-up fue heredada de Brion Gysin, amigovio de Burroughs, quien se inspiró en el dadaísta Tristan Tzara y sus poemas-ensaladas de palabras recortadas. “La experiencia misma es un cut-up, y esto se ve claramente en la experiencia de escribir. No se puede escribir sin ser interrumpido por todo lo que viene a la cabeza y por todo lo que se ve. Su experiencia como persona adulta no es lineal, está interrumpida por todo tipo de arbitrarias yuxtaposiciones. Pero esos ‘restos’ no se sabe cómo meterlos cuando se escribe linealmente. El montaje, en cambio, los integra”, le explicó Burroughs a Tamara Kamenszain en 1975, entrevista recuperada en la edición local de La Revolución Electrónica. Puede que Burroughs no haya inventado nada, que sea sólo un montajista, pero esa idea de creador como artesano del bricolage es una de las posturas más revolucionarias del artista moderno, aquel que se conecta con la cultura para quebrarla en sus obras, para cortar a navaja y pegar con todo. Como precursor del punk en muchos sentidos, Burroughs también lo fue del collage de fanzine, de las palabras formadas de letras recortadas como mensajes de un asesino cultural que multiplicaron los Sex Pistols. El artista canadiense Steve Lévesque tomó la técnica del cut-up de Burroughs como inspiración para su obra, y así lo explicita en el programa de la muestra que el Musée d’Art Contemporain des Laurentis, en Québec, le dedicará a partir del próximo 15 de abril de 2012. Pero antes, en la Argentina, donde Lévesque reside actual y temporariamente, exhibirá sus pinturas en Casa Brandon para que el cut-up, la generación beat, el punk, Burroughs, la fotografía y el pulso urbano contemporáneo desplieguen su potencialidad queer y transmuten en impulsos de supervivencia, en ventanales de un camino de cruces donde una luz sucia se filtra para confundir el paisaje interior y exterior.
Salpicón de arte
“Nosotros no conocemos mucho la cultura latinoamericana porque Estados Unidos es como una barrera”, dice Steve Lévesque, nacido en la Canadá francófona, que se transformó en un artista migrante del nuevo milenio para quebrar esa frontera, trascender los límites culturales norteamericanos para desarrollar sus obras en distintas ciudades, donde se instala para pintar y hacer intervenciones urbanas. Su viaje a México en 2004, donde aprendió el español, tal vez se pueda ver en paralelo del relato Queer de Burroughs, como un viaje de intoxicación y seducción cultural, porque la pintura de Lévesque necesita de elementos ajenos, extranjeros que enchastren sus cuadros para sacarlos de la linealidad. Y esa aceptación de la creación como porosa, como esponja de la experiencia para escapar de la estructura lineal, es fundamental para su obra. Criado con Nirvana como banda sonora de la generación grunge, Lévesque, de 33 años, tiene una sensibilidad punk con particular conciencia histórica, porque reconoce a la generación beat como antecedente de una forma de vivir el presente en el presente con el aullido libertario como escolta. Y aunque tiene referentes culturales ya legitimados, Lévesque también se despega de la tradición artística con la espontaneidad y la improvisación del anti-arte callejero, pero no tanto de los grandes artistas del graffiti como Jean-Michel Basquiat y Keith Haring. En el trazo, en la composición, hay algo de suciedad de las paredes de las ciudades, del graffiti y el stencil apurado, de la mancha como temblor del tráfico, del salpicón del ruido urbano. Como contraste de ese descontrol pictórico, el cut-up de los cuadros de Levésque también usa como fetiches fotografías antiguas, posadas, de la primera mitad del siglo XX, como fetiches que son redibujos o serigrafiados con perfume de arte pop, en un juego de contaminación de palabras e imágenes que rockean con belleza urbana un poco oscura. La pasión por la fotografía comenzó con un álbum heredado de su abuela y siguió cuando Levésque trabajó en un estudio de fotografía y, paralelamente, registraba en formato analógico recitales de bandas como Sonic Youth, Bérurier Noir y las formaciones más efímeras del punk rock de Québec, donde sus fotos incluso llegaron a la tapa de algún disco. Y aunque es un artista gay y ha donado cuadros para subastar en campañas de lucha contra el sida, a causa de su estilo punk tiene poca relación con la cultura Glttbi oficial, que siempre parece perfilada desde un reduccionismo que tiende a asimilarse a estéticas más o menos convencionales. “La cultura gay quiere ser más aceptable, pero si vas a los bares no ves a nadie de las personas que salen en las revistas gays, donde hay una imagen falsa”, dice hoy Levésque, mientras sigue revolviendo la cultura para hacer el mejor cocktail donde se agiten formas más diversas de la experiencia actual. De la mancha a la figuración ida y vuelta, de la literatura a la música, de la fotografía al anti-arte callejero, sobre los cuadros de Lévesque hay una batalla cultural, literalmente hablando, por cierta forma de violencia como colisión de estilos, lenguajes, ideas. Entre las obras que ahora exhibe en Buenos Aires hay cuadros como “Flyng Banana”, con una drag alada donde amaga el camp, esa sensibilidad típicamente gay; “Dead Kennedy”, un retrato protopunk; y “Tango”, una bofetada blanca que convierte a la música rioplatense en una onomatopeya descarada, en un grito primario.
Transmutación, primera muestra de Steve Lévesque en la Argentina, se exhibirá del 29 de febrero al 11 de marzo en Casa Brandon, Luis María Drago 236.
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