“Afuera hay una guerra”, declara el manifiesto pornoterrorista que suscribe Diana J. Torres: una guerra contra el orden sexual y la imposición del género en la que sólo se gana batallando con igual virulencia que el enemigo. La performer española, además de decir esto y mucho más en su libro Pornoterrorismo, pone el cuerpo para quien quiera verlo y también para quien no.
› Por Laura Milano y Nico Hache
La mujer desnuda con pasamontañas en la cabeza y granada-dildo en mano no duda en afirmar que “cuando no hay con quién dialogar del otro lado, lo que queda es el terrorismo. El pornoterrorismo ataca la violencia hacia lo que se sale de la norma. Es decir, pone en escena –como toda la pospornografía– sexualidades subversivas. Esto es terrorista”. Ella es Diana Pornoterrorista, un monstruo sexual maravilloso e inquietante de pies a cabeza (o mejor dicho, de borcegos a cresta). Su trabajo como artista performer comenzó hace diez años en su Madrid natal junto al grupo de cabaret gore-porno-trash Shock Value y hoy es una de las referentes de la movida posporno en España. En la actualidad, reside en la ciudad de Barcelona, desde donde articula su centro de operaciones posporno y de activismo queer junto a un colectivo de artistas locales.
Diana es una guerrera curtida en los márgenes del género, una mujer que gusta pensarse como construida en la periferia de lo que es el prototipo de mujer (y de hombre también). Es una confesa exhibicionista, que se planta en el escenario para recitar sus poemas al ritmo de aterradores orgasmos. Un cuerpo y una voz entregados a batallar en pos de la liberación de los cuerpos, de su reapropiación y del rescate de sus profundos deseos.
–Es el alma. No se puede prescindir del cuerpo en el pornoterrorismo. Esta es una política del cuerpo y de hecho no considero ninguna otra forma de hacer política. Nuestros cuerpos no normativos están visibilizando que existen otras opciones y también están aterrorizando un poco. Por eso molestan.
–Arriba del escenario me siento segura, sin miedo a nada. Y me parece muy valiosa la posibilidad de dar la cara. Me siento más insegura escribiendo un post en mi blog, detrás de la pantalla. Lo mismo ocurrió cuando escribí el libro, Pornoterrorismo; disfruté mucho haciéndolo, pero definitivamente me siento más cómoda viendo las reacciones de la gente en simultáneo a lo que voy haciendo.
–Al fist-fucking no lo considero subversivo porque no es doloroso. Aunque lo parezca y visualmente sea fuerte, no duele. El BDSM, en cambio, sí es terrorista, subversivo, porque pone en juego el dolor como placer.
–Es cierto, pero siempre hay una situación de dominación. Y poner eso en cuestión es subversivo. Allí no importan cuestiones económicas, étnicas, culturales ni nada. Cualquiera puede dominar a cualquiera, se transforman las relaciones de poder establecidas. El dolor normalmente es un castigo; transformar eso en un premio, en placer, es subversivo. El squirting también es terrorista, y lo utilizo para mostrar el orgasmo femenino, negado por la medicina y también por el porno. Lo que no se ve no existe.
Ingresa al escenario una persona enyesada de pies a cabeza, a paso muy lento. En su cuerpo pueden leerse insultos que el público ha escrito a pedido de la performer. El silencio tenso que envuelve la sala es abruptamente interrumpido por el sonido de los furiosos azotes que recibe este cuerpo-yeso. Grita, vocifera los insultos impresos en su cuerpo, se deja caer al suelo mientras se rompe las vendas e invita al público a quitarse la ropa. Luego recita sus poesías, se quita las agujas clavadas en la frente, lame la sangre que cae de las heridas, se deja penetrar por el puño de alguna colaboradora. Diana pone su cuerpo como arma de batalla en cada una de sus performances, no sólo como medio sino como un fin en sí mismo.
–No es que sólo sea el gancho, el placer es parte de ese mensaje. Cuando unas personas están sentadas delante de un escenario viendo un espectáculo que saben que se llama Pornoterrorismo, algunas ya van abiertas a la propuesta. Pero otras van sólo por la palabra “porno”, no por la palabra “terrorismo”, ¿entiendes? Y algunas personas van porque saben que va a haber tetas, culos y sexo en vivo. Entonces, me parece que el placer es un anzuelo para que cuando el pececito muerda y esté bien apretado allí en el teatro pueda soltarle todo lo demás.
–Eso es la violencia que nos comemos cada día en el noticiero, la que nos rodea. En la última performance había algunos bloques muy violentos, como el número de los pecados de la Iglesia donde hago una recopilación de sus pecados, que también podrían ser llamados crímenes. Y son temas que la gente no se traga muy fácil. Por eso creo que ir con una predisposición a la excitación sexual te pone en un estado vulnerable. Esto lo deduje una vez que estábamos viendo el noticiero cuando empezó la guerra en Irak: era todo una sangría. Y empecé a pensar que no es fortuito que los noticieros se emitan a la hora de la comida, sino que los transmiten justo en ese momento en el que te tragas todo. Entonces pensé ¿por qué no usar estas estrategias –que son de manipulación– para mi propio mensaje?
–Yo espero contribuir a que la gente que vea mi trabajo acceda a otras formas de su sexualidad. Elegí no trabajar ocho horas por día para poder dedicar todo mi tiempo a estudiar esto. Leo mucho, lo pienso y luego lo entrego masticado y fácil de entender. Hay intelectuales que trabajan en este campo desde otra perspectiva, leen a Judith Butler y luego explican la teoría de género, pero muy pocos los entienden. Yo intento –en cambio–- hacerlo accesible a todo el mundo, y aquí, claro, se produce a veces una cierta discriminación intelectual, donde el discurso académico pretende legitimarse por sobre otras formas de abordar la sexualidad.
–En primer lugar, el patriarcado. Luego la Iglesia. Después la ciencia, con la medicina como herramienta. Y finalmente el capitalismo. Esa es la cadena de instituciones que han intentado aplicar un control sobre el cuerpo y la sexualidad. Y debemos salirnos de eso, tenemos que poder follar por el culo sin tener al cura en la habitación diciéndonos que eso está mal. No es fácil, porque es algo que tenemos muy incorporado desde pequeños, desde que nos asignan un biogénero. Pero se logra con activismo, con una vida activa basada en el trabajo sobre el cuerpo.
–No, porque en muchos casos el feminismo es reaccionario y excluyente; yo misma me siento excluida del feminismo, en sus categorías no hay sitio para mí. El feminismo está por la liberación femenina, pero rechaza la prostitución, el porno, el sado, por considerarlas formas de violencia hacia la mujer. Yo estoy a favor de la prostitución y del sado y hago porno. Rechazo también al feminismo porque deja afuera a hombres y trans. Frente al rechazo de lo masculino, por ejemplo, propongo la reapropiación del falo, el empoderamiento de los símbolos del patriarcado en lugar de su destrucción.
–La sexualidad, el género, las representaciones del cuerpo, no pueden aislarse del entramado global, económico, político e institucional en que se despliegan. Y este marco es el capitalismo. El transfeminismo implica una coherencia con la lucha anticapitalista. Me planto contra el feminismo que proclama la liberación de la mujer, pero al mismo tiempo utiliza Windows en vez de software libre. Las luchas que se establecen en el terreno de la sexualidad no pueden desvincularse de la batalla contra el capitalismo, es necesaria una coherencia en ese punto. Y lo mismo ocurre en sentido inverso, cuando el activismo anticapitalista no contempla el trabajo sobre el cuerpo. Es lo que ocurre con el movimiento 15-M aquí en España, los indignados que quieren hacer la revolución, pero luego vuelven a casa y no saben follar más que en la postura del misionero. Sin una política del cuerpo y el género no hay revolución posible, así como tampoco tiene sentido la subversión sexual desvinculada de la lucha contra el capitalismo.
–Desde el transfeminismo, por ejemplo, llevamos adelante la campaña Stop Transpatologización, desde la que reclamamos que la transexualidad sea quitada del DSM IV y de otros manuales internacionales de diagnóstico de enfermedades. Allí la transexualidad está señalada como un trastorno de la personalidad. Recientemente hemos revisado el nuevo borrador y ya no aparece, lo han quitado, pero en cambio han incluido el síndrome premenstrual como un trastorno temporal. Imagínate, una vez al mes todas las mujeres estamos trastornadas.
–Pues están más adelantados que nosotros. Para eso aquí aún tienes que pasar por un proceso médico-psiquiátrico de dos años, tras el cual la institución médica decide si estás o no apta para tomar esa decisión.
Si el posporno funciona fundamentalmente a partir de los colectivos y la autogestión en las producciones, el trabajo de Diana funciona como un hilo más de esa red de voluntades interesadas en crear nuevas y subversivas representaciones de la sexualidad. En esta línea, la propuesta pornoterrorista encuentra en el posporno su marco de acción y su red de alianzas desde el cual disparar contra la pornografía mainstream de un modo creativo, transfeminista y fuera de la lógica comercial. Una de esas líneas de acción y trabajo colectivo se sintetiza en la Muestra Marrana, un festival de cine porno no convencional autogestionado y organizado por Diana, Claudia Ossandón y Lucía Egaña que se realiza cada verano en la ciudad de Barcelona. El objetivo del festival no es sólo mostrar producciones audiovisuales relacionadas con el posporno sino también crear un espacio de intercambio y debate acerca de las multiplicidades sexuales subversivas y las prácticas que se encuentran en los márgenes del sistema heteronormativo. “La pornografía está hecha para vender ciertas prácticas y ciertos cuerpos. La diferencia básica es que en el posporno puede incluirse todo, cualquier práctica. Si te calienta ponerte una fresa en el culo o si te comes una banana y tienes un orgasmo, bienvenido sea. Para la pornografía eso sería una aberración o una de esas prácticas que se ponen en el canal de ‘crazy and funny’. Y lo más importante del posporno es que incluye a las mujeres como productoras, directoras, actrices”, asegura Diana. Pensando en esto último, la pregunta por el ausente es inevitable.
–Realmente no lo sé. Estamos esperándolos. Yo no tengo ningún problema en juntarme en talleres con chicos, hacer posporno o lo que sea. Pero es que no vienen. Hay mucho más miedo en los chicos en general y también existe el condicionante de que las mujeres u hombres que se van a encontrar no son los que les gustan, porque somos cuerpos poco normativos. Yo los estoy esperando, me encantaría ahora jugar con más hombres, pero es muy difícil. La última vez que jugué con hombres fueron seres completamente impenetrables, cargados de miedos y frustraciones. En este caso creo que la pornografía ha hecho mucho daño a los hombres, sobre todo daño interno. Muchas mujeres no han visto porno nunca en sus vidas, en cambio es casi una enseñanza cultural el hecho de que los chicos vean porno. Y eso se te queda ahí dentro. Entonces de repente se encuentran con estas prácticas del posporno que son distintas de lo que ven en el porno, que no valoran aquello que supuestamente era tan importante y claro, se quedan como desnudos.
–Es cierto, la pornografía y la forma de culturizar la sexualidad masculina son frustrantes porque no son reales. Ni tu cuerpo es así ni tus prácticas son así ni lo que te gusta es así. Eso debería impulsar a los hombres a hacer posporno, pero no es el caso. Tienen miedo de que venga una punky con cresta a follarlos por el culo.
–Claro, eso parte de la premisa de que las mujeres no penetran y que los hombres no son penetrados. Así que si te penetran y encima lo hace una mujer, dejas de ser un hombre y te vuelves un maricón. Es como una regla de tres super básica que todos se han creído y que es como un fantasma que va planeando sobre los ojetes de medio mundo. Hay un texto muy interesante de Beatriz Preciado que se llama Terror Anal, que habla sobre estos miedos a la analidad y la penetración.
–Ser considerado una forma de representación artística sobre la sexualidad, pero no comercial. En síntesis, ser considerado como un movimiento. Porque al final resulta que somos como ratitas, siempre trabajando en los márgenes. Sería bueno que existiera un reconocimiento a la gente que viene trabajando hace años en esto. Yo hace diez años que trabajo como artista y hasta ahora no he visto ningún fruto a nivel institucional-artístico o del público sin más.
–A mí me encantaría vender mi arte a los museos, pero no creo que se pueda. Siempre que eso no me implique una autocensura, no veo mal llegar a más gente y sacar dinero al Estado. El año pasado, por ejemplo, hicimos en el Museo Reina Sofía de Madrid un evento llamado La internacional cuir, donde hicimos nuestras presentaciones. Pero es una excepción, porque por lo general no lo compran. El posporno y el pornoterrorismo son periféricos, marginales.
–Ha conseguido que el feminismo sea más divertido y cachondo que antes, que sea también menos discriminatorio y más inclusivo. Creo que es uno de los mejores logros del posporno: convertir el feminismo en una cosa sexy. A nivel artístico también es muy importante, de hecho el posporno está modificando el mundo del arte. En síntesis, los logros son sexualizar el feminismo y sexualizar el mundo del arte. Y hacerlo de una forma política, ética.
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