LUX VA A VER A BJöRK
Hechizada por el poder femenino de la cantante islandesa, Lux se fascinó con el show y se revolcó como una foca en el flujo de la naturaleza.
¡Claro que sé quién es Björk! No vivo en una islandia, ni la cultura Glbttiq me tiene atrapadx en una cárcel por Acatraz: aunque no parezca, puedo ver y oír más allá del túnel de América y les aviso que igual no hacía falta, a juzgar por la fauna que me encontré entre el distinguido público apenas traspasé las puertitas del Centro Municipal de Exposiciones: diseñadores, peluqueros, nenes finos, modelos, estudiantes universitarios haciendo trabajo de campo, aspirantes a dj y aspirantes de toda sustancia acorde con el espíritu del espectáculo. Yo a Björk me la fumo, decía uno antes de comenzar. Yo, por mi parte, me di un flor de porrazo en la calle, porque me habían avisado que adentro había un par de señores uniformados cuidando que el público no sacara fotos, que apagara el celular y sobre todo que apagara los charutos que traían uno en cada dedo, decían todxs, para colaborar con la cantante. A mí, tantas veces sospechadx de necrofilia, zoofilia y de todas las filias que se ofrecen por Internet, la propuesta de Biophilia me pareció más que tentadora. ¡Garcharse a la vida entera! Esta Björk sí que sabe vivir, pensé. Después me explicaron que el concepto intentaba unir vida con tecnología, pero ya me olvidé de eso. Fue entrar al foyar, o al foyer, según quien te toque, para encontrarse con la alta tecnología hecha música: los temas de la señora se repartían en forma de zombies y a retazos de iPod. Cuando vi sushi libre, debí entender que venía de molusco la noche: ella se apareciócon un traje que parecía hecho de tetas siderales, casi le pido casamiento igualitario. Pero antes ya, cuando en lugar de ella aparecieron las 17 ninfas exportadas del más allá, los más volados pensaron que veían más que doble. Y así era, es que las blondas y luminosas y de voz en cuello Graduale Nobili no parecían 17 sino todas las mujeres del mundo unidas para demostrar que ahora es el turno de llas, de nosotrxs, de las injustamente cosideradas el sexo débil.
Vení, Lux, sentate en círculo como en el huevo podrido, que los artistas van a estar en el medio como en una rosca de Pascua. La que gritaba era Tía Enriqueta, que está haciendo un taller literario y va por la clase de las metáforas y comparaciones, y que es fanática de Björk, sobre todo desde que vio la película en la que hacía de cieguita. Lux, vos que cantás como un perro, ¿por qué no te le ofrecés de lazarillo? Ahí sentí un aplauso, primero en mis nalgas y luego en general.
Cada tanto la Björk hacía un silencio hechicero y no sé si por el endrogamiento o la ansiedad del moderno, dale que le metían un aplauso cada vez que se quedaba muda la escena. “Andá a meter palmas a Sabina”, grité encorsetada como estaba, pero el embrujo me llevó por el camino sinuoso de la psicodelia molusco, un video de maravillas naturales que cerraban y abrían sus falos extremos y flexibles como juncos para comerse una foca. ¿Viste eso? ¡No se considera eso apología de la almeja? le grité a Enriqueta, pero ella estaba embobada con Max, el genio electrónico de 20 años que dirige la banda y que Björk se debe zampar de un bocado como la almeja al lobo de mar. “MAX LUX, LUX MAX” soñé hechizada por este genio de las computadoras que crea sonidos suaves como tocar la batería con un escarbadientes. Y así como me sentí envuelta en la magia del agujero negro de la feminidad, caí redonda al piso. Brazos y piernas se enredaron en mi letargo, mientras los sonidos de ipods y ipads a lo lejos bramaban mi nombre en busca de mi sobriedad. Ya era tarde: perdida estaba yo en la poción de esta diosa de ojos estirados como... sí, todo parece una concha mágica y preciosa en este planeta. Salí airosa del desmayo pero me prometí volver para repetir como quien come una empanada vieja. Lástima que la gran molusca se enredó en sus propios tentáculos y suspendió su viaje por la lengua submarina.
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