La institución del closet fue y sigue siendo una instancia que marca la vida de las personas no heterosexuales. La sanción de leyes igualitarias y la caída en desgracia de los aberrantes argumentos de la Iglesia han tenido su influencia en esta institución. Para algunos ya no existe, para otros debería obviarse, hay quienes aún necesitan ayuda para salir de allí. Una serie de espectáculos y producciones retoman la idea de closet quitándole dramatismo, mientras aquí se hacen algunas reflexiones a puertas abiertas.
Una adolescente, Paula, está absorta, contempla obsesivamente a su madre mientras ella riega las plantas en el jardín. Es el día “D”, el gran día en el que va a decirle a su progenitora quién es realmente. Duda, da rodeos. En su preocupación deja hervir el agua de la pava que preparaba para el té. Su hermano menor se burla de ella primero, luego le da ánimos para enfrentar a la familia conservadora. Finalmente Paula se dirige al jardín. El temor la empequeñece y hace que su madre adquiera formas gigantescas, pero en cuanto le dice a su mamá que le gustan las chicas los roles se invierten. Ella recupera su tamaño. La madre entra en una catarsis en donde grita al cielo y culpa a toda la familia del lesbianismo de su hija: le recrimina al padre de Paula haberle regalado el muñeco de Rambo y, a la tía, dejarle ver los programas de carreras de autos de Fórmula 1 y a sí misma por insistir en que jugara con las muñecas Barbie que, con sus pechos turgentes, se entregan a cualquiera.
La madre termina regándose a sí misma, mojada y hecha un ovillo en la tierra, por ello el video se titula Madre Planta. Lo ridículo esta vez está del lado de quien recibe la noticia no de quien la porta. Es el primer capítulo de una serie web de financiación colectiva que se llama Mamá... soy gay, ideado y dirigido por la actriz Sofía Eliott. La idea de la ficción es partir de anécdotas reales que relaten el momento en que una persona sale del closet. Hay una perspectiva de desdramatización de ese momento que parece clave en la construcción de la identidad gay o lesbiana para que pueda ayudar a mucha gente a vivirlo de manera natural. De hecho, la Madre Planta de la historia finaliza abrazada a su hija y diciéndole cuánto la quiere.
Si a Marcel Proust saborear la magdalena mojada en el té lo lleva a evocar los recuerdos y las sensaciones más profundas de su infancia, la misma experiencia le acontece a Julián Blotta (Julián Sierra), pero cuando vuelve a reencontrarse (las vueltas de la vida, su madre se muda a un departamento más pequeño y no hay lugar para el objeto) con el ropero de su niñez y de su adolescencia.
A partir del momento en que abre sus puertas y saca a la luz los objetos preciosamente guardados que hay en su interior comienza a rememorar los juegos y los gustos infantiles, las peleas en el colegio defendiendo la hombría de Batman y Robin, los acuerdos y las discusiones con sus padres, el odio al fútbol y la inesperada afición por el básquet, la adoración a la maestra de cuarto grado (“tan rubia y alta, ojo no estaba enamorado: quería ser como ella”), los primeros amores y otras pasiones que prefiguran una identidad gay. Y hay un objeto que parece denunciarla absolutamente, que ocupa el lugar del muerto en el dicho popular (“todos tenemos un muerto en el ropero”): la muñeca Barbie que le robó a su hermana y que lo acompañó en el momento en que salió del closet frente a su madre.
El brillante texto de María Inés Falconi se pone al servicio del talento del actor del unipersonal, Julián Serra, cuyo encanto y abierta sinceridad logran conmover al público después de hacerlo reír no pocas veces con su interpretación de personajes que parecen conformar estereotipos: el padre hincha de Boca, la madre religiosa (“Si lo quiso Dios que fueras homosexual, habrá que aceptarlo”), la tía malintencionada o el leal e hipermasculino amigo de básquet que acepta desde el principio lo que todos los que realmente quieren a Julián terminan aceptando.
De manera análoga a la serie web Mamá... soy gay, y marcando quizás una tendencia cultural, la obra de teatro da testimonio de la necesidad del siglo XXI de analizar la manera en que se formularon las vidas de muchos gays y lesbianas a partir del siglo XIX, es decir, jugando el juego del armario.
Pero, sobre todo, hay en ambas obras, tal como lo dice expresamente Julián, una vez que terminan los unánimes aplausos, la valiosa intención de naturalizar ese momento de la vida en que uno les dice a sus padres sus gustos sexuales y el deseo de que en un futuro muy próximo nadie tenga que padecer por ello, que la elección sexual sea motivo de orgullo, alegría y placer y no haya nada referido a ella que haya que guardar en un ropero como un secreto o una vergüenza.
El proyecto resulta sumamente enriquecedor teniendo en cuenta que el concepto de closet fue central en la construcción de las identidades homosexuales desde el siglo XIX. Traducido del contexto anglosajón al latino como “armario”, “ropero” o “placard”, hace referencia al lugar en donde se guardan los secretos. De ahí la frase skeleton in the closet (un esqueleto o un muerto escondido en el ropero), que equivale a tener un secreto trágico o molesto. Para algunos autores, esta expresión era utilizada desde el siglo XVII para referirse a cualquier secreto no pasible de hacerse público sin recibir condena social y comienza a utilizarse en un sentido sexual para referirse a la homosexualidad, desde finales del siglo XIX y especialmente a mediados del XX, justamente cuando se construye la idea de la homosexualidad como un pecado, una vergüenza, una perversión y una enfermedad. De manera que el closet se construye al mismo tiempo que la identidad homosexual. El homosexual, tal como lo definen las leyes jurídicas, la moral y la medicina, estaba condenado a ser un individuo. Sin embargo, como lo demuestra Eve Kosofsky Sedgwick, en su clásico Epistemología del armario, el closet es una estructura compleja y móvil: nunca se está completamente afuera o adentro. Por una parte, algunas personas son abiertamente gays o lesbianas frente a algunos de sus amigos, pero ocultan su homosexualidad a su familia, o en su lugar de trabajo, etc. Por otra parte, la salida del closet es un gesto que nunca cesa de recomenzar: cuando se cambia de ciudad, de empleo o de médico, por ejemplo.
Si nunca se está adentro o afuera, se trata, para la autora, de una estructura o un espacio de secreto transparente. Es un armario de vidrio (glass closet): un gay o una lesbiana que ocultan su homosexualidad no saben qué es lo que saben sobre ellos aquellos a quienes pretenden ocultar quiénes son. Es como en la novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, donde los fieles del clan Verdurin hacen continuas alusiones a la homosexualidad de Charlus, alusiones que serían más horribles si este último se declarara abiertamente homosexual. Por ello, jugar el juego del armario es negociar continuamente cuánto hay que develar u ocultar midiendo las consecuencias sociales de la confesión, y eso explica también por qué muchas personas prefieren continuar en el armario.
La literatura, como uno de los universos de sentido de la cultura, fue una de las artes en que particularmente se manifestaron las complejas paradojas derivadas del armario. Y no solamente en novelas homoeróticas como El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, cuyo personaje principal oculta sus vicios en su retrato del desván o en Billy Budd de Herman Melville, donde prima lo que no se dice frente a los deseos que suscita la belleza del marinero protagonista, sino relatos tales como “La bestia de la selva” (1903) de Henry James, donde un hombre sabe que algo extraordinario va a sucederle pero no sabe qué. Este último comunica sus ansiedades a una buena amiga que parece comprenderlo: el joven tiene un secreto que ignora y la mujer conoce el secreto, pero no la experiencia. La narración no es sobre homosexualidad, pero su escritura reproduce una serie de estructuras que vienen definidas por el secreto y en ella se encuentra formulada la estructura del armario.
Una de las ideas presentes tanto en la literatura como en la vida cotidiana desde fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX es que es fascinante tener un secreto y que es importante que todos sepan que se tiene un secreto, forma parte de una verdadera personalidad. Asimismo, hacia mediados de los años 1930, directores de cine tales como George Cukor organizaban en su casa famosas fiestas privadas, algunas de ellas para las divas y divos de Hollywood, pero en otros casos invitaban exclusivamente a actores gays como William Haines (la primera estrella de Hollywood fuera del armario) y su amante, como a un buen surtido de chicos aspirantes a actores. Quienes, como Cukor, supieron jugar las reglas del armario tuvieron largas carreras llena de hombres jóvenes y ávidos de fama que harían cualquier cosa por un papel. Quienes no respetaron la discreción, como Haines o el director James Whale, acabaron por abandonar el sistema cuando se produjo una nueva oleada de estricta moralidad. Como lo mostró George Chauncey, el “armario” constituyó también históricamente, para los gays y las lesbianas, un medio de resistencia a la hostilidad ambiente. Como señala Didier Eribon, ocurre lo mismo con las vidas individuales: gays y lesbianas supieron cómo jugar con el armario, con el fin de –según las circunstancias y las situaciones– ocultarse totalmente o mostrarse un poco más, cambiar de identidad y actitudes según la hora del día y de la noche o según el medio social. Por ello, algunos pudieron vivir la experiencia del armario al mismo tiempo como una opresión y un placer y vivieron la política de la “salida del closet” colectiva, a finales de los años 1960 y en las décadas que siguieron, como una forma de violencia contra sus formas de ser y sus modos de vida.
Una de las grandes discusiones que plantea el “armario” es la de la división entre la vida pública y la vida privada. Es decir, una de las defensas para continuar en el armario es la defensa de la vida privada. Quizá la respuesta es que el armario no es una estructura meramente individual, no pertenece estrictamente al ámbito privado de las personas. Salir del closet, decir abiertamente que se tienen deseos y sentimientos amorosos hacia personas del mismo sexo, no es revelar la vida privada, sino ser parte de un proyecto colectivo que contribuya a cambiar concepciones negativas sobre la homosexualidad. Por ejemplo, la salida del closet de algunos personajes públicos puede contribuir a que algunos cómicos o animadores de segunda se cuiden, lo piensen antes o dejen de hacer chistes o alusiones homófobas, muchas veces sobre ellos mismos.
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