Vie 20.07.2012
soy

Ella no tiene que explicarle a nadie pa’ dónde va...

Las culisueltas son un grupo de siete chicas casi adolescentes que representan con sus cuerpos, sus modos, sus letras, el lado femenino de la movida turra y también el modo particular en que las subculturas populares están hablando hoy de transgresión, sexo, machismo, disidencia. El escándalo que se desató hace dos meses en Perú, cuando una de ellas, Mayu, fue “acusada” de travesti, no sólo les dio quince minutos más de fama, sino que abrió una bolsa de gatos donde las palabras sobran y faltan.

En octubre del año pasado se presentaron con un nombre que huele a más de lo mismo y también a provocación, fue en el programa Pasión de sábado. De ahí pasaron derecho al estrellato tropical: Las culisueltas. Ahora, apenas empieza la conversación, aclaran que el nombre no tiene nada que ver con la figura poética de Damas Gratis, con eso de agacharse y entregar la bombacha. Hartas de que les pregunten muchos interesados si lo de “culisuelta” es un eufemismo de rapidez, dice la voz cantante, Kitty: “Viene del tema que cuenta de la piba que llega a la casa cuando sale el sol y termina con eso de que ella no tiene que explicarle a nadie pa’ dónde va... Y como nosotras hacemos los shows los fines de semana toda la noche... Miren que la misma canción también dice: ‘No quiero novio / quiero bailar na’maa / No quiero a nadie / que me esté diciendo naah / ni un bobo / que me venga a hablar pendejaaah’”. Son siete integrantes que de algún modo responden con sus letras a toda una tradición de castigadores machos que como Dady Yankee hicieron sus hits a fuerza de “Latigazo”: “¡Dale un latigazo! / ¡ella se está buscando el fuetazo!”. O el popular “Mala conducta” (“Yo quiero azotarte, domarte /pero lo malo es que te gusta”), en el que Franco El Gorila amenaza con mandar a su amor al hospital: “Yo tengo una gata que le gusta el castigo / ella se vuelve loca cuando le meto agresivo / cuando la cojo por el pelo la pego a la pared y le digo / que la voy a mandar pa’ intensivo”.

Extinguidos los floggers, sus restos –amalgamados con los clásicos cumbieros– mutaron hasta llegar a lo que hoy se conoce como fenómeno wachiturro, o turro a secas, del cual Las culisueltas representan la rama femenina. El prefijo “wachi”, viene de “wachín” y significa “juventud” y el adjetivo de “turro”, como expresión masiva, ya no es sinónimo de “atorrante” o “ventajero”, sino un designio positivo para chicos coquetos que están a la moda y bailan con onda, miembros de las clases populares que en un juego de identificaciones cruzadas levantan cual bandera marcas como La Martina, Lacoste, Kevingston y Nike. Los fucsias, lilas y naranjas estridentes lideran el ranking. En las cabezas de las chicas, mucha cola tirante y flequillos tiesos, y para los chicos, el corte pelela con nuca rapada y cejas depiladas. Bermudas aunque haga frío, o pantalones anchos con bolsillos, y en ellas un revival: la remera corta que deja la panza descubierta. Pero más allá de la cáscara del mundo turro, lo más rico seguramente sea la hipercodificación de sus gestos, tics de identificación, reconocimiento y acción, sus lazos de solidaridad, el modo de integrarse diferenciándose como otros del otro, y ampliando el abanico.

Poner el foco en la agresividad con que la cumbia retrata a la mujer (lo de la bombacha floja viene desde la cumbia villera de los noventa) es una tentación, es fácil y probablemente sea loable. Si les preguntamos a las chicas cómo las tratan en el medio contestan como si por esa pregunta hubieran entendido un “¿con quiénes / cómo / cuándo y dónde se acuestan?”, la culisuelta Belu toma la palabra: “Hay un trato diferente. No nos dejan hacer cosas que hacen los hombres. Por ejemplo, cuando nos vamos de gira tenemos prohibido subir hombres a la combi. Después, al hotel no puede entrar ni un fan”. Kitty quiere agregar algo, se acomoda los mechones laminados con sus uñas que brillan en la oscuridad, parece una alumna de secundario y, tal vez, por eso choque escucharla hablar de su esposo: “Yo tengo a mi marido en el ambiente, y sé que entran mujeres a la combi y a los hoteles. A ellos los productores los dejan. Pero a nosotras nos cuidan mucho. Tal vez, demasiado”.

Pero también es verdad, como Pablo Semán y Pablo Villa, sociólogos (el primero por la UBA, el segundo por la Temple University, de Filadelfia) señalan en el libro Cumbia. Nación, etnia y género en Latinoamérica (Editorial Gorla), que deberíamos ir un paso más allá para poder ver en los géneros tropicales no sólo misoginia sino también repertorios con mucho para decir sobre la sexualidad aquí y ahora. El libro postula que los letristas intentan una crónica de las vivencias de los sujetos populares del área de la provincia de Buenos Aires y que “pocas veces en la historia de la música popular circuló un patrón letrístico tan directamente sexual y afinado con la exacerbación y transformación de las modalidades machistas, junto a la reivindicación de las conductas ilegales y también de las trasgresoras”. Por una variable que sin dudas corre paralela a la de las leyes del mercado, las otras identidades que difieren de la parejita típica de la chica provocativa y el macho golpeador, antes marginadas sin vuelta, comienzan a aparecer en letras, en la pista y también arriba de los escenarios.

Mayu, la dj del grupo, no interviene todavía. Sabe perfectamente que esta nota, aunque empieza hablando de otra cosa, ha sido pactada por ella. Hace unos meses protagonizó un escandalete en Perú que todavía sigue sumando curiosos en YouTube. En el piso de Amor, amor, amor, el programa de la TV limeña que las tenía como invitadas, una integrante de otra banda le gritó “machote”, la acusaron de ser un hombre, la señalaron como travesti, que en lenguaje prehistórico quiere decir impostor, tramposo. La lógica del aguante hizo que las chicas saltaran a defenderla a los tortazos. Es difícil decidir si el sketch de lucha en el barro pero sin barro, donde terminó ligando también la madre de una de las insultadoras, fue una respuesta espontánea al mando cultural turro de ir al frente o una puesta en escena para aferrarse a la fama evanescente.

LA PIEDRA DEL ESCANDALO

Gusti, el productor, atiende el teléfono con aliento entrecortado. Del otro lado del tubo la sensación es la de estar interrumpiéndolo en medio de algo importante, pero también de que no quiere mostrarse desinteresado ante una posible nota. Ultimamente si le suena el celular es para hacerlo hablar del “incidente de Perú”. Nos invita al estudio. Es un departamento en la calle Lavalle, con varios ambientes separados con durloc de donde cuelgan posters de los “productos”. Se respira en el aire el deseo de sacarle el jugo a este chispazo de fama que se expresa en merchandising surtido, flashes de purpurina, cientos de niñxs que se saben sus pasitos, cien mil “me gusta” en Facebook y 8.700.000 visualizaciones en YouTube. Cuando Pablo Serantoni, el productor artístico de Pasión de sábado, se entera de que Soy es un suplemento de diversidad sexual enseguida viene a su mente otro “producto”. Se trata de Estefi, una de las integrantes de otro grupo turro femenino que se llama Nenas malas. “Estefi puede andar, es la más linda, la más rubiecita, y parece que le gustan las mujeres. Ahora están de gira, pero ella te podría contar de las chicas con las que sale.” Serantoni da a entender que la firma del contrato incluye también algo así como una eyección del closet: “Ellas tienen que hablar de eso si lo son. Acá es así. Si trabajás en el ambiente, sabés cómo es la cosa. Mostrar la vida de uno es parte del juego. Eso vende y tienen que entender que a ellas les hace publicidad. Esto es más que venir y cantar. Mayu cuando entró al grupo ya sabía a qué se exponía, es parte de la cosa. Ella a eso lo sabía y después lo de ella terminó saltando”.

“Lo de Mayu”, según cuentan las mismas chicas, jamás ha sido un tema en los shows de Buenos Aires ni tampoco entre ellas: cuando se van de gira, que es la mayoría del tiempo, comparten los cuartos –duermen todas juntas o divididas en grupos–, los espacios, los chistes, se mimetizan en la ropa, los gestos y la pose ante la cámara de sacar cola y poner trompa. Se dividen las tareas, las musicales, durante el show, y las cotidianas, en la convivencia semiforzada. Raro es que no recuerden ni una pelea compartiendo pieza, pista y planchita. Sólo el verse las caras sin respiro hizo que notaran algunos signos de eso que Mayu tal vez hubiera preferido mantener en privado o contar más adelante: “Tardamos en darnos cuenta porque no es que se nota la barba o el bulto. Si la ves con calzas, no se nota nada. Parece mujer como cualquiera de nosotras. Sí fuimos viendo cosas como que a veces le sale una voz muy ronca cuando recién se levanta”, revisa Kitty con más naturalidad que otra cosa. Dejan claro que, tanto cuando no sabían como cuando supieron, el trato fue el mismo. En Perú, donde aún la transfobia y también la homofobia son desembozadas (de hecho hace una semana la flamante Miss Perú Universo 2012 debió disculparse públicamente y reconocer que no debió decir que la homosexualidad era causada por la violación o por nacer en una familia disfuncional) el diario Ajá titula a días del incidente: “¡Es culisuelto!”. Con el placer morboso con que se revelan “verdades” ocultas de la gente y usa términos como “confesó” o “reconoció”. Además de comentarios como el siguiente: “Hoy se explica la fuerza que tuvo para jalar de los cabellos a la frágil Angie de Las Wachiturras y echarla al piso para empezar a golpearla junto a sus demás compañeras”.

Dj Mayu, que acá en su país se siente más cómoda para hablar sobre el tema y confía en que no va a ser tergiversada, toma la palabra. Por cierto hay muchas palabras que no están en su vocabulario y de algunas tiene definiciones que están muy lejos de las que maneja la militancia o la teoría queer. Seguramente la ausencia de voces para nombrarse y reconocerse se deba a que esa misma ausencia está en la escuela, en los libros de lectura, en los medios de comunicación. Es decir no escuchó jamás hablar de intersexualidad, y para ella travesti es “el hombre que se viste de mujer y punto, que a partir de cierta edad se empieza a vestir. Pero conserva una cara de macho. El travesti se pone cosas, se arma. Es porque ya es afeminado y le gusta ser mujer”. “La verdad –sigue Mayu– es que yo no soy transexual ni travesti, soy hermafrodita, tengo doble sexo, nací así. Ese tema hizo que mi vida fuese y siga siendo complicada. Dije eso en Perú porque ahí son todavía más cerrados que acá. Viendo cómo tratan a las travestis, imaginate cómo hubiese reaccionado todo el mundo si yo me ponía a explicar lo mío. Nadie iba a entender nada. Y por eso me parece necesario aclarar esto: yo soy hermafrodita.”

¿Sentís de algún modo que haber “nacido así” con una marca física clara te hace ser más aceptable en el ámbito de la bailanta?

–Miles de veces. Pero me da bronca también que eso pase. Yo anduve con amigas travestis. Algunas tienen más hormonas de mujer que de hombre, o al revés. Te das cuenta por la voz, por la nuez, por la forma de ser de ellos.

¿Cómo fueron tu niñez y tu adolescencia?

–Siempre fui y me sentí una nena. Me vestía como nena, mi mamá me hacía las colitas. Yo nunca dudé de ser mujer. Los únicos que lo sabían eran mi mamá y mi papá. Hice consultas, revisaciones. A partir de los 18 años empecé a tomar hormonas y cada dos semanas tenía que ir a revisarme y hacerme análisis. Te van cambiando lo que te dan, porque te tienen que nivelar. Es todo un quilombo. Y te cambia todo, la piel, el cuerpo, la forma de ser, el humor, todo. Yo me quiero operar ahora. Es todo un tratamiento. No es que te operás cuando se te ocurre. Antes no lo hice porque tenía cagazo, te da miedo.

¿Este episodio de Perú es el primero o siempre hay problemas?

–En la bailanta, que yo sepa, no hay nadie de este género mío. Yo nunca me sentí discriminada por los productores ni mis compañeras, todo lo contrario. Y eso también tiene que ver con que ninguna de las integrantes de las culisueltas es “90-60-90”, porque eso termina generando un choque con el público femenino de la bailanta. Yo creo que tuvimos tanto éxito porque todas somos muy comunes. Acá yo, que no soy perfecta, no desencajo. Vendemos por carisma, por parecernos a las chicas que están en el público. Yo nunca vi a una travesti que se suba a cantar al escenario, menos a hablar de casos como el mío. En el género juvenil de la bailanta no hay y, si hay, no se ven.

¿No te parece que tu sexualidad le suma al grupo?

–Creo que de entrada no se pensó en eso. Cuando hice el casting los productores sabían esto y le dieron la oportunidad a alguien que está dentro de un género muy discriminado. Si sumó o no sumó para vender, no sé, porque la idea no era contar eso, pero ahora lo quiero explicar porque no quiero que todo el mundo crea que yo soy travesti si no lo soy. Nunca en ninguna nota ni yo ni ninguna había hablado del tema, ni se había hablado en ningún show tampoco.

¿Y por qué ahora?

–Era un tema que no era público hasta que lo de Perú hizo que todo explotara. Y lo digo, la verdad, para que me dejen de joder. Pero yo no sentí nunca ni siento que tenga que dar explicaciones a nadie. Es un tema mío. Yo siempre me sentí normal y en el grupo siempre me trataron como a cualquiera. Esto fue algo que explotó sin querer.

¿No se habla porque no hace falta o porque da vergüenza?

–No se habla nada. Y sin embargo hay casos. Da vergüenza, siempre está el prejuicio de que te van a decir que “saliste mal”. Nadie se banca no entender si otro es hombre o mujer. La mayoría de los que tenemos esta condición nos callamos por ese miedo. Yo además de mí conozco tres casos más. Uno de esos es una señora ya grande que es mujer pero tiene un pene. Ella hasta el día de hoy lo oculta. Pero ella una vez me lo contó a mí porque se dio cuenta de que a las dos nos pasaba lo mismo. Los hermafroditas estamos muy ocultos. Mucha gente cree que son leyendas. La palabra recién está apareciendo, espero que no sea para ponerla del lado de la discriminación. Cuando sos hermafrodita siempre uno de los dos órganos se desarrolla más que el otro. En mi caso se me desarrolló la vagina, y mi pene es como dedo chiquito, muerto. Y obviamente me lo voy a sacar. No es fácil estar en mi lugar. Las reacciones de los hombres, las explicaciones que tengo que dar. Ahora ya no me pasa tanto, pero la adolescencia es muy difícil, te parás en frente del espejo, te mirás y pensás qué bárbaro, por qué me tuvo que pasar a mí.

¿Y en el amor?

–Hay algunos que cuando te ven se cohíben. Cuando se acuestan conmigo cuentan como que no saben si están con una mujer o con un hombre, pero la verdad es que están con una sola persona que soy yo y que no tengo dudas de ser mujer. A las travestis sí se les nota la hombría. En mi casi yo soy completamente mujer salvo por eso, lo ves en mi cara, en el resto de mi cuerpo. Algunos lo entienden, otros no. Algunos me dicen que no porque se asustan y después vuelven, y otros nunca más vuelven. Estoy de novia ahora. Igual el momento en el que tengo que avisar de la situación a alguien no es fácil, que no es lo mismo que con la mayoría de las travestis, con los que ya de entrada se nota.

CHICAS DEL MONTON

Por cuarta vez (al ritmo de una llamada cada cuarto de hora) llama él, la actual pareja de Mayu, a quien hace minutos ya le había explicado que estaba en medio de una nota. Mientras la celan telefónicamente, ella hace gesto de impaciencia –tal vez se sienta en falta con las máximas culisueltas del himno que comparten–. Cuando se le pregunta al productor Gusti si sabía que estaba integrando a una intersexual al grupo, si influyó ese dato cuando la eligió, habla del sesgo diverso de la empresa, de que ellos buscan “darles oportunidades a todos, sea enano, gay o hermafrodita”.

YouTube arde en videos caseros filmados en los cuartos de púberes y púberas que imitan su gestualidad, pasos y playback. Kitty amplía: “Cuando nosotras empezamos con esto no estaba pensado para el público de tan chiquitos, sino de adolescentes para arriba. Hay hasta madres que vienen con los bebés”. Eso es algo que casi no pasa en otros subtipos de la cumbia como la villera –tal vez el subgénero cumbiero que más asociado esté a la descripción de la vida en el barrio, en un país agujereado por el desempleo y la erosión menemista: marginalidad, drogas duras y delincuencia–. El foco en las letras de la movida turra suena descafeinado en relación con aquellas balas y líneas pero, sí, más erotizado y verosímil a la hora de recoger algo de las transformaciones de las pautas sexuales entre coros, gemidos y metáforas hot como las de los versos culisueltos de “Rakataka”, “Me besas” y “Chuculum”.

También llama la atención que ninguna de las culisueltas reproduzca el estereotipo exuberante de viejas popes bailanteras alineadas detrás de las pompas de la Bomba tucumana. Menos despampanantes, se confunden con cualquiera de las adolescentes que las siguen. Dentro de este sex appeal con calle, algunos signos parecen colar un poco de aire dentro de la heteronormatividad, marca registrada de la bailanta y la cumbia villera como amasijo de machismo, misoginia y homofobia. En Internet abundan las fotos de chicos del mismo sexo besándose, a contramano del perfil machote de otras tribus tropicales. Si es verdad que estas culturas juveniles traen nuevos vientos al ambiente cumbiero, ¿qué espacio le asigna el turrismo a la transexualidad?

Joha, Beluchita, Yiyo, Pony.

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