MI MUNDO
Para Paul Auster es el libro más original que leyó, y para Georges Perec, un libro digno de ser copiado. Me acuerdo, de Joe Brainard, constituye un recurso, muy posmoderno si se lo compara con la estrategia de Proust, de rescatar esas escenas que se traga el olvido. Hoy Soy se acuerda de Joe Brainard.
› Por Jorge Plaza
Hay libros extraños y que, en su propia peculiaridad, una vez leídos, no te abandonan nunca. Y, sin duda, Me acuerdo, del escritor y artista norteamericano Joe Brainard, pertenece a esta categoría. Si tuviéramos que catalogarlo, lo englobaríamos como una especie de diario, pero —eso sí— un diario bastante sui géneris.
Joe nació en Tulsa, Oklahoma. Fue pintor y murió de sida en 1990. No sólo eso se sabe, de él se sabe más, mucho más. Que era homosexual. Que se enamoró de Frank O’Hara y de un millar de putos más. Que vendió su sangre para poder comer cuando era pintor en Nueva York, y nadie le compraba un cuadro. Que de niño se comía los mocos. Que frecuentaba los bares gay y caminaba pegado a las paredes para que nadie le tocara el culo. Lo sabemos por sus confesiones publicadas en 1970, que empiezan todas con la fórmula I remember (Me acuerdo). Una colección de frases, recuerdos, imágenes que nos ofrecen un extraordinario panorama compuesto de párrafos de diversa extensión y que en su totalidad adquieren la cualidad de un autorretrato verbal.
Los “me acuerdo” son algo más que una cotidianidad compartida, o que un sentimiento generacional. Brainard se deja llevar por un lirismo certero y consigue describir todo un país, desde la sordidez de una estación de ómnibus hasta las tardes de los domingos, el baseball de los sábados, el sabor del agua después de un helado, los taburetes giratorios de los Dinners y la luz de plástico de los neones agotados. Son polaroids del fluir heracliteano. Algunos “me acuerdo” son pedazos inocentes de memoria, otros escarban en la tortuosa búsqueda de la propia identidad. Ciertos elementos, como los recuerdos de Marilyn Monroe, los mocasines con borlas de Liberace, o la memorabilia del cine de su época, podrían ubicar al libro como una suerte de obra de arte pop con algunos rescoldos de lo mejor de la generación beat.
Hay libros que, en su aparente simplicidad, parecen abrir puertas y ventanas a la imaginación literaria desde ángulos casi imposibles de prever. Libros provenientes de los márgenes, de las fronteras. El genio de Brainard reside en la simplicidad de su estrategia. Un libro inagotable que, en apenas ciento cincuenta páginas, somete al lector a un constante ir y venir de sus propios “me acuerdo”.
La obra es aforística, fragmentaria, pero aun así tiene la complejidad de una novela. El YO oculto en el pronombre ME se convierte en un ente que evoluciona como el protagonista de cualquier relato, al punto de que uno cierra el libro con la sensación de que ha conocido a su autor y la sociedad de su época. La brevedad, el psicoanálisis, la homosexualidad y el pop art le confieren contundencia e intimismo, penetración en la memoria personal y en la memoria colectiva.
La inmersión en sus confesiones del mundo homosexual convierten al libro en un testimonio de supervivencia. Me acuerdo nos dice más sobre Brainard de lo que cualquier autobiografía podría contarnos. También habla de nosotros: sus recuerdos exceden la experiencia individual para superponerse, primero, con la experiencia de toda una generación; luego, con el aliento particular de la cultura norteamericana, y finalmente, con la historia común de toda la humanidad. Todos los fragmentos de Me acuerdo componen detalles, anécdotas, inquietudes, observaciones, sueños, deseos no cumplidos, deseos incumplidos, confesiones, olores, cosas vistas (y sobre todo: ángulos extraordinarios para verlas), rasgos familiares, enfermedades, coyunturas políticas, y trivialidades de las que está hecha la vida; trivialidades que al ser extraídas y expuestas a la luz de un recuerdo compartido finalmente se convierten en la historia doméstica y más perfecta (por recobrada) pero más inasible (por trivial) de un hombre, de una sociedad y de un país. Brainard nos interpela y para ello se vale de una de las herramientas poéticas más antiguas y familiares, la lista.
El impacto de este libro fue tal que, años después de su aparición, Georges Perec escribió su Je me souviens bajo el modelo de Brainard, y se lo dedicó a éste. La virtud de Brainard es haber hallado la llave que abre la caja de Pandora de los recuerdos. La virtud de una obra maestra es que crea el modelo.
Me acuerdo de desear haber sabido antes lo que sé ahora.
Me acuerdo de los días lluviosos a través de la ventana.
Me acuerdo de la dulzura de Marilyn Monroe en Vidas rebeldes.
Me acuerdo de muchos primeros días de colegio. Y de ese sentimiento de vacío.
Me acuerdo de una placa colgada en la pared encima del televisor que decía “Dios bendiga nuestra casa hipotecada”.
Me acuerdo de algunas experiencias sexuales precoces y de las rodillas desolladas. Estoy convencido de que el sexo ahora es mucho mejor que antes, pero echo de menos las rodillas desolladas.
Me acuerdo de que me preguntaba por qué, ya que era gay, no era una niña.
Me acuerdo de cuando (fumado) el pensamiento más profundo del mundo se te evapora antes de encontrar un lápiz.
Me acuerdo de una vez en que mi madre hizo desfilar a un puñado de mujeres por el baño mientras yo estaba cagando. ¡Nunca he sentido más vergüenza en toda mi vida!
Me acuerdo, luego, de algunos besos. Y de, finalmente, reunir el valor para meter mi lengua en su boca, pero (¿qué viene ahora?) (¡socorro!), y entonces fue todo meter y sacar, meter y sacar, hasta que empezó a parecer un poco raro y comprendí entonces que era un palurdo.
Me acuerdo de intentar imaginarme de qué va todo esto. (La vida.)
Me acuerdo de esas veces en que no sabes si estás muy feliz o muy triste. (Los ojos llorosos y el corazón alegre.)
Me acuerdo de los sonidos de las retransmisiones de béisbol que llegaban desde el garaje los sábados por la tarde.
Me acuerdo de los pueblos vacíos. De las lunas teñidas de verde. Y de los carteles de neón justo cuando se apagan.
Me acuerdo de haber intentado chupármela una vez, pero no llegó a funcionar.
Me acuerdo de un hombre gordo que vendía seguros. Un caluroso día de verano fuimos a visitarlo y llevaba puestos unos pantalones cortos y cuando se sentó se le salió un huevo. Me acuerdo de que era igual de difícil mirarlo que no mirarlo.
Me acuerdo de reflexionar sobre si se debe o no se debe matar una mosca.
Me acuerdo de que cuando vivía en Boston me leí todas las novelas de Dostoievski una detrás de otra.
Me acuerdo de un chico con el que hice el amor una vez y de que cuando terminamos me preguntó si yo creía en Dios.
Me acuerdo de cuando creía que nada que fuese viejo podía tener valor.
Me acuerdo de un niño muy pobre que tenía que ponerse las blusas de su hermana para ir al colegio.
Me acuerdo de los lecheros. De los carteros. De las toallas para invitados. De los felpudos de “Bienvenidos”. Y de las señoras de Avon.
Me acuerdo de la silla detrás de la que solía pegar mocos.
Me acuerdo de que mi padre se rascaba las pelotas un montón.
Me acuerdo de lo chica que se te queda la pija cuando te quitas un short mojado.
Me acuerdo de evitar mirar a los lisiados.
Me acuerdo de lo excitante que es ver fugazmente un cuerpo desnudo en una ventana, aunque en realidad no hayas visto nada.
Me acuerdo de reordenar las cajas de caramelos para que no pareciese que faltaban tantos.
Me acuerdo de lo bien que puede saber un vaso de agua después de un helado.
Me acuerdo del día en que murió Marilyn Monroe.
Me acuerdo de muchos primeros días de colegio. Y de ese sentimiento de vacío.
Me acuerdo de muchos septiembres.
Me acuerdo de cuando pensabas que, si hacías algo malo, la policía te metía en la cárcel.
Me acuerdo de un día muy caluroso de verano en el que se me ocurrió poner cubitos de hielo en la pecera y se murieron todos los pescaditos.
Me acuerdo de esa sacudida que te da justo antes de quedarte dormido. Como cayéndote.
Me acuerdo de llenar la cubetera hasta arriba y de intentar llevarla hasta el congelador sin que se me derrame nada.
Me acuerdo de ponerme mi mejor ropa para ir a comprar ropa nueva.
Me acuerdo de la gente, en la calle cuando se ponía a llover, saliendo disparada con la cara contraída.
Me acuerdo de lo que cuesta poner fin con naturalidad a una carcajada en público.
Me acuerdo de los cumpleaños.
Fragmento extraído de Me acuerdo, Joe Brainard
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