¿Qué es el crossdressing? ¿Un eufemismo con nombre inglés para permanecer en un closet lleno de ropa divina? ¿O tal vez una práctica tan disruptiva que se resiste a entrar en los casilleros que la diversidad propone? Aquí, algunas respuestas recogidas por nuestra cronista, que supo tener un pasado cross y regresa para contarlo.
› Por Karen Bennett
Fotos Sebastián Freire
La que avisa no traiciona, dice el dicho. Pero que las hay las hay, dice también y entonces, antes de que me caiga encima la militancia vanguardista lgbtiq, aquí no se hablará ni de mujer trans, ni de hombre trans, ni de persona intersex, ni de activismo antipatriarcal. Ahórrense la protesta si la están preparando. Aquí no habrá antropología Preciadista-butleriana sobre deconstrucción de género.
Aquí sólo arrojaré una letra “C” a la salsa del guiso lgbtiq para ver cómo se condimenta. Una letra “C” que aún no sabe bien si quiere ser parte del guiso o –para meter más cizaña– no se sabe si el guiso querrá en verdad recibirla en sus ollas. Es la letra “C” de “Crossdresser”. Pero primero se lee y después se existe.
Por un lado tenemos a las personas trans, abiertamente visibilizadas, con su nuevo DNI y la ley de identidad de género bajo el brazo, acudiendo al Mocha Celis o alguna cooperativa para intentar sobrevivir en el sistema, o al sistema, mejor dicho. Excepciones al margen, por el otro lado tenemos a personas que no necesitan al Mocha, sencillamente porque ya egresaron de todos lados. No sólo de la secundaria sino de la facultad, con idiomas, y ocupando cargos corporativos y profesiones bien remuneradas. Como broche de oro, además de construir sus profesiones con DNI de varones heteronormales, lo hicieron de igual modo con sus familias. ¿Resultado? Estxs chicxs egresaron de todos lados menos del closet. Porque, claro, llamarte Carlos, tener esposa e hijos, y salir del placard con todas las plumas, no te va llevar al Maipo, sino casi con certeza al psiquiatra o a la zona roja. Entonces, ¿qué utilidad tienen el DNI y la Ley de Identidad de Género para estas personas, al menos en lo inmediato? Una cosa es pintarte los labios desde el arranque para luego buscarte un lugar en el mundo. Otra muy diferente es buscarte un lugar en el mundo desde el vamos, para luego cambiar de opinión y pintarte los labios después.
La comunidad cross es el resultado de la construcción de una vida familiar y social normativa de clase media, versus la necesidad de expresión del género femenino y la sexualidad no autorizadas. El crossdressing es una libertad condicional, temporaria, que evita la caída a la marginalidad de quienes tienen algo que perder, para luego volver a las obligaciones cotidianas, y si te he visto, no me acuerdo.
Por definición, el crossdressing no cuestiona el mandato género-genital hegemónico y binarista hombre-mujer. No lo hace ni desde lo filosófico ni desde lo psicológico, ni desde lo político, ni nada. Más bien actúa de permiso temporal para el varón, como una tarjeta SUBE para cruzarse por el molinete “al otro lado” por un rato y luego volver a su “normalidad”. Por eso tampoco contempla a mujeres biológicas que pudieran tal vez sentir alguna necesidad similar. Y mucho menos a las demás vertientes de la diversidad. Se trata, en resumidas cuentas y con algunas excepciones, de un club fundado por varones occidentales autopercibidos como heterosexuales de clase media, con el anhelo de explorar su feminidad, sin quedar pegados al estigma de la prostitución callejera y drogas que rodea a la travesti pobre. El crossdressing está libre de pecados contravencionales porque es privado, semiinvisible, no hace “la calle” y depende de la billetera. Una crossdresser sin los fondos económicos que le permitan consumar esta doble vida se verá obligada a invisibilizarse detrás de un monitor mirando fotos de otras. Y de no poder revertir esa situación, deberá optar por perder todo privilegio social y convertirse en una travesti de calle.
Las personas cross usualmente se refieren a su alter ego femenino como “mi hermana”. La figura de “la hermana” atenúa los escenarios autoeróticos, lascivos, promiscuos y moralmente cuestionables con los que en realidad coquetean cuando están “montadas”, pero que acabarían por condenar a sus “hermanos varones” de manera lapidaria por la sociedad normativa. Minimizar estas sensaciones equivale a reducir la culpa y la vergüenza masculina por ese temporario incumplimiento del rol de macho-patriarcal y el consecuente pánico a perder la reputación social y familiar construida bajo este rol.
Paradójicamente, sus alter ego femeninos gozan de sus escapadas gracias a los ingresos económicos de sus “hermanos varones”, sosteniendo así una relación conservadora. Claro, un buen ingreso económico resuelve esta situación, pero además también permite –cuando se alinean determinados planetas– la posibilidad de una escapadita nocturna hacia el deseo de sacar a la loba y aullarle a la luna, mientras todo duerme: esposas, hijxs y nietxs. Entonces Andrés será Andrea, Carlos, Carla, te apuntás a cualquier clase de bombardeo y no habrá más ley que la Ley del Deseo. Y una vez que entramos al reino del deseo, no quedará otra que hacerle frente al guacho y ver qué onda. En este ámbito las cross se parecen al resto de la humanidad en una cosa: en que cada unx es un mundo aparte. La sexualidad cross es tan diversa como la del resto del planeta, salvo que al manifestarse con la furia del lincántropo frente a la luna llena, cuando sale, sale en serio, no es joda y agarrate, Catalina, que se viene la Crossdressina.
Así es como llaman las crossdressers a “la hormona cross”. La hormona cross es ese momento en que aparece la necesidad imperiosa de transformarse. La luna llena del licántropo. Sin aviso. Cualquier disparador sirve, y de ahí podrán escucharse frases como “ando con la crossdressina por las nubes”, y cuando decae: “No salgo. Ando con la crossdressina baja”. La “crossdressina” o, mejor dicho, los “niveles de crossdressina” son, desde una perspectiva más aguda si se quiere, los niveles de angustia transformados en ansiedad por quien necesita expresar algo que le es vedado, ya sea por su entorno, o por sí mismx. Entonces encuentra el hueco, sale, quiere resumir las mil y una noches en una sola. “De una buena vez soy yo el objeto del deseo y no el cazador. El primer caballero con un buen piropo me hace suya”, me cuenta Wendy, de 62 años, abogada. Las crossdressers no se enamoran de sus pretendientes sino de sus piropos porque en realidad están enamoradas de sí mismas, de su rol. Sus acompañantes sólo vienen a completar la foto. No hay compañía más poderosa para una cross que un espejo convirtiendo a la cross-sujeto en el objeto de su propio deseo.
F., el “hermano varón” de Mirna Ladyrouge, se especializa en ingeniería de combustibles pesados, internándose en los sitios más inhóspitos para instalar o reparar sistemas de gas. No realiza estos trabajos vistiendo polleras ni tacos, como lo hace la docente trans Melissa D’Oro todas las mañanas frente al aula. Pero de esta manera F. puede comprarle los tacos de 13 cm y pelucas a su “hermana” Mirna para que las luzca un viernes a la noche por mes, cuando organiza las reuniones o fiestas de La Banda del Golden Cross. “Los tacos son un viaje de ida”, dice. “Los uso desde pequeña, pero los saqué a la luz en el 2002 y no paré más. Ahora también cumplí el sueño de pararme sobre escenarios y hacer miniperformances musicales en las reuniones mensuales de chicas. Lo mío pasa por ahí. Me gustan las mujeres. No me interesan los hombres.” Sin embargo Mirna no tiene conflictos en bajarse de los tacos para que “F” pueda cumplir con el rol masculino que su entorno familiar y laboral le reclama. Mirna sale una vez al mes y vive en sus perfiles de redes sociales aconsejando a chicas menos experimentadas, y está todo bien. Y si bien sus hijxs no están al tanto, cuenta con la complicidad y comprensión de su esposa.
Vanessa Andrea Gamboa porta un par de piernas interminablemente bellas, de ahí su apellido. Tiene la capacidad de exhibir esas gambazas depiladas sobre altísimos tacos, o bien de ocultarlas momentáneamente bajo el traje negro de su “hermano” L. –que anda por los 50, felizmente casado y con hijos– y junto con el armamento que porta para desarrollar maniobras estratégicas de seguridad de vehículos, evitando emboscadas a transportes y personas. Toda una Lara Croft, a pura pólvora y labial.
Recuerda Vanessa: “Cuando era chicx, una tarde mis viejos habían salido. Entonces aproveché a montarme con un ‘look express’, remera y zapatillas, rápido y fácil de ocultar en caso de emergencia. Empecé a desfilar por el patio de mi casa. Todo venía de maravillas hasta que mis viejos volvieron antes de lo previsto. Logré sacarme todo a tiempo a las corridas sin que ellos se dieran cuenta, pero en el trajín arrojé las prótesis de mis tetas, hechas con medias de nylon y rellenas con mijo, al costado de un pilón de ladrillos en jardín. Caminado hacia la casa agarré un toallón que estaba colgado en la soga. Entré en la casa yo también, no me animé a recoger las tetas de mijo y quedaron ahí. Les cayó una llovizna y a los cinco días las fui a rescatar. Pero con sorpresa veo que mis lolas rompieron bolsa, dando a luz hijitos, parecían el Loco López, ¡había germinado el mijo!”.
Para algunas chicxs el crossdressing resulta ser un trampolín temporario hacia una nueva construcción de su propia interpretación de género, más visible y cotidiana, como por ejemplo para quien aquí les escribe. Para otras es simplemente una vacación de sus responsabilidades familiares y sociales. Para otras, en cambio, una experiencia erótica, sexual y fetichista. O –¿por qué no?– una combinación de todas ellas juntas. Lo destacable es que esta comunidad es tan diversa dentro de su propio seno como cualquier otra “minoría”.
A las chicas cross –salvo aquellxs que estén transitando hacia una mayor visibilidad– no les hacen demasiada cosquilla los derechos civiles resultantes de la Ley de Identidad de Género, ya que no tienen ninguna intención en cambiar sus identidades, roles, funciones ni entornos. La Ley de Identidad de Género no va a lograr que las parejas de estas chicxs tomen el asunto con naturalidad, ni que sus profesiones permanezcan inalterables. Es por eso que en su gran mayoría viven su realidad familiar y su género como paralelos que no deben tocarse nunca. Pero también están las otras, aquellxs que necesitan expresar su género de una forma más presencial y cotidiana.
Laura Wulff, de 42 años, analista de sistemas, me confiesa que está intentando modificar un poco su entorno profesional porque cree que no aceptarán su cambio, y así poder vivir su identidad con plenitud. A ella el concepto de crossdresser no le sienta tan cómodo, porque nunca sintió estar “cruzando a ningún lado”. Se percibe esencialmente femenina y simplemente mantiene su estética masculina hasta acomodar su situación profesional definitivamente.
“H”, el “hermano varón” de Elizabeth Hers, sabe disparar un FAL, una 45, una 9 mm, te hace un “cacheo” de pies a cabeza sin que te des cuenta y además supo sumergirse en la guerra en un operativo de inteligencia militar como buzo táctico. Esta es la profesión que le permite financiar el costo del delineador líquido que Elizabeth utiliza con igual maestría con la que “H” empuña el FAL, sólo que en lugar de un casco lo hace bajo una blonda y larga cabellera, prácticamente todos los fines de semana. Elizabeth anda por los 50, estudia teatro, está divorciada, tiene dos hijxs. Le gusta el sexo con hombres cuando es Elizabeth, y con mujeres cuando es H.
Así como la delincuencia se llama “chorrxs de mierda” del lado provincial de la General Paz y “maldito corrupto” del lado capitalino, se te gritará “travesti” en las calles de La Matanza, o “crossdresser” en un placard de Belgrano.
Pero, queridx amigx cross-bancarix de saco y corbata, si al guiso de arriba le agregamos una cucharada de todxs las que están leyendo este suple a escondidas en la oficina, vestidxs de muchachos fantaseando con lucir el collar de perlas de la secretaria del jefe, haríamos saltar la banca del censo nacional. Y al viejo monseñor Quarracino su isla para maricas se le hundiría por el exceso de peso.
Los lugares de reunión de la BDGC son la hoy desaparecida “Cero Consecuencia”, después vinieron “Casa Brandon” y “La Logia G”. Las chicas se reúnen allí para pasar un rato, tomar y comer algo, charlar, sacarse fotos y hacer la previa para luego visitar lugares con algo más de acción. Siempre hay alguna chica nueva mitad aterrorizada, mitad excitada con ganas de sentirse cuidada en sus primeros pasos. Las reuniones tienen el estilo acorde con la edad promedio de las chicas cross. No vas a encontrar floggers, ni bloggers, ni emos en este ambiente. Estos son eventos de señoras formales, elegantes (y otras intentando serlo), de clase media. La mayoría se siente satisfecha de haber podido producirse y salir. Otras más aventuradas y con mayor libertad, quedan deseosas de encontrar un caballero galante que –no te digo siempre, pero de vez en cuando– también aparecen tan tímidos como ellas, y las reuniones son de lo más tranquilas e inofensivas. Aquellxs con mayor disponibilidad horaria (léase justificativos laborales convincentes para su familias como “tengo una cena con clientes” o “viajo al interior y vuelvo el sábado”) continúan la velada en discos como Amerika, Namunkurá o Angels. Lxs más sueltxs de cuerpo, en cambio, podrán buscar alguna aventura sexual en los cogederos de Moon o Class.
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