Vie 22.02.2013
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LIBROS

Los años locas

La edición en castellano de Lo que significa amar, de Mathieu Lindon, devuelve al centro de la escena el universo intelectual y cultural francés de los años ’80, signados por la comunidad de amigos-vecinos, Michel Foucault, el erotismo salvaje, el encuentro con el sida y las nuevas militancias.

› Por Adrián Melo

Partamos de la premisa de que parece tocarles el turno a los años ’80. El reestreno mundial de la serie Dallas, la gira de The Cure, el éxito de la telenovela Graduados o la reedición de Citomegalovirus de Hervé Guibert en el ámbito local son algunos de tantos signos que parecen marcar una tendencia creciente en el campo cultural.

Considerada durante años como la década perdida en términos económicos y la de los excesos estéticos y morales, ahora es reivindicada quizá porque –como en el caso del protagonista de la novela La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, que recordaba con melancolía los años del nazismo– no importa lo que haya pasado (en la Argentina, los estertores de la dictadura, la guerra de Malvinas), sino que a mu-chos nos devuelve los aires de juventud.

A la juventud se refiere justamente Lindon en Lo que significa amar, homenaje a su padre, Jerôme Lindon, el creador de la mítica editorial Minuit, a la vez que un luminoso retrato del filósofo Michel Foucault, a quien conoció a los veintitrés años, de quien fue muy amigo y nunca su amante. “Mi juventud comenzó cuando conocí a Michel Foucault y se terminó cuando él murió”, afirma el escritor.

Celebrar su juventud implica para Lindon hablar de sus amigos de los años ’80 –muchos de ellos muertos por el sida–, a la vez que rememorar una época de drogas duras y búsquedas de nuevas experiencias sensuales y eróticas que eventualmente pudieran permitir a la comunidad gay conservar algo de la subversión y el aura maldita que los distinguió históricamente y que los aleje de una sociedad que, cada vez más acuciantemente, los reclama y los integra –en tanto blancos y de clase media– al mercado capitalista.

Estamos en la Francia en la que François Mitterrand despenaliza la homosexualidad y que marca el fin de la época de la liberación sexual cuya fecha de inicio suele situarse en Mayo del ’68. En este contexto, muchos autores, con Guy Hocquenghem a la cabeza, alertan de los peligros que implica el hecho de que la homosexualidad “negra”, pasoliniana, dura y sórdida sea reemplazada por un estereotipo de homosexual de Estado totalmente asimilado a la vida burguesa.

En este sentido, no parece casual que tanto Lindon como su amigo Hervé Guibert, otro de los protagonistas de Lo que significa amar, sean autores de novelas y relatos salvajemente eróticos. Así, la primera novela de Lindon, Nuestros placeres (publicada en 1983 con el seudónimo P. S. Heudaux), escrita bajo la forma de un cuento infantil, no escatima en escenas de pedofilia, coprofagia, prostitución, incesto y sodomía. Y su segunda novela, Prince et Léonardous (1987), narra las aventuras de dos adolescentes soldados enamorados, sometidos a la violencia de la guerra y a torturas y violaciones narradas con el efecto de excitar al lector. Por su parte, Hervé Guibert escribió en esos años el ya mítico relato sadomasoquista Los perros, seguido de otras aventuras singulares de yires y sórdidas derivas.

Formas del amor

Hay una frase legendaria de André Gide que reza “Familia, yo te odio”. Hervé Guibert escribió una novela dedicada a describir una semblanza maldita sobre sus padres (Mes parents, 1986). Y Mathieu Lindon escoge la bella fórmula de “amigos biológicos” para referirse justamente a aquellos amigos que se elige en la vida para escapar de los sortilegios de las familias.

Sin duda, uno de los méritos mayores del libro de Lindon es su descripción de la comunidad de amigos en términos que hubieran fascinado a Foucault o a Didier Eribon. La figura del vecino resulta paradigmática para dar cuenta de ese amor o esa familia que se elige: “Tengo la sensación de formar parte de una banda de vecinos”, escribe Lindon. “A veces, sin pensar en ello, tengo la sensación de que no puede haber vínculo más fuerte. No es como vivir con alguien por costumbre o por sexo, es una elección perpetuamente renovada, siempre nueva. Es una invención, un modo de vida por el cual tal vez Michel y yo seamos los únicos que nos relacionamos de este modo en el mundo.”

Hay en el relato de Lindon escenas memorables, como aquélla en que los amigos –Michel, Hervé, Mathieu, entre otros– se reúnen en un departamento para ver el strip-tease en vivo de un bailarín japonés. Hay una celebración del erotismo, de la vida, del compartir el gusto del amor por los muchachos que emociona.

Por otra parte, el deseo sexual que en algún momento Lindon siente por Hervé se metamorfosea bellamente en “una amistad que es un amor”, una noche sin estrellas: “Coqueteamos hasta que, una noche, Hervé, aún enamorado de otro, acepta finalmente acompañarme a casa. A pocos pasos de mi estudio, cambia imprevistamente de opinión y me deja pasar la noche solo. Me enojo, pero caigo con gripe y, al siguiente llamado de Hervé, tengo treinta y nueve de fiebre, no pienso en reproches y me limito a contarle algunas complicaciones que surgieron con mi amante de ese momento...”

En este contexto de relaciones mutantes, es lógico que importen poco las etiquetas y las definiciones, que se destaque la importancia de los encuentros y de los perdones, y que el autor haga afirmaciones tales como: “No hay diferencia en el amor que uno puede tener por un padre, el amor que uno puede tener por un enamorado y el amor que uno puede tener por un amante”.

La comunidad de los espectros

Si bien en muchas vidas la juventud se termina y los seres amados se mueren, a la generación de Lindon le tocó en suerte una época extraña en donde los amigos se morían en breve lapso y de a decenas. Debe haber sido tal el impacto de esa experiencia trágica que recién ahora comienzan a asomarse tímidamente algunas crónicas que dan cuenta de esas vivencias. Asimismo, también falta narrar la historia de aquellos que creyeron que iban a morir y a los que de repente el cóctel los devolvió a la vida.

Lindon narra esa época de muerte escribiendo un himno a alegría y a la vida, a la vez que a la necesidad humana de hablar con los muertos y de seguir la prerrogativa derridana de hacer sobrevivir a los amigos muertos.

Lindon construye un verdadero diálogo entre espectros, y concluye: “Eso me remite al siniestro chiste del propietario de un perro al que adoraba que, frente al cadáver, lamenta que su animalito no pueda participar con él: más allá del momento, ésa es la historia de todo amor”.

Lo que significa amar
Mathieu Lindon
Capital Intelectual, 260 págs.

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