Adorables, Soy: el viernes pasado una amiga no gay me regaló varios números. ¡Yo no tenía idea de esto! Reprochable, but, leyendo varios me actualicé y me mató la redacción, hecha desde putos mismos, ahora soy esclavo. Decidí escribir una carta con algo que me pasa con un chongo de por acá, que no saben lo que es...

Tres o cuatro años de mirada flechante. El labura cerca y algo lejos de casa. No tan lejos como para ir a comprarle comida a Wilbur (mi perro). Le pido un kilo de menuditos; al activar mi pedido, bajo la vista al mostrador y veo una cubeta con bolsitas ensangrentadas de plástico, cerquita su “superbulto” con el calzoncillo (azul, amarillo, verde), pues se traslucen de su pantalón gastado de carnicero, aunque él es pollero... Levanto la mirada y una cadena gruesa con cruz le cuelga entre los pechos. ¿Piropeo su biyú? Sí. Me pregunta si me gusta. Le digo que me gusta siempre.

Ahora se compró una moto de chongo (bien grande), pero hasta hace poco usaba una de carrera como la de Alex (Flashdance), con el asiento bien alto. Atlético, va y viene de la granja, sudado, en cuero y el culo bien parado, estira las piernas haciendo círculos que lo llevan veloz sin que jamás se caiga su gorra de “Pollos-Lidia” que oculta un meticuloso rape con jopo largo como el de Ricky Martin, la faja tipo chico Coto y sus tetas cuadradas al aire: un verdadero porno topless, qué va... Yo no desmayo. Pero saludo, mal chiflo un sapucay a su oído paraguayo. Ahora en invierno no muestra tanto el cuerpito. Sus manotas frías con pulseras futboleras me sirven “con yapa” menudencias del pollo.

Atentamente, Eduardo