Vie 19.07.2013
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TEATRO

La repostera que dio el mal paso

¿Por qué será que gran parte de la crítica no hace ninguna referencia a la tensión lésbica que se mantiene en el monólogo de Todo verde? Va por su segundo año en cartel, y la pastelera y sus tortas siguen invisibles a los ojos.

› Por Clara Laura Gualano

Repostera de oficio ya era, pero le faltaba explorar el otro costado de la cuestión, si de tortas estamos hablando. La protagonista cuenta —sentada en una silla junto a una ventana de frente al público— sus recuerdos de la Claudia, una profesora de inglés que llega a su pequeño mundo rutinario para volverla loca con sus encantos y con las costumbres “raras” de otros lugares: libertinaje sexual, desparpajo erótico. En la voz de la actriz, María Inés Sancerni, se van desplegando ambos personajes. Cuando “una” habla es tímida, reprimida, como asexuada. Cuando aparece la otra, la voz se le pone gruesa y chonga, el gesto duro, la postura derechita. Es que la Claudia es una mujer de mundo, masculina, canchera, un poco sádica y seductora a destajo. “La Claudia me avivó en todo, la Claudia me dio la vida, yo era una mujer simple, sencilla, humilde, después me sofistiqué.” Sofisticación o refinamiento de gustos. Los hombres que conocía no le habían movido ni un pelo, incluso le daban miedo, eran como animales, en cambio el cuerpo generoso de su amiga “estaba hecho para el amor”. Con ella agarra las uvas de mazapán de la torta y se pone a jugar a lanzarlas provocativamente por el aire, con ella se emborracha, aunque antes “no te probaba una gota de alcohol”, con ella se queda hablando noches enteras y otras tantas más mirándola dormir. A ella le quiere besar las heridas cuando la observa debajo de la ducha con esa piel aceitunada... ¿Heridas? Sí, esas provocadas por uno de los hombres que la iban a visitar en autos caros y que pasaban horas en su casa “tomando clases de inglés”... “¡Puta! ¡Puta!”, le grita el loro que se oye desde la otra habitación de la escena, repitiendo eso que en los decires de la pastelera “los maridos les dicen a las mujeres mientras les hacen la porquería”, y sus estrafalarios alaridos hacen estallar de risa al público, contrastan con ese lenguaje que habla con asquito sobre sexo. Ese bicharraco que se metió en las aspas del ventilador para desplumarse completo y dejar “todo verde” es el recordatorio permanente del amor que se cuenta desde el presente pero que ya no está y que no fue vivido a fondo. Aunque en el pueblo se rumoreaba que andaban juntas, ellas nunca cruzaron un pie a la realización del deseo que flotaba en el aire como las plumas de ese pájaro enfurecido.

Las miradas de la crítica hacia la obra merecen una mención aparte. Muchas la leyeron como basada en lo pequeño, humilde y sencillo de una vida de pueblo. Y en eso se quedaron. Otras leyeron una amistad, o una “relación” entre dos mujeres. Pero hasta ahí... Ninguna habló con todas las letras de un vínculo homoerótico o de una intensa pasión lesbiana. Nada tampoco se señaló sobre la imposibilidad de vivir o de pensar una sexualidad diferente en el interior del país. Pero ¿el argumento principal no es ése?, ¿qué pasó?, ¿la represión de la pastelera nos contagió a todxs? Es cierto, ella tiene sus reparos para hablar del amor —se cubre las rodillas con el vestido y cierra las piernas— pero no los tiene para andar sin bombacha en verano, y tampoco para dejar traslucir sus sentimientos. Lecturas ingenuas cuentan la escenografía y los detalles nimios para evadir lo fundamental: una está enamorada de la otra, no lo vive como quisiera, tampoco tiene palabras para decirlo, y el crimen que se cuenta es pasional, está motivado por el miedo a perder lo que se quiere, lo que se desea: la Claudia se le estaba yendo con un tipo. Pero si la Claudia fuera el Claudio, seguramente no se hubiera incurrido en semejante omisión, no nos atravesaría ni una pizca de duda. Como son dos mujeres, siempre está la excusa de las amistades intensas. Como son dos mujeres, la cosa pareciera que debería terminar mal. Una es acusada y juzgada por el público y la policía... ¿por lesbiana? No, por criminal. Pero para ciertas representaciones artísticas ambas cosas parecen quedar asociadas. La otra, además, practicaba el oficio más antiguo del mundo. ¡Lo que darían que hablar a las chusmas del pueblo! De lo que no hablarían los comentaristas de teatro, que prefieren el mutismo a la malicia, ¿qué será peor? La actuación de María Inés Sancerni es más que creíble: parece estar al borde de la lágrima todo el tiempo. Su tono de voz es frontal hacia el público y convence (aunque no llame a las cosas por su nombre). Y como bien dice Mateo 13:9: “el que tenga oídos para oír, que oiga”.

Todo verde se presenta en Elefante Club de Teatro, bajo la dirección de Pablo Seijó y con libreto de Santiago Loza.

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