Cuerpos orgullosos del desborde de sus carnes, de sus pelos, sus ruidos, su hambre, su deseo. Así se reconocen los osos en el universo queer, lejos de la disciplina diet, cerca del exceso. Pero hay más que simples rasgos estéticos: la comunidad que se reunió en un primer –y numeroso– encuentro nacional puso en acto su filosofía de vida en tres días con peso propio.
› Por Diego Trerotola
Alrededor de dos meses antes de cumplir los once eufóricos años de existencia, el Club de Osos de Buenos Aires decidió hacer el Primer Encuentro Nacional de Osos, en Córdoba. Ampliar fronteras, conquistar ámbitos para expandir la sensibilidad osuna siempre fue un objetivo del club. Pero si alguien presenció el viaje a Colonia, Uruguay, de la tímida veintena que formaba el grupo de socios fundadores del club hace más de diez años, apenas encontraría relaciones con el grupo que en 2008 llenó dos micros y viajó desde Capital unas diez horas para encontrarse con otros osos de distintas provincias, como Salta, Río Negro, Santa Fe, Mendoza y Córdoba. En aquel momento, los fundadores se preguntaban: ¿se puede crear y sostener una agrupación basándose en el aspecto físico de sus integrantes, una sociabilidad por afinidad erótica? La subsistencia del Club de Osos de Buenos Aires, como de otros (¿cientos, miles?) similares alrededor del mundo, prueba que la respuesta a esta pregunta es sí. Los osos crecieron en visibilidad, en diversidad, en energía erótica y en propuestas. Poco quedó de la discreción de aquellos pioneros agrupados para compartir una forma alternativa de entender el cuerpo, el amor, el sexo y la amistad entre fanáticos y portadores de pelos corporales, barbas, bigotes y físicos excesivos que van de morrudos a obesos. Pero, ¿hay o tiene que haber algo más que la cuestión física?, ¿existe la cultura osuna?, ¿hay algo así como una filosofía en ese deseo orientado a ciertos rasgos específicos generalmente asociados a la masculinidad? Tal vez, seguir la lógica de este Encuentro Nacional sea una forma de pensar algunas respuestas.
El encuentro de osos tuvo una grilla reducida y puntual repartida en tres días: una tarde de sauna, una cena en un restaurante, una fiesta en una disco y un asado al aire libre en las bajas sierras. Una vez acomodado cada uno en su hotel, la cuestión era romper el cubito de la manera más contundente, en plan deshielo radical:
desatarse las ropas y respirar aires calientes de sauna para que la libido hierva. El lugar elegido, perdido en el subibaja callejero de la ciudad cordobesa, se llamaba VA.X (juego gráfico que descompone la palabra vapor, usando la equis y desnuda la letra del adn del porno). Hay, claro, en la experiencia del sauna gay, como ya estudió algún sociólogo, la supremacía del cuerpo sin las marcas sociales de vestimenta, posibilitando una relación carnal menos mediada, más culturalmente anónima, primitiva, como si el contacto con la civilización acabara en la puerta del sauna. Nada mejor para un oso que desglamurizar el gusto gay por la ropa de diseño, por el brillo, por la pluma. Nada mejor que los osos para contradecir la filosofía de Hegel cuando decía que el vestido contribuye a “disimular los pequeños detalles del cuerpo que tienen relación con la vida animal, tales como venillas, pelos o arrugas de la piel, a fin de destacar únicamente el lado espiritual de la forma en sus contornos verdaderamente vivos”. Como su nombre lo indica, los osos se acercan a una vida más zoológica, más carnal que espiritual, exponiendo sus rasgos físicos sobredimensionados en contra del pudor que imprime la invasiva estética diet. En este sentido, en la pulsión nudista a revelar lo que para otros es defecto (gordura, vellos profusos, etc.), los osos se relacionan con la filosofía cínica (no confundir con el sentido moderno de cinismo), despreciada por Hegel. Como bien los describe Michel Onfray en su libro Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, Diógenes y sus secuaces griegos usaban la mínima cantidad de ropa posible, paseando sus cuerpos a la luz del día, incluso al borde del exhibicionismo (uno de los cínicos, Antístenes, hacía agujeros en su ropa para mostrar sus genitales). El deseo por el bulto, piloso y/o carnal, es importante. Los osos en el sauna desfilaban con lo mínimo, apenas un lienzo que servía, a veces, para ocultar los genitales. A algunos les quedaba como taparrabo, como prenda primitiva y aindiada; a otros como una minifalda trans, y caminaban como muñecas peludas por los pasillos, orgullosos de sus caderas gordas. Porque en los osos hay matices para entender la masculinidad, un rango muy amplio que va del indio a la trans, porque las posibilidades de estilo osuno se despliegan sin red, hay quienes parecen la mujer barbuda, y quienes son casi el hombre de Neanderthal. Así, en el sauna se podía ver el postulado central de la filosofía de vida de los osos, su tendencia a que el cuerpo sea una experiencia más real, terrenal, menos espiritual. Fuera del idealismo fotográfico de la representación física de la cultura gay hegemónica, el erotismo osuno incorpora el “defecto”, exhibiéndolo como rasgo afrodisíaco.
Hay que detenerse en las barbas para tratar de seguir con la filosofía de la vida y las formas osunas. Un capítulo del libro de Onfray sobre los cínicos se llama “Retrato con barbas y otras pilosidades”, y allí se expone la visión del pelo facial por parte de Schopenhauer: “Este atributo sexual en medio del rostro indica que se prefiere a la masculinidad común, a hombres y a animales, antes que la humanidad. Se busca ser ante todo un hombre y sólo después un ser humano. En todas las épocas y en todos los países en alto grado civilizados, la supresión de la barba siempre nació del legítimo sentimiento opuesto: el de construir ante todo un ser humano in abstracto, sin tener en cuenta la diferencia animal del sexo. El largo de la barba, en cambio, siempre se correspondió con la barbarie, cuyo nombre recuerda”. Obviamente, los osos, como los cínicos que se autoidentificaban con los perros, prefieren salir de esa forma civilizada de uniformidad y dejar que la barba marque diferencias animales. El oso prefiere una sexualidad concreta, escrita en el cuerpo sin nada de abstracciones, la diferencia anatómica ante todo. Y en el sauna se practicó el sexo animal más que nunca, que para eso estaba. Las orgías osunas son particularmente distendidas, con una informalidad de las performances eróticas, y VA.X colmó su cupo, haciendo que muchos tuviesen que hacer colas para esperar que se desocupe algún armario donde dejar los atributos de la civilización antes de participar de la fiesta de las bestias peludas liberadas.
Usando una metáfora física, Onfray escribe que “las raíces de una auténtica filosofía escudriñan primero el vientre y luego la cabeza”, para referirse a la predilección de los cínicos por la realidad física, sensible, antes que por la abstracción espiritual. Para los osos, lo físico es lo primero, pero el vientre deja de ser una metáfora para pasar a ser una prioridad. Porque la segunda actividad del encuentro era una cena en Las Tinajas, un tenedor libre céntrico. Ahí entraron todos los que quisieron, fueron alrededor de 150 osos y cazadores para seguir el fin de semana hedonista y poder recuperar los kilos perdidos entre tanto vapor y gimnasia sexual en el sauna. Y marcaron un mito para todo Córdoba: se cuenta que un grupo de gordos logró hacer saltar la banca del tenedor libre. Esa noche, se rumorea, a los dueños de Las Tinajas los números no les cerraron.
Quienes conservaron fuerzas después de la doble gran comilona (sauna y tenedor libre), fueron a la disco gay Zen esa trasnoche de sábado, y pudieron ver casualmente a la Tota Santillán, el conductor bailantero, que pasó por esa disco y es, para muchos osos y cazadores, un sex symbol autóctono, compartiendo el podio con Rodolfo Ranni y Enrique Liporace, entre los cuerpos célebres más babosamente deseados por la comunidad osuna.
El domingo, la manada se dispersó, algunos osos prefirieron recorrer el centro de Córdoba, otros irse por zonas más rurales, campestres, a distenderse antes de la fiesta nocturna. Franco Pastura y Raúl usaron parte del día para ver el casco histórico. Franco es uno de los socios más activos del Club: tiene 47 años y participa en varias actividades culturales, como el programa de radio Doble Banda y los ciclos de cine. También está escribiendo sus memorias, donde relata la extraña ruta del deseo por los cuerpos gordos, vivida primero en la intimidad de su trunca carrera religiosa para cura, y luego como visibilidad osuna mediática, reivindicando su deseo frente a la cámara que se le ponga al cruce. Actualmente lleva adelante una causa auspiciada por el CELS contra la Policía Federal, por ser víctima de una razzia en una fiesta gay en el boliche Cero Consecuencia hace un par de años. Franco está en pareja abierta y binacional con Raúl, un oso brasileño de unos 140 redondos kilos, que tiene un año más que él y es un erudito apasionado por la arquitectura urbana. Ambos se conocieron en una fiesta del club, hace casi dos años, en uno de los viajes frecuentes de Raúl desde su natal Río de Janeiro a su venerada Buenos Aires. El encuentro no fue exactamente un flechazo: en esa época, Franco se cuidaba para no engordar, era un flaco peludo a quien no le gustaba su imagen como gordo, pero Raúl le pidió que por favor subiese de peso, porque así las cosas no iban a durar mucho. Poca carne, poca pasión. Franco entendió el pedido perfectamente, a él también le gustan los gordos desde su adolescencia. Ahora, su panza crecida es un acto de amor por Raúl, y la paseó orgulloso por la capital cordobesa mientras acompañaba a su novio por catedrales, iglesias y otros edificios que juzgaba con ojo maestro, detectando modificaciones y vestigios de su construcción original. En el interior de los edificios sacros, los feligreses rezaban para glorificar su vida espiritual, mientras Franco y Raúl caminaban celebrando la sensualidad física de las curvas de las cúpulas y de sus panzas.
La fiesta del domingo a la noche fue más de lo que se podía esperar, alrededor de 700 personas participaron del ritual osuno. La idea era terminar de encumbrar al cuerpo osuno libertario, alejado de las disciplinas físicas, sumando el baile y el alcohol para hacer del evento un gran carnaval dionisíaco (y unos pocos sumaron el placer del humo dulce de una hierba, por ahora, prohibida en el país). El momento más esperado de la noche era la elección del Rey Oso y el Cazador. Este ritual monárquico, con aires paganos, constaba de dos grupos de postulantes que exponían sus atributos físicos a la concurrencia y el aplauso del público dictaminaba quién era el preferido para el trono. Para los cazadores se presentaron una serie de flacos que gustan de osos y mostraron su acrobacia erótica en una serie de strip-tease amateur: algunos tenían el cuerpo torneado y lampiño, casi como un stripper profesional. Se llevó el premio un mendocino, una de las provincias que más osos trajeron. Entre los postulantes para el Rey Oso había leathers peludos, morochazos norteños, alguno con pollera (una rara moda entre los osos esa noche) y mucha diversidad de tamaños de panzas. La corona quedó en Córdoba, pero estuvo bastante disputada por varias delicias de curvas masculinas, como Favio, un barman tucumano de la disco gay Dios los Cría. El “woof”, gruñido característico usado entre los osos para demostrar la excitación, esa noche se repitió en público y en la intimidad, confundiéndose más de una vez con el quejido del orgasmo. Y los ruidos del placer plenario de ese pequeño festival nocturno de la carne excedida todavía tienen ecos en las fantasías de osos de distintas provincias.
Al otro día, los que fueron capaces de levantarse antes del mediodía, fueron a un asado en las bajas sierras, alrededor de Villa Carlos Paz, y el sol rabioso junto a un ambiente casi bucólico habilitó para sacarse la remera por última vez junto a la comunidad osuna para reiterar el goce hedonista de la carne asada (por el sol, por las brasas) de la forma más silvestre posible, antes de volver a una domesticada vida más o menos rutinaria, más o menos civilizada, que a cada oso le tocó en mala suerte.
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