Vie 11.10.2013
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No se hagan los rulos

Ni hacer las manos, ni usar la buclera, ni esculpir uñas, ni aprender a coser. O al menos no como salida laboral obligatoria. 150 travestis de todo el país se encontraron en Rosario para discutir sobre el acceso al empleo formal.

› Por Virginia Giacosa

La gran conclusión: “No queremos ser prostitutas pero tampoco peluqueras”. Durante dos días una comunidad diversa de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis, Mendoza, Salta, Entre Ríos y Córdoba se encontró para reclamar por un trabajo digno y también para debatir sobre el acceso a la salud, a las operaciones y a los tratamientos que permitan darle forma a la transformación corporal.

Son las 9 de la mañana de un viernes y el lema “antes muertas que sencillas” se hace carne en los pasillos del Centro de Atenciones Médicas Ambulatorias de Rosario (Cemar). Las primeras travestis (así prefieren ser nombradas muchas de las presentes) que llegan lo hacen bañadas en perfume, con varias capas de maquillaje, blusas con transparencias, y algunas, pese al horario, hasta con las lentejuelas. Jackeline Romero, titular de la ONG Red Diversa Positiva y una de las impulsoras del primer encuentro nacional de trans “Rosario, Transgresora, Modelo y Pionera”, es una de las pocas que anda a cara lavada y de fajina durante los dos días. De un lado al otro con remera ancha, pantalón suelto y borceguíes dice bromeando para la risa de sus compañeras: “Vengo así porque acá estoy laburando y no echo pinta como otras”.

La idea del encuentro fue empezar a tejer una red entre las distintas organizaciones de diversidad sexual de todo el país para pensar alternativas para un real acceso a la salud y al trabajo. Pero también, una manera de hacerse visibles. Decir “acá estamos, existimos, queremos ser incluidas en todos los sistemas, sobre todo en el laboral. No es justo que una tenga que ser peluquera o modista. Podemos ser albañiles, carpinteras, amas de casa, y no prostitutas o recibir una limosna del Estado de 300 pesos por mes”, dijo Jackeline.

En Rosario hay entre 350 y 400 trans visibles y existe un gran grupo que por miedo o vergüenza todavía vive de manera oculta. Aunque la ciudad dio largos pasos en materia de salud, la falta de un empleo formal es una deuda pendiente. La mayoría de ellas no puede abandonar la esquina y conseguir un trabajo digno, para el cual en muchos casos están capacitadas, es sólo un sueño.

“La mayoría son trabajadoras sexuales porque sencillamente no tienen otra opción”, cuenta Jackeline, que reconoce que la situación se hace más dura para las mayores de 40 años que para las nuevas. “Las chicas más jóvenes, de 15 o 16 años, que están empezando a aceptar lo que sienten, necesitan ayuda pero cada vez salen más a la luz sin tanto problema”, dice.

Jackeline es técnica en Gerontología. Nunca pudo hacer uso de su título y habla por experiencia propia, ya que por muchos años ejerció la prostitución. “No tenemos opciones, mucha gente habla de aceptación, pero si vas a pedir un trabajo formal te lo niegan”, cuestionó. “En mi caso por tener tetas me dijeron que no en varios puestos. ¿Cuántas personas de la comunidad trans atienden un negocio o son administrativas?”

Clara Quevedo es cordobesa. Durante años se dedicó a hacer shows y relaciones públicas en boliches, hasta que comenzó a trabajar en cárceles y en la calle, donde siente que peor la pasan sus compañeras. Ella trae el relato de lo que sucede en su ciudad, que a su entender es “un desfasaje entre la acción concreta de imprimir una norma y el hacerla cumplir”. “La ley de identidad de género salió y recién ahora el Servicio Penitenciario reconoce, muy de a poco, tu identidad para nombrarte. Incluso, se logran traslados de penales de hombres a los de mujeres sólo con una orden judicial”, dice y sentencia: “En Córdoba se vive una realidad virtual, una cosa es que salga la ley y otra muy distinta es que se aplique y sea palpable para todas y todos”.

Aunque cada provincia es un mundo, la geografía de la búsqueda de empleo se asemeja en los diferentes territorios. Laura Ríos es de Mendoza y cuenta que mientras en su ciudad “todos se quejan de la prostitución, a nadie se le cae una idea para darles la posibilidad a las travestis de elegir otra cosa”.

“El Gobierno hace propuestas que no van más allá de los cursos de peluquería, confección o manicura, con una paga de 450 pesos por mes. ¿Alguien puede vivir con esa plata?”, se lamenta Laura, que tiene su DNI con el nombre de género pero que hasta ahora sigue sin conseguir empleo.

Ninguna empresa privada le dio hasta ahora una oportunidad, y aunque pase el examen para ingresar al municipio, por su condición de trans no la tomarían nunca. “Hay programas donde se integra a las chicas trans. Entran en organismos públicas para atención al cliente o mesa de entradas y les pagan 700 pesos, mientras a sus compañeros les pagan 3500 de básico. Eso no es inclusión, que no me la cuenten”, criticó.

Pero no sólo son discriminadas a la hora de acceder a un trabajo. También tienen serias dificultades para entrar al circuito comercial formal: conseguir tarjetas de crédito, préstamos.

Salud y transformaciones

Aunque la inclusión laboral fue uno de los temas centrales durante el encuentro, ya sea con ponencias o talleres, no dejaron de aflorar los reclamos por el maltrato verbal y físico que afrontan día a día cuando asisten a un hospital o son detenidas por la policía. También se trataron cuestiones como el cambio de identidad de género y sus aspectos legales, el problema del uso de drogas y el contagio de HIV en esta población.

“Hay una decisión muy clara de apoyar esto que es la inclusión en salud a través del mejoramiento de los servicios a la población trans. La transgenerización ha estado presente a lo largo de toda la historia y se sabe de gente en todas las épocas que ha decidido adoptar un género distinto del que tenía cuando nació. Por eso, trabajamos con una serie de recursos particulares como las hormonas y las cirugías, para poder acompañar ese proceso de transformación”, explicó Damián Lavarello, médico y director del Programa Municipal de Sida de Rosario.

Rosario quizá sea una de las ciudades del interior del país que marca la diferencia en salud de la población trans. Desde 2007 funciona un consultorio donde un equipo médico controla los tratamientos con hormonas para que varones y mujeres trans puedan amoldar el cuerpo a su deseo –yendo mucho más allá de acondicionar el cabello o modificar la forma de vestirse– y actualmente unas 190 personas esperan su turno para una operación de reasignación de género en hospitales públicos de la ciudad.

“Vivimos entre la hipocresía y el maniqueísmo de festejar a Florencia de la V, a mirar despectivamente a la travesti que pasa caminando al lado, por la cara o el cuerpo que tiene. Y en esos aspectos que hacen a lo cultural también debemos trabajar”, reflexionó el médico.

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