› Por Diego Trerotola
Cuando José Luis Delfino, allá por 1984, terminaba los trámites con la policía para la habilitación de Contramano, el oficial que lo atendía se despidió diciendo: “Suerte con el boliche, pero cuidado que no se le llene de putos”. Esta anécdota, sobre la homofobia policial, Delfino la habrá repetido mil y una noches, de los veinticuatro años que estuvo al frente de esa disco, surgida en plena primavera democrática y que aún resiste a pesar de crisis profundas de todo signo, color y moral. Corrijo: primavera democrática para algunos, y crudo invierno para la comunidad Glttb de esos años que experimentó una continuidad en relación con las razzias brutales que se seguían realizando en la posdictadura. Y Delfino posibilitó que Contramano fuese en ese momento el centro neurálgico del primer activismo gay-lésbico, especialmente para oponerse a esas razzias policiales, provocando una noche casi mítica, también contada mil veces por Delfino, donde un frente de resistencia a lo Stonewall fue comandado por Carlos Jáuregui, presidente fundador de la Comunidad Homosexual Argentina, organización fundada en esas mismas pistas, entre la barra y la tetera. La inmediata crisis del sida en los ’80 también fue acompañada por Contramano, con fiestas a beneficio y como vehículo de información; hasta hace no muchos años se podían ver afiches sobre la felicidad de parejas serodiscordantes que ninguna otra disco jamás exhibió.
Contramano se fue convirtiendo en un lugar para gays, de manera casi excluyente, con una tendencia a discriminar económicamente a mujeres (el precio de la entrada era más caro para ellas), e incluso un famoso cartelito transfóbico en la entrada que aclaraba que no se permite el ingreso a personas vestidas con ropa de otro sexo. Como uno de los socios fundadores, Delfino fue moldeando Contramano de acuerdo con su deseo de amor viril; y está claro que el propio deseo a veces es un límite para alcanzar la lucidez de la diversidad.
El pasado sábado 6 de septiembre murió José Luis Delfino. Y ésta es una necrológica que intenta ser un recuerdo justo, ni laudatorio ni detractor; sólo un reconocimiento de la compleja humanidad de José, alguien como casi todxs, imperfecto y conmovedor, que acechaba siempre con su ancha sonrisa bigotuda.
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