MARCHA
Van a cerrar la Marcha del Orgullo con danzas del Altiplano:
la única mujer del grupo hará pasos de varón, los muchachos van de cholas y chinas. Organizados hace un año en la agrupación DBA Diversidad, un grupo de residentes bolivianos en la Argentina trabaja a contramano de la xenofobia local y la homofobia de origen. Bailan, discuten, analizan las políticas de Evo, la relación con sus tradiciones y responden al grito de “¡Bolivianos putos!” a mucha honra.
› Por Dolores Curia
Manuel tiene 27 años, y hace cinco que vive en la Argentina. En el relato de su vida reciente resuenan las de muchos de sus –como él dice– paisanos que, con matices, trazan coincidencias. Sus motivos para migrar en 2006 desde Santa Cruz de la Sierra fueron laborales y estudiantiles. Hubo un plan inicial de juntar plata para volver, que finalmente quedó trunco porque aquí (como muchos otros de los chicos que comparten el espacio de DBA Diversidades) encontró, a pesar del peso de ser otro, más posibilidades de vivir –lejos de los prejuicios de su familia de origen–, su historia, sus deseos, ser quien es. Su biografía reciente, cruzada por una doble extranjería, dibuja un círculo: un destierro joven motorizado por las ganas de escapar de la homofobia, para reencontrársela acá en la comunidad de bolivianos. Para sostenerse, Manuel trabaja 12 horas diarias en un taller de costura en Once. Vive en el centro con su novio, que es, según sus dichos, algo antigay: “Estamos juntos hace un montón, pero no le gusta contárselo a la gente. Estamos tratando de mostrarlo de a poco y DBA en eso nos ayuda”.
El recorrido de Daniel (31) es diferente. Es argentino de primera generación y nunca pisó el país de sus papás: “Como muchas historias de bolivianos en la Argentina, mis padres vinieron acá siendo muy jóvenes a buscar trabajo. En 1970. Y acá, como toda comunidad, la remaron. Se instalaron en la villa de Retiro con sus chapas. Mi papá hacía albañilería. Por suerte, después consiguió un trabajo en blanco y compraron una casa en Ciudadela. No sé si es porque yo nací acá o porque mi familia no es tan dura, pero no tengo conflicto con mi sexualidad. La mayoría no sabe cómo contárselo al papá o se comen todo el verdugueo en el trabajo, donde tampoco te podés defender mucho porque estás en negro”. Para Davo Choque (29), fundador del grupo que existe formalmente desde hace un año, “la idea de DBA es romper con la imagen de que el boliviano no tiene capacidad para organizarse y mostrar que, aun estando en desventaja y lejos del país de uno, somos capaces de hacerlo. Visibilizar dentro de nuestra comunidad que estamos aquí y que la migración no sólo es económica. Llegué acá con mis hermanos hace 6 años. Quería juntar plata para los estudios, pero conseguí un trabajo en la administración estatal y me quedé. Salí del closet recién en 2010, hasta me estaba por casar con una mujer, pero ver que se aprobaba el matrimonio igualitario me empujó a salir”. Los relatos de chicos de DBA marcan que el estigma viene por dos frentes: “Tenés que defenderte de la xenofobia de los argentinos y del machismo dentro de tu propia comunidad”. ¿Cómo negocian entre la identidad cultural y de género? Ser gay es ya ser extranjero (así lo planteaba Foucault con relación a que la mayoría de las personas nacen en familias heterosexuales y para construir una alternativa deben salir de la tierra del padre), ¿qué pasa cuando esa extranjería es por partida doble?
La morenada, danza típica del Altiplano, es una coreografía colectiva pero donde, al mismo tiempo, cada cual atiende su juego. Cuando no están reunidos en la peluquería de Ramiro, en Flores, o en Miss Bolivia (el bar de Argerich y Rivadavia donde se juntan a comer, que “de tanto que vamos se volvió tan gay que hasta lo son los meseros”), DBA ensaya danzas típicas –cuecas, tinkus, potolos– en el Corralón de Floresta, un espacio recuperado por la asamblea vecinal en 2001. El centro del salón es ahora puro brillo, pluma y un caminito de lentejuelas que se van cayendo de los trajes por el ajetreo. En los bordes, algunos sacan fotos, matean o se hacen mimos en una pila de colchones donde los cuerpos se desploman para recargarse. Viviana, la única chica del grupo, bailará en rol masculino, de moreno, y la mayoría de los chicos serán chinas o cholas. El trueque de roles choca, pero no cuestiona los estereotipos de mujer y hombre que reproducen las danzas folklóricas tradicionales. Transformarse para bailar es volverse la mujer boliviana típica, ideal. Los pasos de las chinas son más complejos, exigen coordinar el movimiento de la pollera con los brazos y no perder el equilibrio sobre los tacos aguja de 12 centímetros y las plataformas extra size, fabricadas por ellos mismos. Las cholas –los más corpulentos– son menos, y llevan trajes pesados. Con capa sobre capa de encajes y tejidos, giran sobre el eje y siguen el ritmo de la banda con matracas gigantes. Unas prótesis caseras de gomaespuma dentro de las medias de lycra de las chinas dan volumen a la cadera, los muslos y la cola. “Antiguamente, las mujeres bolivianas no podían participar de los carnavales porque se decía que las exponía a tentaciones carnales y engañarían a los maridos. El Carnaval de Oruro y La Paz era el espacio de la población travesti que aparecía con el personaje de la China Morena. Tomaban de la cultura popular las imágenes del boom de las vedettes argentinas y mexicanas. De ahí, todo este glam en la China Morena, el brillo fusionado con elementos autóctonos.” La prohibición de las travestis en el Carnaval, que hasta ese momento eran respetadas, fue a partir del beso que le dio la Barbarella al dictador Hugo Banzer Suárez. “Luego vinieron décadas de persecución y la Iglesia tuvo un rol importante en la estigmatización de las travas, acusándolas de haber introducido el sida en Bolivia”, explica Davo.
“De la misma manera que demonizaban a los indios por borrachos y perezosos, todos los gobiernos han tapado que en las culturas originarias tenían otra concepción de la homosexualidad. Los quechuas y otros grupos étnicos tomaban a los gays como personas sabias, con un poder para solucionar conflictos, reflexionando como hombre y como mujer”, dice Davo. En la Bolivia de hoy, la marcha-contramarcha ilustra la relación de Evo Morales con el avance de los derechos lgbt. Por un lado, la Nueva Constitución sanciona desde 2009 toda discriminación por orientación sexual e identidad de género. La ambivalencia se muestra en hechos para festejar y otros que asustan: el proyecto de ley de matrimonio igualitario presentado por la oposición cajoneado es uno. Mientras, el año que viene, una candidata trans por el Movimiento al Socialismo, el partido de Evo, podría llegar a ser diputada primeriza. A partir de 2009, el servicio militar volvió a ser obligatorio, sin que se cuestione la situación de las personas diversas a la hora de hacer la colimba, y a esto hay que sumarle controversias como las que generó el presidente en aquel discurso de 2010, en el que dijo: “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”.
“Mostrar que un indio y una chola pueden bailar transformados es para desdemonizar”, y es una de las estrategias, según Davo, para inyectar mayor diversidad al movimiento lgbt local. También hacen actividades dentro de las colectividades que van desde informar sobre HIV hasta torneos de fútbol gay. La ambigüedad marca el paso del partido de Morales en su relación con gays, lesbianas y trans del mismo modo que reaparece en los juegos de visibilidad/invisibilidad dentro de DBA. Si bien la consigna es dejarse ver, muchos de ellos no quieren salir en las fotos cuando están en una actividad del grupo. Hacer pública su orientación sexual, según cuentan, les traería problemas para participar de los actos oficiales de la comunidad boliviana. “Es increíble que siendo dos millones de bolivianos e hijos de bolivianos viviendo en la Argentina no surja el tema de la cuestión gay, ni una palabra aparezca en los 105 medios gráficos y radiales comunitarios que tenemos en el conurbano y Capital. Nos gustaría que se empiece a incorporar que el típico graffiti ‘boliviano puto’ no es un insulto, es una opción.”
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