› Por Adrián Melo
“El final feliz era imperativo. De otro modo, no me hubiese molestado en escribirla. Estaba decidido a que, por lo menos en una obra de ficción dos hombres se enamorasen y permaneciesen unidos en ese para siempre que la ficción permite, y en ese sentido, Maurice y Alec aún vagan por los bosques”. Con estas palabras que eran casi una declaración de principios, E.M. Forster prologaba su novela Maurice. Comenzada en 1913, terminada en 1914 y dedicada a tiempos mejores recién pudo ser publicada en 1971. Antes de Maurice, la prerrogativa para ficcionalizar los amores gays era que terminaran en tragedia, una especie de castigo infringido al pecado de los amores prohibidos por la sociedad o a los placeres que se revelaban como desmesurados.
Ni el cine, ni el teatro, ni la televisión fueron ajenos a esta regla no escrita. Así se sucedían los asesinatos, las muertes violentas, los suicidios, el canibalismo, las lapidaciones de gays como imágenes recurrentes. (El paroxismo del cumplimiento de esta regla en Argentina fue el corte efectuado por Telefé en la primera emisión de la película Otra historia de amor -Ortíz de Zarate, 1986- que censuró el encuentro final dichoso de los amantes e hizo culminar el film cuando los mismos se despiden tristemente). La imposibilidad de imaginar una historia de amor gay en la ficción parecía espejo de la imposibilidad de la sociedad de pensar la ternura y el amor perdurables para los gays. Por ello, para Forster era tan importante la representación de un amor feliz en la ficción: para afirmar que el amor homosexual era bueno, que podía incluso ser ennoblecedor y que había posibilidad de dicha para estos seres marginados.
En contraposición a estas ideas, la novela Farsantes volvió a ser noticia al mostrar la muerte de uno de sus personajes principales, Pedro, (Benjamín Vicuña) y terminar de esta manera trágica su historia de amor con Guillermo (Julio Chávez). En este sentido, se inscribe en una martirología de larga data en la literatura y con mucha tradición también televisiva. El primer personaje gay con características positivas en una serie emitida mundialmente fue Steven Carrington de Dinastía quién tampoco tuvo mucha fortuna en sus amores: su primer amante muere asesinado en un ataque de furia y
homofobia por el propio padre de Steven (el supuestamente bondadoso Blake Carrrington que se erigía como modelo de moral frente a su malvada antagonista Alexis Colby interpretada por Joan Collins) y el segundo amante muere en los brazos de su amado luego de ser acribillado en una masacre provocada por guerrilleros de un golpe de Estado de un reinado imaginario. Para mostrar que la tristeza no tiene fin, en la televisión local basta recordar los sufridos amores de Ricky y Tadeo de Verano del ´98 o en Verdad consecuencia el suicidio de Patricio, el amor de la vida de Ariel (interpretado por Damián de Santo en uno de sus personajes más queribles).
A pesar del pedido de los y las fans y de las quejas del propio Vicuña y de su esposa
Pampita que abogaban para que los guionistas reservaran un final feliz para la que es, sin duda, la historia de amor gay del año, una vez más parece repetirse el viejo paradigma, el tópico clásico. Parece un sino que los personajes gays con los que el público genera empatía sigan teniendo un final trágico. Espero no siga siendo como en el pasado espejo de metáforas sociales o de imaginarios sobre el amor gay que siguen circulando. En todo caso, es bueno producir otras imágenes que den cuenta de otros proyectos y otras representaciones.
Vicuña declaró en Twitter que “Como actor yo tampoco quería este final. Los personajes viven mientras se lo recuerden”. Si como señaló Denis de Rougemont, los amores que suelen perduran en las ficciones de Occidente son los que enlazan amor y desdicha, larga vida a Guillermo y Pedro, como un Romeo y Romeo televisivos. Sin embargo, creo que Farsantes perdió otra oportunidad de hacer historia.
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