Se cumplieron 120 años de la muerte de Tchaikovsky y Rusia lo festeja financiando una biopic que censura toda alusión a su vida homosexual. Además, brinda con leyes que reprimen no sólo la homosexualidad, sino también la más remota alusión a ella o a lo que se le parezca. La flamante legislación permite detener gays o pro gays turistas antes de deportarlos. Entre las protestas de adentro y de afuera se solicita a los Estados que apoyen el boicot a los juegos olímpicos que se planean para 2014. SOY se suma haciendo memoria sobre las plumas de los cisnes y revisando las biografías de Tchaikovsky que, escritas lejos de su país, revelan una arqueología de la homosexualidad y las formas de castigarla.
› Por Liliana Viola
El actual ministro de Cultura de Rusia, Vladimir Medina, sin que nadie se lo pregunte declara que todo es una patraña, Tchaikovsky no era gay. Y para desmentir, miente un poco más: “Haciendo historia, recuerden que hubo rumores de que el famoso asesino de Rasputín, el príncipe Félix Yusupov, se vestía de mujer y que luego se comprobó que era una patraña (palabra que eligen los periódicos españoles para ajustarse a ese estereotipo de ruso malhumorado pero con maldad de comic)”. El ministro, borrando a los homosexuales del mapa histórico (y con suerte, del mapa) les quita dramatismo a las leyes homofóbicas que escandalizan al mundo, mientras de paso justifica el haber revisado cinco veces el guión de una película sobre Tchaikovsky para terminar aprobando la versión que no sólo elude el componente homo sino que lo vuelve, si no un latin, un romantic hetero lover. Medina no niega una realidad, propone otra que se ajusta a una ley de su gobierno que impide “hablar acerca de o hacer propaganda”, una reglamentación que apunta a la libertad de expresión más que a un tema estrictamente sexual. El ministro pasa por alto las Memorias de Yusupov, donde cuenta que a veces se vestía de mujer y confirma su relación con otro conspirador, Dimitri Pavlovich, reconocido bisexual de la época zarista. También deslee las biografías de musicólogos especializados en Tchaikovsky que aparecieron apenas se abrieron los archivos cerrados por sus contemporáneos (y recontra cerrados después por el comunismo, que no habría tolerado un puto héroe puto), quienes conocían bien el escándalo de alcoba, el ajusticiamiento de sus pares y la posterior muerte ridícula a los 51 años luego de ingerir, supuestamente, agua con cólera.
Si de Shakespeare, Miguel Angel, Leonardo y otros fantasmas ejemplares se tejen conjeturas que acentúan lo anacrónico del proyecto de desenclosetamiento póstumo, el caso Tchaikovsky derrocha cartas ardientes, diarios íntimos castos pero no reticentes, listas de amores o sobrinos casi siempre recogidos entre alumnos del conservatorio, asistentes, hijos de la nobleza cuando no dentro de la propia familia. Ya en 1920 aparecieron los primeros testigos que avalaron la hipótesis del suicidio obligado luego de que lo descubrieran in fraganti con el sobrino del zar y luego de pasar por una junta privada que le dio a elegir: arsénico o escarnio.
Pero el problema entonces no residía en que Tchaikovsky fuera homosexual, el problema era que Tchaikovsky era un gran músico, el mejor. Autor de melodías que podríamos tararear por siempre hasta los más negados, El Cascanueces, El lago de los cisnes, La Obertura 1812... Y para colmo, que esos temas que pasarían a la cultura popular y a nuestros niños con Disney y Mickey como embajadores, hubieran estado inspirados, no como la política de las musas lo ordena, sino por efebos. Cómo tolerar que uno de los movimientos de la Cuarta Sinfonía se atribuya a su desesperación por no poder ser normal, que la Obertura de Romeo y Julieta sea una despedida a su pupilo y amante Eduard Zak que se suicidó en 1873 y que la Patética esté directamente dedicada a su gran amor, con quien compartió viajes, cuartos de hotel y muchos años hasta su muerte, Vladimir Davidov (hijo de su hermana Alexandra) y heredero del testamento firmado antes del cólera. Cuando le preguntaron por un mensaje encubierto en esa pieza, el mismo autor respondió que lo dejaba liberado a interpretación...
Lo mismo que Oscar Wilde, que casi por esos años terminaba preso y arruinado por designio de la Corte de su reina bajo los cargos de sodomía. Versión inglesa, versión rusa, buscar allí las diferencias de estilo. En un momento en que la prohibición no estaba tipificada, cuando todavía se apuntaba a una práctica y no a un modo de ser en el mundo, ambas celebridades “fueron” lo que otros “hacían” no tan en secreto como se supone, ni con tanto tormento como mostraron las películas bienintencionadas de los años setenta en adelante. Prueba de esto son las cartas de amantes anónimos, hombres y mujeres, que van saliendo a la luz en trabajos académicos y donde la homosexualidad que aún no decía su nombre aparece relatada en asuntos de convivencia, sociedades, relaciones paralelas consensuadas con los mismos cónyuges, amistades que hoy merecerían el nombre de poliamor, tal vez orgías al paso, u “hombres que tienen sexo con hombres”.
Como ejemplo: el testimonio del hermano de Tchaikovsky, homosexual también y dramaturgo, por estos días recordado por las dos primeras condiciones y nada por la última, que no parece haber vivido en el mismo país, ni en la misma época ni nacido en la misma familia. Modest Tchaikovsky vivió 17 años con su novio Nikolai Hermanovich Konradi (1868-1923), un chico sordomudo que adoptó cuando éste tenía 18. Modest no se casó nunca y no parece haber negado al menos entre sus íntimos su gusto por los muchachos. Claro que no se codeó con la nobleza y vivió en su submundo de actores bohemios. El mismo revela cartas y escribe en la biografía sobre su hermano: “Sus amigos más íntimos eran siempre hombres”.
El estigma no se había democratizado aún, Wilde y Tchaikovsky nacieron con estrella en el buen y el mal sentido. Los ballets, las sinfonías, el paseo con muchachos, la mala suerte de casarse con una mujer que no comprendió las reglas del pacto, su obstinado rechazo al cuerpo femenino y su debilidad por ser el niño mimado de la aristocracia, armaron la figura decadentista que dio lugar al modelo de genio degenerado. Aún con la vergüenza que destilan estas cartas persiste la convicción de que la vergüenza viene impuesta desde afuera. Una altanería imperdonable late en la pose de estos grandes anormales cuando deslizan entre líneas que su “vicio” no está a la altura de los brutos. “Hay personas que no pueden remediar despreciarme a causa de mi vicio. Deseo, por medio del matrimonio o de algún otro lazo público con una mujer, cerrar la boca de esas despreciables criaturas, por el bien mio y también tuyo”, le escribe a su hermano Modesto. “Imparte a mi carácter un obstáculo, miedo de la gente, timidez, inmoderados insultos, desconfianza, en una palabra, miles de cosas debido a las cuales me he hecho más antisocial. Imaginar que usualmente, y por horas a veces, pienso en un monasterio o algo de ese tipo.”
Pero a no dramatizar, ya nadie es dueño de su imagen, ni de sus secretos, ni siquiera los rusos. Tchaikovsky es gay. Aunque la palabra no existía en su época, lo es desde 1970. Por obra de la barroca y bizarra mirada de Ken Russell flota como una mariquita entre cúpulas de iglesias rusas, intenta suicidarse pero es tan desdichado que no le alcanza el agua congelada y entonces empina una copita de cristal labrado con agua envenenada. La película se llamó The Music Lovers en su versión original y Pasión de vivir, en un intento de agregar confusión al asunto por parte de los subtituladores de Franco. Desde entonces Tchaikovsky es tan gay como el pájaro que canta hasta morir, como el doctor Kildare, y tendrá para siempre la cara de Richard Chamberlain. Y con él entonces sale del closet en 2003, cuando el actor tiene 68 años, publica sus memorias, Shattered Love, en las que como quien da un dolor a cambio, confiesa una infancia difícil muy parecida –¿adivinen a la de quién?–.
¿Para qué sirve pelearse para tener un antepasado ilustre, romántico, altamente popular, ruso, mártir y gay? Se pregunta en un blog un activista ruso que propone dejar de discutir este asunto, como si siempre hubiera necesidad de referentes y como si no hubiera cuerpos concretos sometidos al dolor. Alguien redobla la apuesta con que tampoco necesitamos el matrimonio igualitario. La discusión termina con una conciliación entre leyes protectoras y reivindicaciones pendientes por fuera de toda ley. Impotencia e incertidumbre aparecen muchas veces. Voy a otra página. El cantante Rufus Wainwright aparece al azar al hacer click también en la búsqueda Tchaicovsky/gay: se declara orgulloso de ser homosexual, tanto que cree que su homosexualidad lo hace mejor artista. No siempre fue así, lo que siempre fue así es un sentimiento de tener “buenas compañías históricas”, Cole Porter, Oscar Wilde y Tchaikovsky.
Polina Vaidman, experta en Tchaikovsky y conservadora del archivo de su casa-museo, baja la cabeza, y en ese movimiento asiente. Quienes siguen estudiándolo desde el exilio han descifrado un sistema de signos tan fascinante como verosímil, donde la vida amorosa del músico puede leerse en clave de sonido. “Cuando decide casarse en 1877, es muy probable que el detonante haya sido el despecho causado por un joven. En esos días está componiendo la carta desesperada de Tatiana en su ópera Eugene Oneguin. “Y Tchaikovsky es Tatiana!”, aseguran biógrafos no necesariamente activistas fanáticos.
Putin, menos putinista que su ministro, declara sin que le pregunten: “Sí, era gay, pero no es por eso que lo queremos. Lo queremos por su música”.
La ley rusa, que gran parte de su población celebra como quien celebra una frazada para el frío autóctono, regula los pensamientos por fuera del régimen y así expertos, investigadores y lectores quedan fuera de juego. Literalmente: el éxodo voluntario es comparable al que se dio cuando cayó preso Wilde en Inglaterra. El método que parece una patraña de comic funciona dentro de una sociedad acostumbrada a disciplinarse pero también en un contexto donde el resto del mundo libre y progresista escenifica los apegos a las ideologías en relación proporcional al precio del petróleo. No es casual que China y Rusia hagan este despliegue de legislaciones antihumanas sin que les cueste más que unos puntos en el intercambio de commodities. Por estos días el actor inglés Stephen Fry lidera (por el momento sin éxito) un pedido a las autoridades de su país y de Estados Unidos para que boicoteen las olimpíadas que están planeadas en Rusia para el año que viene. ¿Cuánto puede costar un gesto tan simbólico y tan alejado de los hábitos interventores de estas potencias mundiales? Un experto en las políticas cambiarias tal vez sepa más que otros expertos sobre el destino de los cuerpos.
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