Un diario que anuncia “Llegamos”, los bocinazos arrojados a la puerta de la ESMA como un antídoto contra la tan recomendada salud del silencio, la marcha peronista en sordina y el oasis que significó para muchas Lugar de Mujer. Escenas de un despertar a la democracia.
› Por Mara Brawer
La primera escena que me viene a la cabeza cuando pienso en democracia es la de la cocina de mi casa –la casa en la que vivía con mi familia en aquellos años–, el silencio de un domingo a las siete de la mañana y el diario sobre la mesada con una tapa que decía una sola palabra: LLEGAMOS. Así en letras gigantes.
Posiblemente mi hermano había puesto el diario sobre la mesa cuando volvió de bailar, y yo que estaba ansiosa y no podía dormir, me levanté muy temprano y fue lo primero que vi. LLEGAMOS. Era el domingo 27 de octubre de 1983. Y ahí mismo, en la cocina, me puse a llorar. Aún hoy se me pone la piel de gallina cuando me acuerdo de ese momento.
Otro episodio especial que recuerdo tiene que ver con un día en el que yo iba sentada en un colectivo de la línea 96, camino a Laferrère, porque en aquella época trabajaba de maestra en una escuela de esa zona. Eran los últimos tiempos de la dictadura y recuerdo que en un momento, al pasar por la rotonda de San Justo, desde un parlante a lo lejos, se oyó la marcha peronista. Era un sentimiento que había estado acallado y volvía. Fue muy emocionante y muy inolvidable para mí haber vivido esa situación.
También me acuerdo de una costumbre que yo tenía tanto en la dictadura como en los años de democracia que siguieron, y era la de tocar bocina cada vez que pasaba por la ESMA. Aprendí a manejar en el año ’80 y un día me surgió hacerlo. No sé bien por qué. Pero era un símbolo. Claro que después del ’83 ya sabía que no había nadie en ese lugar, pero seguí tocando bocina casi como un ritual, como diciéndoles a los compañeros que habían estado ahí detenidos que no estaban solos. Dejé de hacerlo instintivamente cuando recuperamos la ESMA, cuando pudimos entrar.
El cambio del paso a la democracia se empezó a sentir en las cosas cotidianas, ya no te ponías a temblar si en la calle se te acercaba un policía a preguntarte la hora. Con la democracia también vino la diversidad.
Me tocó hacer todo el secundario en la dictadura, así que puedo decir que viví la represión desde los 13 años. Antes de esa edad no tuve la posibilidad de conocer otras identidades, otras orientaciones. Sólo había escuchado al pasar que María Elena Walsh era lesbiana y nada más. El lesbianismo era para mí lo marginal, lo ajeno o directamente lo inexistente. No había ni la más remota posibilidad de hablar con otro, de compartirlo.
Una de las cosas que caracterizó a la dictadura fue la uniformidad; al colegio íbamos todos con el mismo largo de pollera, con la misma vincha, no había lugar para lo diferente. La vuelta de la democracia fue, en cambio, la posibilidad de salir a la calle, de conocer gente diversa, de empezar paulatinamente a ver y mostrar diferencias, es decir, de ser como somos. En un sentido fue casi como salir de la cárcel. Se sentía la libertad en cosas tan simples como en poder tirarte con alguien en una placita.
En ese momento empecé la facultad; la carrera de Psicología estallaba. Y pensándolo ahora, en retrospectiva, me da un poco de culpa hacia nuestros docentes, porque recuerdo que los alumnos les discutíamos absolutamente todo. En alguna medida, era lógico lo que nos pasaba, habíamos estado mucho tiempo haciendo silencio.
Por esos años también me acerqué a espacios feministas, a Lugar de Mujer, que estaba en Pueyrredón y Corrientes. Muchas generaciones pasamos por ahí, desde las popes de la época hasta las más chicas, que recién empezábamos la facultad. Ahí participé de los primeros grupos de reflexión sobre lesbianismo. Un lugar lleno de mujeres hablando de políticas de género (aunque la palabra “género” en esos años todavía no la usábamos), era una fiesta.
Recuerdo que Lugar de Mujer se abrió en el año ’84 y ahí se acercaban chicas que tenían dudas sobre su sexualidad o no sé si dudas pero sí un cagazo bárbaro, y organizábamos grupos de reflexión para ver cómo contarles a los amigos, a los padres.
La vuelta de la democracia significó un despertar en todos los sentidos. Pero si bien es cierto que se empezó a hablar de todo sin problemas, ese “todo” era más que nada político, no abarcaba tanto a las cuestiones que tuvieran que ver con la sexualidad. La liberación en lo sexual y la diversidad fueron a otro ritmo, mucho más lento, y recién en estos últimos diez años se avanzaron cien pasos de un tirón.
De aquellos años, tengo presentes algunas pintadas furtivas que hacían “Las del cuaderno de existencia lesbiana” con Ilse Fuskova a la cabeza, por ejemplo. En este sentido Lugar de Mujer fue un espacio pionero, fue el lugar en el que escuché hablar de conceptos como violencia contra la mujer y patriarcado por primera vez. Lo recuerdo con un cariño especial porque ahí asomaron para mí muchas ideas, muchos destapes, mucha circulación de gente y alianzas.
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