› Por Adrián Melo
Gran parte de mi vida sentí vergüenza de mí, de mostrar un documento en el banco, de hablar y de que me escuchen la voz, sentí vergüenza de mi condición. ¿Saben una cosa?, un día me mire al espejo y me dije: ¿vergüenza de que? ¿De ser diferente? ¿De pensar distinto? ¿De amar? Y dije: nunca más voy a sentir eso. El mérito mayor de las declaraciones de Flor de la V el pasado lunes en su programa La pelu, en respuesta a lo que considero declaraciones agraviantes de los comunicadores Marcelo Pollino, Viviana Canosa y Beto Casella es, sin duda, poner el tema de la trans y travesti fobia, de la burla insultante y de la sexualidad y de la genitalidad en el tapete y el debate público. Es sabido desde que lo sistematizó Didier Eribon que la injuria es el primer dolor con el que gays, lesbianas, travestis y trans deben lidiar al enfrentarse con el mundo exterior. Y que al contrario de la mayoría de los grupos estigmatizados socialmente, la familia no solo no previene ni prepara para la agresión exterior sino que, por el contrario, es uno de los agentes del rechazo y de la discriminación. Ni hablar de los trans y de los travestis que frecuentemente son rechazados además dentro de la comunidad LGTBIQ. Aun y en demasiadas ocasiones se escuchan voces de gays y lesbianas que cuestionan la presencia de travestis y trans en la Marcha del Orgullo gay en nombre de una supuesta normatividad. Es sabido también que uno de los lugares más recurrentes y donde parece socialmente aceptado que transite la homo, lesbo, trans, travestifobia es el chiste, del cual no es necesario explayarse respecto de su relación con el inconsciente. Tan aceptado está que ha pasado frecuentemente que los mismos objetos de burla hemos aceptado pasivamente y hasta hemos reído cómplices con tal de ser aceptados en un grupo social frente a un chiste que dolía. Es hora de revisar esos macroescenarios impunes donde transitan libremente la discriminación y la estigmatización y los peores mecanismos que posibilitan la dictadura heteronormativa y la dominación masculina. Por ello suenan livianas las respuestas tan aceptadas socialmente de los conductores televisivos implicados respecto de que Flor perdió el humor. Mas allá de que para algunos puede ser cuestionable lo que consideran una sobreactuación o, en todo caso, una apelación a los recursos de la cinematografía y el glamour (el piano melancólico, el lenguaje rayando en el melodrama cuando afirma “se me heló la sangre”, “tenía a mi hijo en brazos”) para dar cuenta de su dolor y de su enojo, y que se prefiere una Flor que responde compuesta y aguerrida, debo reconocer que disfruté el gesto combativo de quitarse el maquillaje que la remite al mundo de los sótanos y de los drag queens (que Polino cuestiona) y que la incluyen en una lucha mas marginal, subversiva y peligrosa que parece decir: “puedo transformarme en otro, si las circunstancias lo requieren”. Lo mas celebrable es su apelación a las luchas y a la militancia (luchas y militancias que están llevando a cabo muchxs trans y travestis desde lugares menos privilegiados que ella y que dejaron como saldo el avance legal que Flor reivindica) y su apoyo a la Presidenta que brindo el marco político y social para que algunas cosas acontecieran. En todo caso, Flor, bienvenida a la lucha.
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