LUX VA A RECITALES DE CUMBIAS
Entre duchas al aire libre y pisotones, Lux va de gira por los recitales más transpirados de la ciudad, relojea un chongo bajo el ala sudada de Betty Confetti y termina cantándole a un topcito amarillo al unísono con Las Taradas y las Kumbia Queers.
Nada tan dionisíaco como oler el sudor ajeno al ritmo de un conjunto tropical. Y cuando me avisaron que Betty Confetti tocaba en el Matienzo, me entusiasmé por la yunta. Pensé: “Entre el público cumbiero y el gauchesco, ¡ligo seguro!”. Llegué tarde al chow, hacia el clímax. No había ni un gaucho en bombacha, sólo bigotines de artista y iPads bajo el brazo. Todas las miradas iban hacia Betty, en traje plateado, exótica, cumbiando chic con su acento foráneo. Pero mi ojo desviado se torció aun más para relojear al chongui de camisa y rallador (por el look se ve que era mozo part-time en alguno de los bares aledaños... ¡Con lo que me gusta la vocación de servicio!). ¡Abran paso, bitches, que soy Lux!, les grité a unas con extensiones decoloradas que cantaban el cover de Gilda, obstruyendo mis chances de subir al escenario. Ni bola. Plan B: si no podía ir a los bifes con el único chongo comestible, entraría a hacerle ojitos. El siguió batiendo su artefacto y yo procedí a tirarle besos, pero ni registró mis señales luxuriosas. ¡Qué tupé no mirarme estando yo como estaba! Del calor me había quedado en zunga y del sudor, aceitadx a punto caramelo... Opté por los escupitajos. No sé si fue el amasijo de todxs cadereando y aspirando vapores propios y ajenos (¡che, en Palermo también se chiva!), o la hipertensión (desde que me avivé que patear para el otro arco e hipertensión son deficiencias similares, según el cardenal español designado por Pancho One, cada vez que me hierven ganas alego presión alta), o si el chongui –que a fuerza de garzos por fin me vio– se habrá tomado a mal mis ofrendas de baba voladora. No me pregunten por qué, pero terminé culopatín en la calle Pringles, sin éxito en mi intento de sobornar al security con un masaje de entrepierna.
A mí no me van a dejar al palo, pensé, estoy condenadx al éxito en mi próxima parada: el Konex. Cuando llegué, lo primero fue sentarme en la explanada de madera que con el día calentito estaba ideal para tirar una buena carne y dejarla cocinar al sol que achicharraba las cabezas. ¿A quién se le ocurrió programar el reci a esa hora en que la luz de la tarde te escracha las ojeras de la noche anterior y el sudor te corre el Angelface? Pero yo estaba en el baile y bailé. Con “Perro salchicha gordo bachicha” cantado por Lu Martínez, arranqué a sacudirme entre la dulce multitud que más de una conocida filósofa nominó “el tortódromo”. Había tortas de casamiento, de fiesta, duritas como el bizcocho, mojadas en alcohol. Porque eso sí que no faltaba. El día se puso ultra etílico y los lesbicorazones bombeaban excitados por efectos de la ingesta. Las gotas de cerveza volaron cuando los brazos torteriles se agitaron con el popurrí cumbiero que largó con “Pollerita amarilla” y terminó con Paula Maffia luciendo su corpiño aleopardado. Juijuiu, silbé junto a la troupe de bollos sudados de los pies a la cabeza cuando revoleó la remera esta cantante que de tarada no tiene un pelo. En eso llegó la Comando. Ella sí que no portaba un centímetro de tela sobre el pecho y estaba a tono con la ola de calor que empujó a todas las tortas al centro cultural de la calle Sarmiento, donde se celebraba la fiesta del estrógeno. Tanta hormona subía y bajaba los termostatos de cualquiera. Cualquiera era yo, que no sabía para dónde mirar entre tanta remera ajustada y piercing en el pupo que me hacía transpirar la gota gorda. De pronto vi venir a mi amigo Luch Spin, mojadísimo, como salido de las cataratas. “¡Qué olor a chivo tenés, Lux!”, exclamó y me aconsejó que fuera a bañarme a las duchas del dofón. Aparecí bajo el chorro que me corrió el rímel por la cara o por lo que me quedaba de cara después del traqueteo con la Confetti. Detrás de las gotas vi subir al escenario a la Chang, que empezó a despedir esas esquirlas de fuego que le salen del cuore cuando baila. Más de mil gritos, incluidos los quinientos míos, se escucharon ante la aparición divina de la blonda de apellido chino. Después vinieron todas, con excepción de la Gua Gua, y hubo visitas. Rosario Bléfari cantó con las KQ mientras un vaho marihuanero envolvía mi ser todo. Dejándome llevar por él aparecí frente a una tortita de top amarillo que movía las caderas tipo hula-hula. Todo muy seductor y cadencioso hasta que el superpunky del Mosca Velázquez (¡sí, el de 2 Minutos!) subió al escenario. La de topcito se puso a saltar pisándome sin compasión. Pero yo perseveré y terminé la noche cantándole al oído el hit que las Kumbia hicieron con Las Taradas y que dice: “Nunca, pero nunca, me abandones cariñito”. Los pies me latían por los pisotones, pero no tanto como las partes que en el verano contengo bajo el shorcito.
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