› Por Matías Máximo
La Irredenta, según las cuatro actrices de la Cooperativa Arte-Trans que la interpretan, es una obra “que problematiza y representa las relaciones de poder. Más allá de que sean mujeres que trabajan de prostitutas, lo principal es el vínculo entre esas personas. El quid es la dominación y el sublimado”. Si un esclavo no cree en el amo no hay esclavitud: puede haber encierro, tortura o castigo, pero si uno deja su rol, el otro desaparece. En diferentes variantes totalitarias, la “relación de poder” es una lógica que se repite desde el inicio de los tiempos en las prostitutas de La Irredenta.
Una señora que mientras camina arrastra con cada pasito el peso de más de ochenta años frena un momento y se mete en la florería donde atiende Daniela Ruiz, actriz de La Irredenta y alma mater de la Cooperativa Arte-Trans. Las flores en los cajones de la vereda parecen una protesta al cemento. Adentro, bajo las dracaenas y un enjambre de potus y lazos de amor, hay gritos. “¿Están en el ensayo?” “Sí”, contesta Fabián, el compañero de Daniela, florista de tercera generación. Los agudos que salen de abajo siguen y la mujer no se asombra, porque es vecina y los vecinos ya saben que en la florería Queen Rose pasan esas cosas: la Cooperativa Arte-Trans, a falta de presupuesto para su propia sede, hace por ahora sus ensayos a lo post-underground en un sótano. Y con todo el brillo de estar bajo un piso de flores.
“Cosas que pasan al colectivo trans”, dice Daniela. Agrega que hace tres meses, cuando la vecina escuchaba los ruidos, el elenco y el director de la obra eran otrxs: “Te podría contar que algunxs se enfermaron por HIV, otrxs tienen excesos con drogas, trabajan en horarios raros y etcétera. Pero ésos serían los mismos encasillamientos de siempre. Acá lo que importa y lo que queremos compartir es que somos artistas que laburamos mucho. Y que si de momento llevamos el prefijo trans, es para visibilizarnos”.
Pablo Gasol, de estricta camisa dentro del pantalón, llega a uno de los últimos ensayos generales en el Multiteatro cargado de paciencia. Los nervios y locuras de los días previos pasan en las mejores familias. “Les tengo mucha paciencia porque son buenas chicas”, dice y cualquiera le cree: en la mirada tiene una paz parecida a un bosque petrificado.
Cuando tenía 5 años Pablo se manchaba a propósito los vestidos que le obligaban a ponerse. “Una vez que teníamos un casamiento, como ya sabían, me tuvieron sin ropa hasta que llegó el remise. Cuando el auto estuvo en la puerta, me enchufaron el vestido y me metieron rápido para que no tuviera tiempo de ensuciarme. Para mí era un castigo insoportable ver que insistían con travestirme. Pero claro, ellos qué sabían”, recuerda con un tono que no tiene nada que ver con el reclamo.
A fines de diciembre, cuando Arte-Trans lanzó una convocatoria Pablo se acercó porque estaba con ganas, sobre todo, de relacionarse: “Tuve una novia durante seis años, pero cuando le expresé mi necesidad más profunda no me entendió. Para mí fue duro porque la quería, aunque me di cuenta de que si no me aceptaba como chico trans no me aceptaba como lo que soy. Y cortamos”. Casi todo lo que siguió después de asumirse fue lindo y hoy está en pareja con Andrea, una artista plástica con la que comparte el amor y los tratamientos. “Pensaba en ella y pensaba en el ser trans, en cómo ella vivía la vida que yo no me animaba, y se veía muy feliz con ello. Yo, que vivía mi vida en gris, veía la de ella en múltiples colores”, escribió Pablo en SOY para el primer día de San Valentín que compartieron.
Son un tornado de lamé rojo y brillos metalizados en un cuarto de pensión donde las cosas se apilan —¡tan collage!— al mejor push up. Están al margen. En La Irredenta hay mujeres desahuciadas, con borders ataques de nervios. Es la falta de cable a tierra la que aprovecha Lola (Daniela Ruiz) para regentearlas a su antojo. Para cada una guarda un estilo extorsivo diferente y puede pasar desde la voz más grave a la más aguda según el capricho. Esa voz, la misma que arenga a la fiesta Eyelinner como embajadora de la farra teen queer, también es la que gravísima casi ronca estafa a sus colegas de vodevil trash. “La libertad no es escapar, ¡la libertad es resistir!”, les grita y tiene aguijones para que todas queden cautivas en esa pieza, aunque salgan.
“Si bien se especifica en el libreto que Dolores es travesti, nosotros decidimos no hacer diferencias entre tipos de mujeres. Es una de las pocas cosas que se modificaron del guión original”, cuenta Pablo Gasol, director de la obra. Porque si bien existen mujeres que ejercen la prostitución como un trabajo sexual y reclaman los derechos de cualquier monotributista, eso no es lo que pasa en La Irredenta. En este cuarto las mujeres desean otra cosa, ya sea un kiosquito o una vida lejos. Menos Lola, claro, que está dispuesta a todo por someter a alguien. En el caso de Azucena, esa vida diferente significa casarse, preparar la comida, lavar, planchar y dormir abrazadita por la noche. Una vida simple y cariñosa.
La Irredenta ha tenido muchas versiones desde su estreno, en 1989. Incluso en estos momentos está en cartel una puesta del director Edgardo Moccia. Cuando Arte-Trans decidió que la haría, Beatriz Mosquera, su autora, las recibió en su departamento y les dio el ok y su bendición. Diva divina divinor, bajo una mano monumental en puño que cuelga del techo, la cooperativa Arte-Trans está lista para impactar una vez más con su trabajo.
Viernes a las 20.30, Multiespacio de JXI de Palermo, Gascón 1474
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