Texto Lucas Guitiérrez
Elizabeth Mía Chorubczyck fue una artista performática. Una guerrera que logró su DNI y una operación de reasignación genital. Una activista que problematizaba para invitarte a pensar y repensarte. Pero lo más importante es que Effy, como le gustaba que la llamaran, fue una hija, amiga, compañera, novia y persona que, con sus días buenos y los no tanto, nos enseñó a hacer, a crecer, a decir: “Sí, se puede”.
A su primera marcha del orgullo de 2010 fue con una remera que decía: “Transexual, bisexual, casta, judía, atea, extranjera, porteña, artista, mujer: potencial amenaza a tus prejuicios”. Cuando alguien le dijo que nunca iba a ser mujer, respondió con una performance. Se extrajo sangre que dividió en trece menstruaciones. Tachó los datos que sentía que no la identificaban en su viejo DNI, menstruó desde su cabeza, su órgano más fértil, escribió en su espejo SIEMPRE SOY MUJER. Y así menstruó representando cada etapa de su construcción. Y siguió. Sus performances eran maneras de exponer sus dudas, sentimientos y situaciones para que todxs podamos comprender y vivenciar lo que tanto ella como los demás pasan. Género, aborto, violencia, VIH, todos los temas que pasaran por su cabeza se volvían acción. Effy investigaba, charlaba, proponía e inspiraba. Tanto la llegamos a admirar que a veces nos olvidamos de que ella también era humana y se cansaba.
Celebró y lloró frente al Congreso por una Ley de Identidad de Género que a ella la dejaba en un vacío legal. En su pasaporte israelí decía Elizabeth con M, finalmente y luego de lucharla obtuvo su DNI con la F. Hoy la vemos en las redes sociales posando sonriente con los dos: pasaporte M, DNI con F, en los dos Elizabeth. Cuando OSDE se negó a cubrirle la operación de reasignación genital, ella la hizo de manera particular. Pero mientras acudió a la Superintendencia de Salud, que tildó esta decisión como “parcial, arbitraria, caprichosa y tendiente a justificar una práctica negativa de cobertura a la que el paciente tiene derecho a acceder sin intervención judicial”. De esta forma pudo pedirle a la obra social el reintegro.
Effy partía desde un “no” y lo volvía un “sí”, en el arte, en el activismo y también en su vida personal. Lo cuenta Laura Gam mientras la homenajeamos, hablando de cómo a Effy le gustaban los alfajores de chocolate (los de mousse, del paquete violeta) y los comía aunque le diera dolor de panza. Y andá a decirle que no, porque Effy también tenía un carácter complicado. Así también la recuerda Dori, su mamá: “Ella tenía sus lados complejos; a los 14 años ya se había leído todo Kafka, imaginate”. Dori quisiera que la recordemos así, humana, y nos insta a hacer, a movilizar, a defendernos y a expresarnos como lo hizo Effy. La escucho a Dori y puedo entender de dónde nació la fuerza de Elizabeth.
Su identidad no la construyó desde la vestimenta, los hábitos y modales, sino que tuvo una vida donde se aprendió a conocer. Eligió su voz, su manera de moverse, de mostrarse al mundo. Una manera propia. “No nos volvamos homo, ni trans, ni lesbonormativos”, decía subiéndole la apuesta al no ser heteronormativos. Porque si hay algo que la caracterizaba era eso, siempre llegar un poco más lejos.
Effy sabía que un DNI no la iba a proteger de un transfóbico a la hora de ir a buscar trabajo, por eso hacía tres años que no tenía empleo fijo. Pero seguía haciendo. Perfos, muestras, ideas, proyectos a futuro; por eso la noticia de su suicidio nos deja llenos de interrogantes.
En lo personal quisiera pensar en esto como otra de tus perfos. Una acción que nos invite a pensar. Pero también entiendo que tu cuerpo ya no está. Que si esto fue una perfo la hiciste para vos, y acá nos quedamos nosotros, despidiendo un cortejo fúnebre en el que se va tu nombre y tu cuerpo tal como elegiste construirlos. Nos queda tu obra como artista y tu recuerdo como luchadora, modelo y amiga. Mientras sigamos recordándote, accionando como juntos aprendimos, vos no vas a haber muerto. No.
Decidiste vivir veinticinco años, con tu sensibilidad enorme entendiste mucho más de lo que nosotros podemos.. Ahora nos das toda una vida de ventaja para que te alcancemos y en algún momento, donde sea que estés, volvamos a juntarnos a charlar, aprendernos y volver juntos a reír. Gracias, Effy.
Texto Diego Trerotola
Escribió la frase en un globo y salió a la calle. Decía: “No existen 2 géneros, existe sólo uno: ¡el de cada cual!”. Effy eligió ir así a la última Marcha del Orgullo LGTBIQ: convirtiendo su voz en una pancarta dentro de un globo de historieta, que amplificaba las ideas que sobrevolaban su cabeza, vuelo poético que la hacía un poco cartoon, un poco fanzine de protesta, un poco efímera espontaneidad, un poco sabia rebelde; un poco mucho para ser una sola. Ese fue uno de sus tantos quiebres del binarismo de los géneros como forma de disciplinamiento social. Esa fue otra de sus maneras de, tal vez, dejarnos un poco en falta o simplemente de mostrarnos todo lo que aún falta. Con ese globo salió en la última foto de una acción, de una performance, de una intervención que dejó en su muro de Facebook, acompañada por un texto crítico que saludaba el Día de la Promoción de los Derechos de la Población Trans, que se celebró el último 18 de marzo.
El “Artivismo” de Effy era una forma de derramar, a veces literal y otras metafóricamente, su propia experiencia de la corporalidad para construir una línea de tiempo ondulante, como un electrocardiograma, exponenciar su latido en marcha por una sociedad que no la contenía sino que sentía que la guetificaba. Algo más que simplemente poner el cuerpo: proyectarlo analíticamente como una práctica de lo múltiple. Una de las primeras veces que la vi, Effy estaba recostada desnuda culo para arriba sobre una colchoneta en el piso e invitaba a que la dibujara toda persona que se cruzara con su performance de modelo vivo en Casa Brandon.
Casi todo suicidio nos deja con una incertidumbre corrosiva, girando en falso en un monólogo interior de ¿ser o no ser? con una calavera que nos pesa sobre la mano. El suicidio de Effy nos interpela de varias maneras más allá de los ecos personales que sacuden a todas las personas que la conocimos y que desarrollamos algún tipo de relación y amistad. Por un lado, aunque somos bien conscientes de que la población trans todavía tiene un bajísimo promedio de vida, y que las razones son claramente la vulnerabilización por una discriminación patente, pero también hipócritamente disimulada, que igual se siente siempre en las entrañas, habría que pensar mejor cómo se expresa ahora esa mortalidad temprana que se cobra la vida de una persona de 25 años con un ánimo vital que contagiaba. Especial y paradójicamente porque Effy aportó mucho en la lucha por la dignidad de las condiciones de vida de las personas que asumen públicamente el género con libertad, gracias a una “avanzada ley de identidad de género, la misma que nunca utiliza la palabra trans en sus artículos principales, por ende, es una ley para TODA la población ARGENTINA, donde dice que cada persona tiene DERECHO a desarrollar su género como le plazca” (la cita, mayúsculas incluidas, son herencia de Effy).
Sabemos que hay riesgos en asumir el activismo y la visibilidad como formas de compromiso físico, de exponer el cuerpo. La obra viva y el suicidio de Effy también nos interpelan en ese sentido, para tratar de seguir intentando crear un activismo que sea un lugar donde poder preservarnos para seguir construyendo sin que falte alguien. Sobre todo, alguien como Effy, que puso todo el aire de sus pulmones para inflar esos globos que nos permitieron, nos permitirán, volar un poco más alto.
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