MI MUNDO
Detrás de la película de Bob Fosse había un musical de Broadway; más atrás, una obra de teatro, y en el fondo, la novela Adiós a Berlín, del británico y abiertamente gay Christopher Isherwood. Antes, Jean Ross inspiró el personaje de Sally Bowles. Era una bailarina de los bajos fondos, espía comunista, devenida periodista con seudónimo masculino a quien la fama de Liza Minnelli nunca rozó.
› Por Kado Kostzer
A comienzos de la década del ’70, esa tenaz sobreviviente que es Liza Minnelli –con el sombrero hongo negro y sus extremas pestañas postizas– causó verdaderos estragos jugueteando en una silla. Era decretado que cualquier espíritu cabaretero, gay o no, sobre un escenario –legítimo o improvisado– se tenía que abrir de piernas (ante una silla, se entiende), tratando de emular al icónico modelo. La mayoría de las veces el resultado era bochornoso, otras incómodo y ocasionalmente divertido.
El film Cabaret (1972) había sido una comedia musical de éxito en Broadway (1966), tomada de una pieza teatral, I Am A Camera (1951), que tuvo también su versión cinematográfica (1955) y que a su vez se basaba en una novela corta, Adiós a Berlín (1939), de Christopher Isherwood, cada vez más olvidado en las distintas reencarnaciones y opacado por sus múltiples adaptadores: John van Druten, John Collier, Joe Masteroff, John Kander, Fred Ebb, Jay Presson Allen, Hugh Wheeler, Bob Fosse...
El árbol no dejó ver el bosque. Nadie se percató entonces de que la historia de la excéntrica y alocada Sally Bowles de la divina decadencia, la que grita bajo un puente cuando pasa un tren, la que habla de fornicar y de sífilis durante un formal té, la estrella del Ki Kat Klub –con todas las chicas del coro “vírgenes”–, tenía un origen. Isherwood construyó su memorable personaje inspirándose en Jean Ross –una inglesa como él–, de 19 años, que fue su vecina de cuarto en la pensión berlinesa de Fraulein Thurau, en el 17 de la calle Nollendorf, entre 1931 y 1933.
El autor la bautizó como Bowles en un especie de homenaje al ahora mítico Paul Bowles, con quien compartió la bohemia –o reviente– de los últimos estertores de la República de Weimar. La explicación fue sencilla: a Christopher le gustaba tanto el sonido de ese apellido como la apariencia de su dueño.
En el productivo relato, Sally –quien dice ser la hija de un rico molinero de Lancashire y de una dama de la sociedad– es descripta como una mujer “sombría”, con sus uñas pintadas de verde, “un color desacertado”, lo que fijaba la atención en sus manos manchadas por el cigarrillo. Sus ojos, grandes y marrones, según el autor, deberían ser negros “para armonizar con su cabellera y el lápiz con el que delinea sus cejas”. Con respecto a su dominio del alemán, Isherwood lo califica no solamente de “incorrecto” sino de “absolutamente propio”. En cuanto a los talentos canoros que exhibía cada noche en un tugurio llamado The Lady Windermere, están definidos como “pobres pero eficaces”, ya que su presencia era sorprendente, dando la impresión de no importarle un bledo lo que la gente pensara de ella. Su aspiración principal era convertirse en una gran actriz o, en su defecto, encontrar un hombre rico que la mantuviese: “Money, money, money”. Frustrada en ambas metas Sally/Jean abandonó Berlín, y la última noticia que hubo de ella fue una postal de Roma sin dirección.
También Isherwood se alejó de Alemania, de la amenaza nazi y de los efebos rubicundos que lo habían atraído hasta allí, según sus propias confesiones. De tan convulsionados tiempos, junto a sus pertenencias se llevó un caudal enorme de experiencias y personajes. En julio de 1933 comenzó a escribir la historia que se llamó apropiadamente Sally Bowles. No conforme con el resultado, siguió trabajando hasta 1936, pensando quizá que fuese parte de una novela que finalmente se llamaría Mr. Norris cambia de tren. Envió el relato a la prestigiosa revista literaria New Writing, con la idea de que se lo publicaran. Aunque el editor John Lehmann apreció enormemente la calidad de la escritura, pensó que era demasiado extenso y temió que el episodio de un aborto de la protagonista hiriese susceptibilidades... ¡en los impresores! Peor aún, que la propia inspiradora Jean Ross iniciase una demanda por libelo. El autor defendió su postura, pues creía que sin ese dramático trance su heroína quedaba reducida a una “tonta y caprichosa putita”. Ross dudó mucho en dar su autorización, pensando que tal revelación la distanciaría aún más de su familia, aunque finalmente aprobó la publicación, que vio la luz a fines de ese año.
Christopher nunca reveló el nombre de su modelo, pero los que la conocían no tenían duda alguna. Jean Ross se negó rotundamente a ver cualquiera de las versiones que se hicieron sobre sus aventuras, mucho más aún de aceptar reportajes. Convencida comunista, fue –según se decía– una agente secreta de la rama internacional del partido. Aquietadas sus veleidades escénicas –parece que Max Reinhardt la incluyó en el reparto de Peer Gynt– y luego de su estadía en Alemania, se casó con el periodista de izquierda Claud Cockburn, que la estimuló a que escribiera, y lo hizo con el seudónimo de Peter Porcupine. La unión finalizó en 1940. La hija de ambos, Sarah Caudwell Cockburn, aseguró más de una vez que su madre nunca se sintió identificada con Sally Bowles y que el retrato que brinda Isherwood desvirtúa la personalidad real de Jean Ross, que era una mujer “mucho más centrada” que las excéntricas compañías masculinas del autor.
En 1972, Isherwood fue invitado a una exhibición privada de Cabaret y, si bien disfrutó del film, tuvo dos objeciones serias: el encuentro sexual de Sally con Brian Roberts –su alter ego interpretado por Michael York– le provocó un comentario nada disimulado que escandalizó y divirtió a los selectos invitados: “¡Qué mentira terrible! ¡Yo jamás me acosté con una mujer!”. Su otra discrepancia fue la heroína, esta vez convertida en americana. Opinó que las dotes naturales y la exuberancia de la joven Minnelli no le convenían a la amateur Sally/Jean de limitados recursos vocales y actitud estática en sus interpretaciones.
La historia menuda cuenta que, cuando se iniciaron los preparativos para montar Cabaret en teatro, Liza –a pesar de su premio Tony ganado a los 18 años y de su amistad con el equipo creador– audicionó dieciséis veces para el rol, sin ser elegida. Tuvo su revancha con la versión fílmica que la catapultó a la fama, dejando de ser simplemente la hija de Vincente Minnelli y Judy Garland.
La afortunada estrella del estreno neoyorquino fue la rápidamente olvidada Jill Haworth, que gozaba entonces de cierta notoriedad por el film Exodo. A través del mundo y de los años hubo muchas Sally: la luminosa Julie Harris, la distinguida Rita Gam, la ex niña prodigio Brooke Shields, La M de los films de James Bond Dame Judi Dench, la trágica Natasha Richardson, la desaprovechada Jennifer Jason Leigh, la políglota Ute Lemper... y nuestras talentosas Andrea Tenuta, Alejandra Radano y Karina K, aunque –a pesar de los peros de su creador– para muchos sólo habrá una: Liza Minnelli.
Isherwood –residente y ciudadano norteamericano desde los ’50 y muerto en 1986– había reconstruido en 1976 sus arruinados –por él mismo– diarios de Berlín. Publicados bajo el título de Christopher and his Kind, sirvieron de base a un telefilm de la BBC, mal traducido como Christopher y sus amigos. Así, en 2011, Sally Bowles resucitó una vez más, o mejor dicho reaccionó de uno de sus ataques de catalepsia, ahora con su nombre verdadero, Jean Ross.
Es de lamentar que el estricto Isherwood no haya podido ver a Imogen Poots meterse en la piel del personaje. Las uñas siguen siendo verdes, sus boquillas largas y sus atuendos tan originales como ajenos a la moda de los ’30. Su pelo no es negro, pero el espíritu de la mujer “sombría” y de escasas condiciones artísticas está bien perfilado por la actriz. El director Geoffrey Sax no incurre en ninguna “mentira terrible”: el protagonista masculino es el propio Christopher y ya no es bisexual. Es abiertamente gay y está en Berlín “por los muchachos”. Matt Smith, conocido por la serie de ciencia ficción Doctor Who, capta a Isherwood con sensibilidad e ironía. El fenómeno Cabaret-Sally Bowles-Liza Minnelli apenas alcanzó a rozar a Ross, la auténtica protagonista. En 1973 –quizá no tan convencida de que “la vida es un cabaret”– murió en Richmond, Surrey, a los 62 años.
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