Vie 09.05.2014
soy

Una cita con Monique

Pionera en el imperativo de trascender el género, la lesbiana francesa y teórica feminista Monique Wittig es una de las grandes inspiradoras entre otras cosas del título (La celebración de las amantes), las citas y contraseñas que circularon durante la rosarina reunión torteril. A 10 años de su muerte se editó en España Las lesbianas (no) somos mujeres. En torno a Monique Wittig, un libro que la hace más presente que nunca.

› Por Gabriela Mitidieri

Instrucciones wittigeanas: pensar primero en un diccionario. Pero en uno en donde cada definición nos invite a hacer estallar certezas, en el que se dibujen escenarios fantásticos, islas inverosímiles y, por eso, hermosamente monstruosas. Un pequeño Larousse de y para amazonas, sus yeguas, sus amantes en fuga... diccionario-mapa, brújula, nave espacial. Imaginar ahora un cuerpo, muchos cuerpos en donde puedan inscribirse definiciones abiertas, mitologías poderosas, una anatomía-caballo de Troya, una hibridación constante que se resista a ser clasificada y que interpele desde las tripas a las identidades inmutables, a aquello del “ser mujer”/”ser varón”.

Pensar entonces en Monique Wittig, en sus ensayos, en sus ficciones nómades, y descubrir una lengua lesbiana y filosa que construye mundos para que habiten las desclasadas de la Tierra. Esta fue la consigna que se propusieron seis teóricas del (post)feminismo para recuperar todo lo que hay de revulsivo y políticamente vital en Wittig. Las lesbianas (no) somos mujeres. En torno a Monique Wittig (Beatriz Suárez Briones Ed. Icaria, 2013) es homenaje y es también el reconocimiento por parte de las seis autoras (Beatriz Suárez Briones, Elvira Burgos Díaz, Isabel Balza Múgica, María Jesús Fariña Busto, Aránzazu Hernández Piñero y Gracia Trujillo Barbadillo) del influjo encantador que Monique ha tenido en sus vidas y en sus activismos.

No se nace mujer, se (des)hace

El recorrido es intenso y enrevesado: estas amazonas fugadas nos proponen arrancar historizando la figura esquiva de Monique. En el comienzo, nos introduce la compiladora Beatriz Suárez Briones, estaba Simone de Beauvoir y El Segundo Sexo. Estaba aquello de que la mujer no nace, se hace. Y dos décadas después, Mayo Francés y Stonewall de por medio, estaba también en París la señorita Wittig y sus camaradas del lesbianismo radical, desertoras para siempre de una militancia de izquierda, del machismo de sus compañeros trotskistas, de esa mirada que las nombraba como “no del todo mujeres” en virtud de su orientación sexual. (Dice Monique: “Pero entonces estábamos orgullosas de ello, porque en la acusación había ya como una sombra de triunfo; el reconocimiento, por el opresor, de que “mujer” no es un concepto tan simple, porque para ser una era necesario ser una “verdadera”.) El cóctel que emergería de la suma de esas impugnaciones sería el feminismo lesbiano de los años ’70, una opción política que postulaba a la lesbiana como el único sujeto por fuera del control patriarcal. Así, la desnaturalización de la heterosexualidad se ponía en marcha, de la mano del Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire en Francia y las estadounidenses Radicalesbians y The Furies, entre otras. Pronto, Monique se escindiría del FHAR para fundar Les Gouines Rouges (en criollo, “Las tortilleras rojas”). En 1978 compondría “El pensamiento heterocentrado”, una suerte de manifiesto fundacional de la teoría queer.

De por qué las lesbianas no son mujeres

Entender a Wittig en su potencia política implica analizar las categorías sexuales como instrumentos de opresión que se materializan normativizando cuerpos. Nada hay de natural en los cuerpos de varón y de mujer construidos y dotados de significados en este sistema. Así –comenta Elvira Burgos Díaz–, no sólo no se nace mujer: la cuestión que reclama Wittig, separándose de Beauvoir, es que no se debe llegar a ser una mujer, si es que nuestro propósito es erradicar la opresión. Desde un planteo materialista que ruborizaría a unxs cuantxs marxistas, nuestra Monique habla de una clase social de mujeres y fantasea con una dictadura de guerrilleras amazonas –mujeres fugadas de su clase– que haría volar en mil pedazos la sociedad dividida binariamente en géneros. Entonces quizá la figura de la lesbiana, plantea Burgos Díaz, tenga un sentido metafórico: una subjetividad no heteronormada, una identidad política fluida y corrosiva. Porque, después de todo, esta lesbiana –aunque nómade tránsfuga– ni está perdida ni vive en el desierto. “Lesbianizar el mundo” se convierte así en un apuesta por desmantelar lo universal humano que niega e invisibiliza lo particular, lo singular, lo diferente.

Mi derecho a ser un monstruo

Y ya despegadxs de todo esencialismo mujer-varón, Isabel Balza Múgica hace un repaso por el multiforme bestiario queer, desde el cyborg de Donna Haraway o el nómade de Rosi Braidotti hasta la lesbiana sensualmente monstruosa de Wittig en El cuerpo lesbiano. Recuperar a Wittig es entonces también amigarse con las identidades híbridas, las voces que se construyen desde los márgenes, desde lugares abyectos, recauchutando lo que el sistema nos deja. Identidades y voces que son ante todo un cuerpo, un cuerpo distinto, orgulloso, exultante. Y hay en Wittig una genealogía bestiaria, un álbum de familia en donde no faltan las amazonas, las mujeres barbudas, las vampiras o las medusas. La reivindicación urgente de lo monstruoso responde para Monique a una necesidad de nombrarse afirmativamente: mujeres “abyectas, masculinizadas, agresivas, seductoras, lesbianas (...) que no responden al ideal de mujer sumisa y heterosexual que necesita la sociedad patriarcal”. Y es que el propio lenguaje de Wittig es estratégicamente monstruoso, subversivo, híbrido, rompe las fronteras de género, juega con la gramática, descompone hasta el límite de lo imaginable las partículas de cada vocablo.

Escribir el deseo

Metáfora o no metáfora, Monique habla de, desde y para el deseo lésbico. Y porque escribir este deseo tiene siempre algo de inédito, los recursos a los que apela hacen saltar por los aires todos y cada uno de los esquemas heterocentrados. Arianzázu Hernández Piñero reflexiona así sobre la lengua diseccionadora de Wittig y el amor como cuerpo desollado, dado vuelta, chorreante de fluidos viscosos, hediondos. Un cuerpo deseante que en su necesidad de deconstrucción es desmembrado y vuelto a ensamblar, todo él un territorio erotizante que excede, desborda la pura genitalidad.

Wittig y después: interseccionalidades de clase, raza, etnia, (trans)género

En la última parada del recorrido, Gracia Trujillo Barbadillo se detiene a reflexionar sobre la vigencia del pensamiento wittigeano y en las herramientas que nos brinda para pensar las luchas que nos convocan. Para ella, la potencia de que “las lesbianas no son mujeres” radica en que se anima a correr el eje de análisis: el tema no es si abogar por un feminismo de la igualdad o de la diferencia sino en qué medida la heterosexualidad obligatoria es un régimen político y cómo el género está configurado en el marco de la heteronormatividad: “La heterosexualidad se ha constituido históricamente como la única sexualidad natural, respetable, legítima, visible (...). Otras opciones sexuales (no heterosexuales) y otros cuerpos (no heteronormativos) no importan, y cuando esas vidas intentan ser vivibles/visibles, el precio a pagar es alto”. En definitiva, es una impugnación que no deja títere con cabeza, y no hay feminista que no se sienta interpelada a revisar cuál es el sujeto del feminismo al que unx adscribe. Esta es la apuesta wittigeana de Trujillo Barbadillo que llama a revisar la institucionalización de los feminismos y las reivindicaciones de género en la medida en que perdieron de vista a esas otras mujeres: las no-blancas, las pobres, las tortas. Y es también un reconocer en los lenguajes que nos invita a habitar Wittig, ese espacio de posibilidad abierto a las otras, a los otros, a lxs rarxs, no heterosexuales, ni heteronormativos. Gracias, Monique.

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