BDSM ILUSTRADO
› Por Pablo Pérez
Me entrené gradualmente. Mis sesiones preferidas, ya sea como esclavo o como Amo, son las que alternan dolor con altas dosis de placer. En mi rol de esclavo disfruto al comprobar que mi resistencia es cada vez más alta. Después de un poco de sufrimiento, los momentos de placer se potencian por contraste, por ejemplo, al sentir, contra la piel desnuda y ardiendo por los latigazos, el cuero del Amo, las caricias, la saliva de su lengua tibia aliviando las zonas ardidas.
Todo vale siempre y cuando haya consenso: los latigazos, el spanking, el juego con cigarros, la tortura de tetillas, el CBT (denominación para la tortura de huevos y pija, “cock and balls torture”) y la cera de vela (ideal para principiantes: ¿a quién no se le cayó alguna vez un poco en la mano mientras encendía una?). Cabe aclarar que no todas las prácticas del sadomasoquismo incluyen necesariamente dolor: el sádico puede dominar al masoquista de muchas maneras; es más, en muchos casos puede disfrutar de su esclavo inmovilizado dándole solamente placer sexual alternado con momentos de ausencia: puede ponerse a fumar o a mirar una película mientras el esclavo sigue atado deseando con desesperación que vuelva. Otras variantes son la humillación verbal, las escupidas, las lluvias. Se puede también entrenar a un esclavo para convertirlo en una máquina de satisfacer todo tipo de morbos.
El fin de semana pasado un Leather Master me tuvo atado a una cruz de San Andrés (una cruz en forma de equis) con los pies y las manos atadas a los extremos. Necesitaba, desde hacía tiempo, experimentar una vez más el dolor de un látigo que me hiciera sentir algo; con los años sentía que me estaba volviendo insensible a todo.
Yo desnudo en la cruz; él vestido con camisa, pantalón, botas y máscara de cuero, látigo en mano, sus pasos en botas alejándose y acercándose a mí. Cuando le decía que tenía sed, me escupía cerveza en la cara y yo trataba de lamer los restos que goteaban de mi barba. El terminaba de lamer la cerveza que me caía por las tetillas, el torso, los huevos... Al terminar, volvía a azotarme con el flog (látigo de muchas tiras de cuero) un tipo de dolor que me resulta tan o más placentero que un masaje fuerte. Al morbo se suman las asociaciones místicas, en el límite entre la herejía y el erotismo: los mártires, los santos, la autoflagelación para expiar culpas...
“Dame tu dolor”, me decía mi Amo mientras me apretaba las tetillas o los huevos; mis gritos se fundían con su aliento a tabaco, marihuana y alcohol. Algunos esclavos gritan ante el mínimo estímulo, más por lo que piensan que vendrá que por lo que realmente sucede; otros se comen los gritos cuando el dolor se impone, a esos dan ganas de hacerlos sufrir más: el grito sentido es la mejor ofrenda para un Amo y para el esclavo mismo, pocas cosas son tan liberadoras como gritar con todos los pulmones ante el dolor cuando este se hace insoportable. Uno aprovecha, además, y grita por todos los dolores de la vida.
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