TEATRO
Saturnalia, la ópera prima de Gael Policano Rossi, explora desde el esoterismo los deseos ocultos y los diversos formatos de su manifestación más originaria: la ambición.
› Por Alejandro Dramis
Es Saturnalia y Mamá preside una reunión con sus tres hijos en la mansión familiar, una ocasión especial en la cual una elite de empresarios e inversionistas esperan conocer el futuro que les irán revelando los dueños de casa a través de sus capacidadess videntes. El objetivo de la juntada es la creación de un calendario comercial que les permita predecir los resultados de la bolsa de valores y las inversiones. La extraña familia –una suerte de Locos Addams pero con altas dosis de perversidad– se relaciona entre sí por medio de sus dotes adivinatorias y los vínculos jerárquicos que se corresponden con sus respectivos poderes. Los hijos son ambiciosos e histriónicos y Mamá, viril, bigotuda y pelada, mueve los hilos de la situación vistiendo ropas de gurú aristocrática en decadencia.
En este banquete de Saturnalia, el invitado de lujo es el dinero y el componente ausente es el amor. No obstante, dinero y amor se conjugan para hacerse presentes bajo el toldo unificado de su denominador común: la ambición. Ambición de la fortuna ajena, del reconocimiento materno como símbolo de status, del deseo de controlar el destino propio y el del resto y, por sobre todo, ambición del poder de la adivinación y su correlato fundamental: la dominación. Maestros y esclavos, profetas y discípulos, los familiares se ordenan como soldados masoquistas del deseo inagotable y alimentan la avaricia de sus propias almas y la de Bartok, una mascota obscena que, junto a un sumiso sirviente y una clienta invitada a invertir en el plan pergeñado, completan el cuadro.
Hasta la consolidación del cristianismo como religión dominante en Occidente y su correspondiente reemplazo por la celebración de la Navidad, Saturnalia fue una festividad pagana practicada en el mundo romano, una ceremonia anual de tintes orgiásticos conocida como la “fiesta de los esclavos”, nombre derivado de algunos beneficios extra que los hombres y las mujeres que vivían en el sometimiento de sus amos obtenían durante estas festividades de diciembre, donde las diferencias sociales se diluían por unos días y cierto sabor a igualdad se hacía presente como un vago sueño para toda la población. Esta mezcla de Navidad y de Carnaval que componía la fiesta de Saturnalia, en la obra de Rossi, se conjuga magistralmente: la represión de los deseos carnales, el esoterismo revelador de los arcanos más ocultos de la personalidad y las máscaras que cubren en la superficie la profundidad del apetito desmesurado.
El rompecabezas que comienza con la obra cambia velozmente de rumbo, y las relaciones de dominación entre los personajes crecen con el transcurso de los cinco actos, a punto tal que pierden su inicial dirección y se solapan entre todos ellos. Así, en un trastrocamiento de la tradición originaria, Saturnalia se convierte ahora en la “fiesta de los amos”, en una lucha mutua por esclavizar al prójimo y por conservar el poderío personal con celosía frente al resto, porque, tal como lo declara Cárdigan –el más ambicioso de los hijos varones– únicamente en el sánguche de miga confluyen realmente todas las clases sociales.
Las luces tenues, los estridentes sonidos del piano ejecutado en vivo, el fetichismo de los ornamentos y los ropajes negros ajustados conforman un escenario que envuelve y completa esta variante de la comedia dramática rota, carnal, esotérica y BDSM. Saturnalia invoca el ocultismo y la voracidad propia de las almas codiciosas para ensayar un esclarecimiento de la condición humana en relación con su constante ambición de poder y riquezas.
Las almas caídas buscan levantarse escalando una montaña de dinero mal habido, bendiciéndose por medio de la estafa y recomponiéndose a través del sometimiento; un recorrido que visualiza la naturaleza del poderío para intercambiar los roles tradicionales de las relaciones jerarquizadas que se suelen aceptar como adecuadas y naturales.
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