ESTRENO
Se estrena Flores sobre el orín, la obra donde el ensayista, cronista y pluma de este suplemento, Alejandro Modarelli, incursiona en el teatro, poniendo en escena uno de sus temas dilectos: los baños públicos como lugares de sociabilidad y de subversión gay durante la última dictadura militar. De tales intimidaciones e intimidades, Soy habló con el director de la puesta, Jesús Gómez.
› Por Adrián Melo
Hay una tradición que conjuga baños y erótica. Graffitis eróticos en las saunas de Pompeya. Hitos como la decisión del emperador Adriano de separar a los hombres y a las mujeres para bañarse en las termas romanas. Hasta hay una escena del Eutidemo de Platón donde un grupo de muchachos –y el viejo Sócrates, por supuesto– en los vestuarios del gimnasio van cambiando de sitio para tener la mejor vista y poder contemplar al bello joven Klinias. En tiempos más contemporáneos, novelistas como Oscar Moore llamaron a las situaciones eróticas de levante en los baños “el tango de los retretes”, y son inolvidables en su belleza literaria las descripciones de orgías en los urinarios públicos de Londres que hicieron las delicias de Joe Orton.
En Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura, Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi le dieron una vuelta de tuerca al tópico. Así, a través de testimonios y vivencias, describen las estrategias de supervivencia de los gays frente a la represión estatal del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Estas consistieron particularmente en la apropiación de ciertos espacios públicos –espacios que eran eventual y potencialmente tipos de aplicación de secuestros y otras metodologías de terror– y su conversión en espacios eróticos. Una orgía de hombres en un baño público como la contracara de los festejos oficiales por el triunfo en el Mundial de Fútbol ’78, la coronación de la “loca Lisette” como ama y generala de los mingitorios, son para los autores prácticas que se erigen a manera de resistencia contra el monopolio del discurso estatal y su proyecto de convertir a la ciudad en un cementerio. De cómo convertir todo esto en una obra de teatro es la cuestión; por eso decidimos encarar al director.
–Cuando le pregunté a Alejandro si utilizaba el término “flores” como figuración del rococó marica, me respondió que, por el contrario, estas flores sólo tienen vida cuando están en contacto con los desechos. Son antisociales, al menos en el contexto histórico en que se plantea, que era la dictadura militar. No adornan ningún florero burgués sino que son capullos que crecen sobre la roña de los baños públicos o al costado de una autopista. Un poco a la manera en que Jean Genet invierte el sentido de ciertas metáforas, y lo que se considera abyecto pasa a ser esplendoroso. En Flores sobre el orín hay una comunidad de subversivos sexuales que hacen de su sociabilidad clandestina, sórdida y alegre a la vez, su campo de batalla. Porque la idea de resistencia no tiene que ser siempre a partir de la negación sino también afirmando. Con esta obra quiero afirmar un Eros sobre la muerte. Ese Eros recrea, es creación, y es capaz de convertir la orina que corre en un mingitorio, y que es un desecho biológico, en semilla del goce, en alimento vital.
–Hacía tiempo que tenía la curiosidad de tocar una temática gay, pero quería trabajarla bajo otro contexto de lo que habitualmente suele hacerse. Sentía curiosidad por saber cómo era la sobrevivencia del gay durante la última dictadura.
–En realidad no sabía nada. Me fui informando a partir del libro Fiestas, baños y exilios... y otros artículos al respecto que escribió Alejandro. Yo soy venezolano, llevo viviendo 12 años aquí, y si bien conocía sobre lo que sucedió, no tenía idea sobre estos lugares de resistencia, ni lo que pasaba con las minorías sexuales. Fue muy interesante conocer la historia de los primeros grupos, como el grupo Nuestro Mundo, que nació en la clandestinidad de una casilla de guardabarrera en Gerli, y posteriormente el Frente de Liberación Homosexual, donde muchos de sus integrantes eran homosexuales de clase baja, activistas sindicales e intelectuales. De hecho, en la obra hay un personaje, Héctor Anabitarte, que fue líder del FLH, que le aporta a la obra un lugar muy importante de militancia.
–Sí, aunque fue un trabajo fotográfico para la universidad en Venezuela. Tenía que analizar los distintos niveles culturales dentro de la universidad. Y elegí la prostitución gay en los baños, sabía que en ciertos baños dentro de la universidad se ejercía la prostitución. Fue muy curiosa la experiencia porque, por momentos, sentía que estaba violando la intimidad del otro en un lugar que era público.
–Así es. Recuerdo que una vez estaba sentado en el inodoro dentro de un cubículo y desde ahí contemplaba una situación de levante en los urinarios. Estaban los dos jóvenes de espaldas y les saqué una foto, sólo que me olvidé de quitarle el flash y luego ellos comenzaron a patear la puerta donde yo estaba y pensé que me iban a romper la cámara fotográfica, que además no era mía. No sé cómo me salvé, corrí y me confundí luego entre los estudiantes en la cola del comedor. En una primera parte de la investigación les sacaba fotos sólo a los lugares vacíos, a los mingitorios y a los baños donde ocurrían las relaciones sexuales. Luego, por unos pesos, los muchachos que se prostituían posaban de espaldas o sin que se les vieran los rostros. Cuando empecé a investigar, creí que sólo eran situaciones de prostitución. Jóvenes que no eran estudiantes: muchos de ellos del interior del país y también padres de familia con mujer e hijos venían a los baños de la universidad a ganarse unos pesos. Luego me di cuenta también de que había situaciones de levante a secas. Curiosamente, eso no ocurría en los baños de la facultad de Artes, donde la mayoría éramos putos, pero sí en los baños de las facultades de Derecho e Ingeniería, en las facultades de los “machos” (risas).
–Fueron obviamente las escenas donde se supone que los actores tienen contacto sexual, y situaciones donde los sentimientos de los personajes quedan expuestos. Porque no es fácil buscarle el tono adecuado para no caer en algo vulgar.
–Hubo muchas, sobre todo estaban relacionadas con algunas improvisaciones sobre el texto que se les pedían a los actores. Muchas veces frente a una respuesta improvisada en una escena sensual estallábamos todos en carcajadas. Recuerdo también cuando ensayamos un momento dramático de la obra, una violación, en donde los actores, por pudor, actuaban con las ropas puestas. Entonces nos reíamos de imaginar cómo sería una violación sin sacarse la ropa. Supongo que así se exorcizaba una escena trágica.
–El humor ocupa un gran espacio. Son situaciones tragicómicas. La otra resistencia es que, en momentos en que lo gay aparece ligado al glamour, contemos a través de la obra historias de gente en una situación particularmente peligrosa como es un régimen dictatorial.
Flores sobre el orín. Sábados a las 23. Teatro Payró, San Martín 766.
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