TEATRO
¡No apaguen sus celulares! ¡Saquen fotos! El director Diego Beares pone la carne en el asador en dos puestas simultáneas.
La carne, cuerpos trabajados, el tono “a lo Cris Morena”, las realidades post 2001, son la intersección de estas obras, eso y su director. En Tenis... un adolescente loser se enamora de su profesor mientras los compañeros de club eyaculan testosterona por la futura esposa del docente. Esta comedia es un comic plagado de gags y puestas escénicas originales. Natalia Oreiro como la voz de la madre, sumada a la poca ropa de los protagonistas hacen una obra lisérgica, divertida, con el frenetismo de las primeras pajas teens. Que el protagonista sea gay no es para crear un manifiesto sino para naturalizar la homosexualidad en la adolescencia, dejar de vivirla como algo tan conflictuado. “Me quedaría grande decir que soy militante, yo milito desde mi lugar, desde lo que me pasa, creo que hay mucha politización de la temática”, dice el director que, además, sabe que los chongos Adonis atraen gente. “Es una estética que me dio resultado, una manera de vender” y al público no le va a dar pudor pelar iPad y sacar foto con zoom a los bultos.
¿Teatro queer, off, under? “Odio las etiquetas” es la respuesta. “Quiero que lo que yo hago sea popular, que lo venga a ver mucha gente.” Prefiere pensar su teatro como semicomercial, donde, según la obra, hay diferentes maneras de venderla. “Nosotros, con mi socio –de su productora Kinkimit–, desde lo comercial vemos la obra como un producto y desde lo artístico como lo que surge.” Lograr vivir del teatro es complicado, “yo no vivo del teatro”. Diego comenzó como actor de publicidades, trabajó mucho hasta que dejaron de llamarlo, la carita pasó de moda. Mientras trabajaba de otras cosas hizo un curso de dirección de dramaturgia con Muscari y Mariela Asensio y la cabeza se le abrió a escribir y montar sus propias creaciones. Ya desde su primera puesta, Marejada, en la que madre e hijo se enfrentaban, su premisa nunca fue agradar sino exorcizar lo propio. “En Marejada pongo un diálogo textual que tuve con mi mamá”, la mamá de Diego murió en 2006 sin ver la obra. “Fue terminar de decir lo que tenía que decir.” Y para ese “decir” nunca se aferró a un solo estilo sino que mutó e hizo lo que la propia pluma (la de escritura, no la gay) le inspiró.
Así llegamos a Ego, el último monstruo de Beares. Tomás está dirigiendo su propia película autobiográfica. La escribe mostrándose como él quiere que lo vean más que como realmente vivió. La obra nos invita (obliga, fuerza) a ver el backstage. La lesbo, trans, pasivofobia de Tomás es una de las tantas denuncias. Tomás es gay, podría ser abanderado de la homofobia interna del colectivo. Tomás es desagradable. La picadora del showbusiness se irá comiendo los sueños de los postulantes a manos de este megalómano. Eso lo iremos viendo en los castings sábana, en los maltratos, en los que ceden, en el morbo del director filmando para su propio placer. Ego. La obra recrea otra obra en la que existen otras, mamushka donde cada muñeca se niega a ver que proviene de una rusa más homófoba que Putin e intenta convencernos de que es sexy y curvilínea. “Todo lo que no quise en mi vida, todo lo que rechacé, está ahí”, dice Diego Beares sobre esta puesta que parece ser lo que nunca quiere que forme parte de su propia historia. Beares hace un teatro a partir de lo que él es, lo que fue, lo que no quiere ser y lo que nunca será.
Ego: miércoles a las 22.
Tenis: jueves a las 22.30.
Teatro El Piccolino. Fitz Roy 2056
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