DANZA
¿Puede la danza contemporánea divertir y dar cuenta de la diversidad? La compañía Vlovajob Pru, conformada por el francés François Chaignaud y la argentina Cecilia Bengolea, presenta una obra que integra el voguing, el danceclub y todo tipo de elementos pop. (M)imosa se nutre de lo mejor del espíritu drag del Harlem setentoso y de las divas que dejan todo en cada duelo por amor al arte de la calle mientras lo demás no importa nada.
› Por Dolores Curia
(M)imosa construye la biografía de una diva imaginaria del voguing, la subcultura que tuvo sus años de esplendor en la Nueva York de los ’60 y los ’70 de la mano de las drag queens en los clubes y las calles de Harlem. Los voguers eran gays, trans y transformistas latinxs y afrodescendientes de clase trabajadora que, inspiradxs en los duelos entre los break dancers, participaban de competencias de baile que convertían la pista en pasarela: debían bailar desfilando, exagerando las poses de las modelos de revistas como Vogue (de allí el nombre) y sus movimientos eran evaluados por un jurado en base a su atuendo y su destreza. (M)imosa recrea aquella época de oro –que, en los ’90, Madonna retomó con tono nostálgico en el video de “Vogue”– en un doble movimiento: por un lado adapta esa subcultura marginal al lenguaje de la danza contemporánea pero, sobre todo, refresca a esta última a fuerza de elementos pop como números al estilo American Idol, movimientos de strip-tease y canciones de un arco que va de Starsailors hasta Adele. Mimosa, el personaje interpretado por cuatro bailarinxs que da título a la obra, es una estrella periférica fanática del púrpura y la purpurina, que ha tenido que huir de casa, trabaja en un night club, se bate a duelo con ella misma o con amigas y deja ver detrás de las bambalinas cómo arma y desarma sus brillos y pestañas descomunales. Cecilia Bengolea, una de las coreógrafas e intérpretes de (M)imosa, residente en París y de visita en Buenos Aires, en conversación con Soy, explica por qué su compañía se ha propuesto, y ha logrado, demostrar que el voguing y el danceclub pueden ser excelentes influencias para sacudirle la pátina de snobismo y aburrimiento a la danza contemporánea.
¿Qué fue lo que lxs cautivó del voguing?
Con mi colega François Chaignaud vimos voguing en vivo por primera vez en Nueva York y nos pareció una danza muy orgullosa. Confirmamos lo que veníamos pensando: que en la danza contemporánea, la identidad está borrada por su búsqueda conceptual y de neutralidad. Quisimos aprovechar el acento que pone el voguing sobre el carácter de ‘ficción’ de las identidades y demostrar que la danza puede ser un terreno rico para inventarse como uno quiere. No copiamos a los bailarines de voguing sino que reinventamos personajes como una excusa para pensar nuevos cantos, poses, formas de movernos. Yvonne Rainer y Steve Paxton, dos pilares históricos de lo que hoy conocemos como danza contemporánea, eran de la comunidad lgbt, pero en sus obras nada de esto aparece porque son muy abstractas. Esa neutralidad nos desilusionaba. El Manifiesto del no (1965) de Yvonne Rainer, que fue una declaración pública de principios artísticos de la Judson Dance Theater, el movimiento que fundó la danza contemporánea, se opone al artificio, a la seducción, a lo queer. Es purista, casi puritano. Con (M)imosa intentamos usar el voguing y otros géneros marginales para darle aire a la danza, y también identidad racial y sexual.
La primera intérprete de (M)imosa entra a escena en actitud de duelo. Es una marioneta pura fibra que se arranca el pelo de a mechones embarrada en transpiración. Nadie podría imaginar a un voguer destruyendo sus accesorios y, sin embargo, lo que la bailarina hace a lo largo de diez minutos es una coreo enloquecida y enloquecedora en la que se desarma como si quisiera ver de qué está hecha. Cada unx de lxs performers se presenta en primera persona para reconstruir un trayecto posible de vida de Mimosa. La Lady Mimosa interpretada por François Chaignaud, por ejemplo, es fina: luce diamantes de utilería y pieles sintéticas. Otra de las mil caras de Mimosa es un alien completamente envueltx en lycra. El traje no tiene agujeros para respirar, pero no se priva de los stilettos rojos. Con el sexo apretado y sin rostro, camina en cuatro patas. Carga dolor y glamour al mismo tiempo, y sosteniéndose sobre la punta de sus zapatos guarda un resto para tomar el micrófono y arengar para que la noche no se extinga. Las diferentes encarnaciones de Mimosa (ya sea como pianista barbudx, como Marilyn Monroe, como una reggaetonera algo trabada) pelean en el ring imaginario. Vuelan los tacos y las plumas, y cuando Mimosa se queda con nada más que un hilo dental, sus pechos entran a escena para marcar su carácter de artificio de látex, y con ellos la impronta de constructor del género como tal.
Existe el prejuicio, no tan alejado de la realidad, de que la danza contemporánea sólo puede ser disfrutada por un público muy especializado. (M)imosa tiene la virtud de contradecir esa idea.
Nos interesa escapar del bodrio. Y eso es algo que hemos tomado de la gente del voguing. Están muy preparados para venderse y autopromocionarse. Eso nos fascina. Nos les importan ciertos códigos del arte culto, obsoleto. Te doy un ejemplo: hace un tiempo una amiga, Leyomi Mizrahi, icono del voguing de los últimos 10 años, fue invitada a participar en un ciclo en el MOMA. Cualquier artista moriría porque lo inviten, pero a ella le importaba poco bailar ahí. Le daba mucho más valor al éxito dentro de su comunidad y a ganar concursos concretos que el prestigio que te puede dar estar en el MOMA. No quería ir, decía que le dolía la rodilla. Las veces que fue aprovechó para repartir panfletos de su propio show. No le importaba nada que repartir volantes en el MOMA estuviera prohibido. Los bailarines del voguing generan sus propios circuitos de comercio, de videos, de shows, muy lejos del canon. Nos interesa la diversión del voguing. La euforia del voguing es justamente lo que le falta a la danza contemporánea. Del entretenimiento se suele decir que se opone al arte. Todo lo contrario: si algo logra hacerte reír o te divierte, es porque tiene potencialidad de hablar de algo profundo.
Pero (M)imosa tampoco se queda sólo en lo festivo y lo brilloso del voguing. Hay un acento en los cuerpos golpeados, violentados.
En la danza posmoderna, que tiene a la escuela de Trishan Brown como una de sus referencias, uno de los puntos principales es el interés en las técnicas para preservar el cuerpo. El eje es la economía de movimientos, es decir, con el menor esfuerzo posible lograr el máximo resultado. Hay que administrar las energías y no lastimarse. Hay que simular, pero no hacer tanta fuerza. Lo mismo en el contact, que es otra técnica contemporánea, donde usás la fuerza del otro. Todo muy new age, muy zen. En el voguing es todo lo contrario: la gente es generosa, si hay que bailar gratis, se baila gratis con la mayor energía del mundo. Los cuerpos explotan y se rompen ante los ojos de los espectadores, se deja todo como en una final Argentina-Alemania. Nuestra compañía es una mezcla de las dos cosas. Tenemos una formación técnica que sirve para que no nos quebremos en escena, pero también nos gustar llevar la cosa hasta el límite. Venimos de hacer en Viena un espectáculo que combina danza de puntas de ballet con reggae, muy desgastante. Realmente nos matamos en escena. En el voguing hay más energía y menos técnica. Cada uno baila distinto porque no existe algo así como ir a una clase en la que moldeen tus movimientos a través de cierta técnica. Se aprende en los centros culturales de los barrios, en la calle y fundamentalmente en las fiestas.
Viernes 25 y sábado 26 de julio a las 20.30. Domingo 27 de julio a las 17, en el CETC (Centro de Experimentación del Teatro Colón), Viamonte 1171.
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