LIBROS
¡Mi familia es de otro mundo! (Uranito Editores) presenta una amplia gama de modelos familiares vigentes. Asume el riesgo de presentar la diversidad como un catálogo o como carta de inclusión.
› Por Magdalena de Santo
Mi familia es de otro mundo, de Cecilia Blanco con ilustraciones de Daniel Löwy, es uno de los libros que lanzó recientemente la editorial infantil Uranito. Allí, la autora presenta a distintos niños y niñas en contextos familiares presuntamente "no tradicionales". Desde las primeras páginas se vislumbran las buenas pretensiones del proyecto: reconocer y legitimar distintos modelos familiares.
Ni ahí se trata de ofrecerle a lxs niñxs opciones de socialización delirante o teletransportaciones amarillas. Por el contrario, es un muestreo ficcional de nuestras abrumadoras relaciones familiares existentes. Mi familia es de otro mundo funciona así como una mini-enciclopedia con el objetivo de brindar moralejas sobre familias adoptivas, homoparentales y monoparentales. Se muestran realidades tales como el divorcio hetero, la fertilización asistida hetero, de un huérfano de padre que quiere un perro, de un joven morocho adoptado por heteros, de una niña chino-argentina hija de heteros, y de una familia enredada -con tíos muy jóvenes o madrastras buenas, todos heteros-. Y la vida de dos papis gays.
Si bien su intento es desbaratar un único modelo familiar, en lo que se incurre es en un rejunte de supuestos distintos: un mosaico de "alteridades" que por sí mismas no parecen tener valor. El resultado es un salpicón de opuestos a la expectativa Ingalls, y sólo porque están todas juntas en la presunta marginalidad tiene alguna importancia nombrarlas. En ese efecto mosaico, el peligro no sólo es omitir infinitas realidades -trans, lésbicas, bisexuales, intersexuales, intergeneracionales, con corporalidades o capacidades diversas, familias ampliadas o simplemente pobres- sino además revitalizar la jerarquía que aspira derruir. El centro pervive como ideal y todxs lxs demás como devaluaciones nostálgicas que se acumulan para tener peso de libro. Una buena parte de la literatura para chicos ha dejado la voz para volverse altoparlante, bandera y trazar líneas duras. Incapaces de crear mundos, escribimos para nosotrxs mismxs alrededor de alguna culpa o miedo, o quizá por la propia pena de no ser un buen ejemplar de Caballito.
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