Vie 15.08.2014
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MEDIO MEDIOS

La tinel(lizi)zación

Con el rating como toda medida estética y moral, tanto la política desnuda como la política sexual bailan ante las cámaras y van moldeando el gusto del público. ¿Qué es objeto de broma y qué no? ¿Se postula un modelo de travesti para todo público? Algunos interrogantes sobre un espectáculo que parece cada vez más abierto, mientras cada vez hay más nominados.

› Por Adrián Melo

Una de las claves —entre tantas otras— que sirven para explicar la extraordinaria vigencia de Marcelo Tinelli en la televisión es seguramente su capacidad de captar en cada momento histórico algo del aire de los tiempos. Cuando comenzó en 1989, la despolitización y el humor chabacano se correspondían y presagiaban los tiempos neoliberales por venir. En pocos años, el neoliberalismo ya instalado precisó de su presencia fuerte caracterizada por la frivolidad como modelo hegemónico y de la farandulización de la política. Ya para 1995 se hablaba de la tinellización de la cultura, y no casualmente Carlos Menem eligió el entonces VideoMatch como lugar de cierre de su campaña política. En este mismo sentido, quedó como hito en la memoria colectiva el paso de De la Rúa por el programa como golpe de gracia y antesala de su definitiva degradación pública. Por su parte, 2001 es el año de Gran Cuñado, que prontamente lo hace con políticos como metáfora perfecta que ilustra el sentimiento colectivo de “Que se vayan todos”. Por ello es preocupante el regreso actual y sin ambages de la política a ShowMatch, manifestado primero en la línea crítica a la política oficial en el debut y muy en particular en el lanzamiento prácticamente explícito de la candidatura de Martín Insaurralde el lunes 4 de agosto, campaña que puede sostenerse en el tiempo merced a la permanencia de Jesica Cirio en el Bailando.

El sexo de Marcelo

Lo mismo vale decir respecto de Tinelli y su relación con las llamadas sexualidades diversas o alternativas a la heteronormatividad. Cuando comenzó, acorde con los tiempos que corrían, el programa apelaba a los mitos del pibe de barrio y de la amistad masculina porteña. La imagen era la de los muchachones del café o de la barra que se reunían a la medianoche a hablar de fútbol o boxeo, a reírse de los bloopers deportivos o de los giles que caían en las cámaras sorpresa porque ellos eran los vivos. Esta comunidad reunía en sus integrantes todos los estereotipos del machismo argentino, con una consecuente y acentuada proclividad al chiste obsceno y a la burla humillante de gays y travestis. En definitiva, como suele ocurrir con las comunidades homosociales, se caracterizaba por una marcada homofobia con la cual, además, ahuyentaban los fantasmas de la homosexualidad, ya que Tinelli nunca quedó libre de la lengua maledicente que ponía en duda su sexualidad (el mito urbano más famoso era aquel que señalaba que habían encontrado semen de Tinelli en el estómago de Ricky Martin). De todas formas, siempre se permitió algunas transgresiones. En Ritmo de la noche incorporó la sección Dioses del verano donde, de manera infrecuente para la época, no solamente convertía al hombre en objeto sexual y evidenciaba el deseo femenino sino que el propio Tinelli se sentía lo suficientemente macho como para alabar las bellezas y el erotismo del cuerpo masculino. Sin embargo, en paralelo, quizá como contrapeso, en la misma época le preguntaba con evidente mala intención a Boy George si le gustaba cierta chica. Cuando el cantante le respondió que era gay, el afamado conductor le retrucó algo molesto: “¿Y qué? Yo sé reconocer cuando un tipo está bueno y no por ello me la lastro”.

Travas y travucos

Así y todo, aquella comunidad de machos recorrió un largo camino. Aggiornándose a los tiempos, fue incorporando a las mujeres y a las diversidades sexuales –en su momento fue Pachano o Flor de la V, entre tantxs otrxs– hasta llegar al día de hoy, y lo que parece ser el tiempo del travestismo y el lanzamiento de Lizi Tagliani como estrella. En este sentido, no cabe duda de que Lizi es encantadora y que su aparición es celebrable. Incluso me atrevo a predecir que su popularidad masiva será un aporte invalorable que ahuyente prejuicios y discriminaciones de larga data. Sin embargo, es preocupante que gran parte del humor de Lizi se asiente sobre las bases del paradigma heteronormativo. En lo que parece el regreso de los muchachos de los ’90, las bromas giran alrededor de la fealdad y de los rasgos masculinos que conserva la travesti (“este micrófono me hace una voz de macho” o “cualquier cosa lo cago a piñas” o “si no me puede levantar este bailarín, lo alzo yo”, afirma Lizi con indecible gracia). Esta forma de humor no deja de recordarme a la dolorosa y humillante estrategia que confesaron algunos gays de burlarse de otrxs maricas o de reírse de chistes homofóbicos para ser aceptados dentro de la camaradería masculina o en ámbitos deportivos reservados para hombres. Es la propia Lizi la que hace los chistes sobre sí misma y se la ve muy cómoda, pero el insulto y la discriminación en el marco de la dominación masculina dejan huellas perdurables y traumáticas que pueden tomar las formas más insólitas. Como la lección de que la posibilidad de ser aceptada y querida precisa necesariamente de reírse de sí misma y de cierta autohumillación en los términos que lo exige la heteronormatividad. Si bien este tipo de humor tiene tradición en la cultura travesti o de las drag queens, quizás es hora de ponerlo en tela de juicio. No parece tener eco de los efectos liberadores de la risa, ni siquiera parecen poner en cuestión, sino que refuerza el humor que degrada e insulta. No parece casual que Moria Casán, haciendo gala de la irresponsabilidad que la caracteriza, haya elogiado ese rasgo en Lizi para cuestionar la militancia Lgtbi y a aquellas que luchan por los derechos, y que cuando los consiguen en lugar de integrarse, hacen ghetto. ¿Una embozada crítica a Florencia, que estaría en el otro extremo, imperdonable tanto para los pros como para los contras, en su determinación de considerarse “mujer” sin más y de presentarse además como una mujer súper deseable?

Son otros tiempos, tiempos en los que el Estado reconoce derechos largamente relegados a las llamadas minorías sexuales y en los que surge una sociedad más madura, tal como reivindicaron emocionadas Soledad Silveira y la propia Moria Casán. Como siempre, Tinelli se adapta a ellos, pero le da su impronta. Y crea un ambiente carnavalesco donde aparece tan pronto una trans que se operó la cara para ser igual a Graciela Alfano (en lo que parece el colmo del narcisismo, la Alfano la ensalza), Anita Martínez se disfraza de hombre y se transa a Moria Casán y a Soledad Silveyra, el Oso Arturo le toca el culo a Tinelli para afanarle la billetera y hasta Luciano Tirri aparece con tacos, vestido largo, aros y peluca y realiza una performance basada en la obra teatral Priscilla. Fluyen las identidades y las sexualidades en un teatro que tiene poco de subversivo y mucho de guionado, se cuestionan las militancias. Asistimos a los efectos más temidos de los movimientos queer. Asistimos, quizás, a su banalización.

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